En la mañana del jueves 22 de junio, el Papa Francisco recibió en audiencia en la sala Clementina, a los participantes de la 96º asamblea plenaria de la Reunión de las Obras para la ayuda a las Iglesias orientales ( roaco ) y a la Youth Conference. Después de haber entregado el discurso preparado para la ocasión – que publicamos a continuación – el Papa dirigió algunas palabras de saludo a los presentes en el encuentro.
Queridos hermanos y hermanas,
me alegra encontraros al finalizar los trabajos de vuestra Sesión plenaria. Saludo al arzobispo Claudio Gugerotti, los representantes pontificios, los superiores y los oficiales del Dicasterio y, a través de vosotros, queridos representantes de las agencias, a cuantos en las diferentes regiones hacen posible vuestra generosidad. La generosidad solidaria es a menudo la única respuesta concreta a la injusticia y al dolor que oprime tantos seres humanos. Os doy las gracias, amigos, porque os dedicáis a una solidaridad efectiva, que ayuda a resanar las heridas y es como una caricia sobre el rostro de quien sufre. Una caricia que devuelve esperanza en el bullicio de los conflictos.
Es tremendo, hoy, el contraste con el diseño de Dios: diseño de paz, de fraternidad y concordia para todos. Diseño que invita a dejar de combatir unos con otros y unir más bien las fuerzas para luchar contra el hambre y las enfermedades. La Biblia nos habla de los proyectos de paz de Dios (cfr Jer 29,11), pero nos muestra también, desde el principio, la violencia del hermano contra el hermano: Caín y Abel, el asesinato del inocente. Dios, que expulsó a Caín, impidió sin embargo que fuera asesinado (cfr Gen 4,1-16). Es el primer acto de justicia y de misericordia. Cuánto bien hace, en primer lugar a nosotros cristianos, escuchar a corazón abierto esta Palabra sagrada, para dejarse iluminar y guiar no por los propios diseños, sino por el misericordioso de Dios, que quiere abrazar y salvar a todos los hombres, ¡todos los hermanos de Jesús!
En este encuentro de la roaco habéis puesto en el centro las expectativas de los jóvenes de las Iglesias Orientales. Es una elección sabia: escuchar juntos, de su boca, los deseos que llevan en el corazón. Los jóvenes quieren ser protagonistas del bien común, que deberían ser la “brújula” de la acción social. Queridos jóvenes aquí presentes, vosotros vivís en tierras donde restaurar el bien común es condición esencial para sobrevivir. ¡Sed centinelas de paz para todos, profetas que sueñan y anuncian un mundo diferente y ya no dividido!
En la exhortación apostólica Ecclesia in Medio Oriente, sobre la cual, diez años después de su publicación, la roaco recientemente organizó un gran encuentro en Chipre, Benedicto xvi animaba a los jóvenes a «cultivar de forma continua la amistad verdadera con Jesús por medio del poder de la oración» (n. 63). Esta es para los cristianos la fuente primera de la acción: la fe viva en el Señor que ha dado la vida para los hermanos. Si partimos de aquí, del amor crucificado y resucitado, será más fácil rechazar no solo los particularismos, sino también el triunfalismo, y rechazar una solidaridad mostrada para embellecerse y ser relevantes. Sí, el corazón atravesado de Dios nos libera de una caridad pensada como una profesión, un cálculo de puro filantropismo, una burocracia de bondad o, peor, una red de intereses políticos. Es la cruz, suprema implicación de Dios en el sufrimiento de la humanidad, que indica a los cristianos, de forma particular a los jóvenes, la autenticidad que buscan, la valentía de testimoniar, la fuerza para superar el individualismo y la indiferencia que hoy es norma, y hacer crecer la compasión. Com-pasión: una palabra que está en el corazón de nuestra fe, porque nos muestra el amor de Dios que se involucra totalmente en los sufrimientos del hombre.
Hermanos y hermanas de la roaco , vosotros os involucráis en el terreno árido del dolor para hacer brotar semillas de esperanza. Pienso en vuestro reciente compromiso para contribuir a sanar las heridas del terremoto en Turquía y Siria, en medio de los sufrimientos cotidianos de los pueblos duramente probados. Espero que se pueda realmente continuar ayudando a las poblaciones; se han hecho muchas promesas, pero resulta todavía usar los normales sistemas bancarios para enviar ayudas a las víctimas. Os doy las gracias por el gran compromiso con el que socorréis Ucrania para sostener a los desplazados internos y refugiados. A vuestros esfuerzos por ese querido país hace algunos años quise unir el mío con la iniciativa “El Papa por Ucrania” y después con otras constantes intervenciones. Pero quisiera acoger también esta ocasión para invitar a todos a no hacer faltar cercanía concreta, cercanía de oración y caridad, al martirizado pueblo ucraniano. En la Plenaria que acaba de terminar, junto a la habitual atención a Tierra Santa y Oriente Medio, os habéis focalizado sobre proyectos de ayuda en Irán, Turquía y Eritrea. Los enormes tesoros humanos y naturales que Dios ha donado a esas hermosas tierras puedan ser valoradas y llevar un poco de serenidad a sus habitantes.
Queridos, os renuevo la gratitud por vuestro servicio. Os bendigo a cada uno de vosotros y vuestro trabajo. Y vosotros, por favor, seguid rezando por mí.