Publicamos, a continuación, el texto del discurso del Papa a los participantes en la asamblea general de las Obras Misionales Pontificias, recibidos en audiencia la mañana del sábado 3 de junio, en la Sala Clementina.
Eminencia, Excelencias,
queridos Directores Nacionales de las Obras Misionales Pontificias y colaboradores del Dicasterio para la Evangelización,
hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Los saludo con alegría con ocasión de la Asamblea general anual de las Obras Misionales Pontificias. Saludo al cardenal, al Arzobispo Presidente Emilio Nappa y a todos ustedes, que trabajan al servicio de la misión evangelizadora de la Iglesia.
En este momento histórico, mientras llevamos adelante el proceso sinodal, es importante recordar que la comunidad cristiana es misionera por su propia naturaleza. Todo cristiano, en efecto, ha recibido el don del Espíritu Santo y es enviado a continuar la obra de Jesús, anunciando a todos la alegría del Evangelio y llevando su consuelo a las diversas situaciones de nuestra historia, a menudo herida. Quien se deja atraer por el amor de Cristo, convirtiéndose en su discípulo, siente también el deseo de llevar a todos la misericordia y la compasión que brotan de su Corazón. La misionariedad no es una cosa natural. Evidentemente, nosotros siempre buscamos la comodidad, que todo esté en orden. Fue necesario que viniera el Espíritu Santo para hacer ese “desorden” tremendo que ocurrió la mañana de Pentecostés, porque el Espíritu, para crear la misionariedad, para crear la vida de la Iglesia, es creador de desorden, pero luego de la armonía. Ambas cosas vienen del Espíritu Santo.
Quisiera invitarlos a contemplar el Corazón de Jesús, cuya solemnidad se celebra precisamente en este mes de junio. Mirando su Corazón misericordioso y compasivo, podemos reflexionar sobre el carisma y la misión de las Obras Misionales Pontificias.
1. El Corazón de Jesús y la misión. En primer lugar, contemplando el Corazón de Cristo descubrimos la grandeza del proyecto de Dios para la humanidad. Porque el Padre «amó tanto al mundo, que entregó a su Hijo único para que todo el que cree en él no muera, sino que tenga Vida eterna» (Jn 3,16). En el Corazón traspasado del Crucificado podemos descubrir la medida infinita del amor del Padre, que nos ama con amor eterno; nos llama a ser sus hijos y a participar de la alegría que tiene su fuente en Él; nos viene a buscar cuando estamos perdidos; nos levanta cuando caemos y nos hace renacer de la muerte. Jesús mismo nos habla así del amor del Padre, por ejemplo, cuando afirma que «la voluntad del que me ha enviado es que yo no pierda nada de lo que él me dio, sino que lo resucite en el último día» (Jn 6,39).
Queridos hermanos y hermanas, esto es lo que Jesús nos ha enseñado a lo largo de su vida: su compasión por los que estaban heridos; su conmoción ante el dolor; la misericordia ungiendo a los pecadores; su inmolación por el pecado del mundo. Nos ha manifestado el corazón de Dios, como el de un Padre que siempre nos espera, nos ve desde lejos y viene a nuestro encuentro con los brazos abiertos; un Padre que no rechaza a nadie, sino que acoge a todos; que no excluye a ninguno, sino que llama a todos. Me gustó una obra juvenil de estilo pop sobre la parábola del hijo pródigo. En un momento del espectáculo, el hijo pródigo le cuenta a un amigo que extraña a su papá. “Quisiera regresar, porque extraño a papá, pero no puedo, seguramente papá no me va a aceptar”. Y el amigo le dice: “Escríbele una carta y dile que tu voluntad es volver a casa, pídele perdón y dile que, si él quiere recibirte, tome un pañuelo blanco y lo ponga en la ventana de la casa”. El espectáculo continúa y al final, cuando el hijo ya está llegando a casa, se ve que está llena de pañuelos blancos. Esto nos dice que el amor, el perdón de Dios no tiene medida, no tiene medida. Debemos ir por este camino, con esta confianza.
Nosotros hemos sido enviados para continuar esta misión: ser signo del Corazón de Cristo y del amor del Padre, abrazando al mundo entero. En esto encontramos el “corazón” de la misión evangelizadora de la Iglesia: llegar a todos con el don del amor infinito de Dios, buscar a todos, acoger a todos, ofrecer nuestra vida por todos sin excluir a nadie. Todos. Esta es la palabra clave. Cuando el Señor nos cuenta sobre aquel banquete nupcial (cf. Mt 22,1-14), que salió mal porque los invitados no asistieron; uno porque había comprado una vaca, otro porque tenía que viajar, otro porque se había casado, ¿qué dice el Señor? Vayan a los cruces de los caminos e inviten a todos, a todos: sanos y enfermos, malos, buenos, pecadores, todos. Esto está en el corazón de la misión, ese “todos”, sin excluir a nadie. Todos. Por tanto, toda nuestra misión brota del Corazón de Cristo, para dejar que Él atraiga a todos hacia sí. Y este es el espíritu místico y misionero de la beata Paulina María Jaricot, fundadora de la Obra de la Propagación de la Fe, que fue tan devota del Sagrado Corazón de Jesús.
2. El carisma de las Obras Misionales Pontificias hoy. En esta perspectiva, quisiera reiterar una vez más lo que ya he subrayado en la Constitución Praedicate Evangelium, en la que he querido recordar la vocación de las omp a ser “instrumentos de promoción y de responsabilidad misionera de cada bautizado y para apoyar a las nuevas Iglesias particulares” (cf. art. 67 § 1).
Las omp , entonces, no son una mera agencia de distribución de fondos para los necesitados de ayuda, sino una realidad llamada a sostener «la misión evangelizadora de la Iglesia universal y de las Iglesias locales» y a «alimentar el espíritu misionero en el Pueblo de Dios» (Mensaje para la Jornada Mundial de las Misiones 2022, 3). Así pues, los aliento a intensificar aún más, con la audacia y la fantasía del Espíritu Santo, las diversas actividades de animación, información y formación del espíritu misionero. Los invito a promover la responsabilidad misionera de los bautizados, potenciando la red capilar de las direcciones nacionales, tanto en los países de primera evangelización como en los de antigua tradición cristiana, que quizás necesitan una nueva primera evangelización; estos, lo sabemos, están marcados por una grave crisis de fe y necesitan una renovada evangelización y conversión pastoral. Por favor, no reduzcan las omp al dinero. Este es un medio. Se necesita dinero, sí, pero no las reduzcan a eso. Son algo más grande que el dinero. Necesitamos el dinero para salir adelante. Pero si falta la espiritualidad y se trata sólo de una empresa [que produce] dinero, llega inmediatamente la corrupción. Vemos también en nuestros días que aparecen en los periódicos historias de presunta corrupción en nombre de la misionariedad de la Iglesia.
3. Perspectivas y sueños para la renovación. A la luz de todo esto, permítanme soñar junto a ustedes “con los ojos abiertos”, es decir, mirando lejos juntos, hacia aquellas perspectivas que las omp están llamadas a perseguir al servicio de la misión evangelizadora de toda la Iglesia.
El sueño más grande es el de una cooperación misionera cada vez más estrecha y coordinada entre todos los miembros de la Iglesia. En este proceso ustedes tienen un papel importante, que se lo recuerda también el lema del padre Manna para la Pontificia Unión Misional: “Toda la Iglesia para todo el mundo”. Los confirmo en su llamada a convertirse en fermento, para ayudar a promover y fomentar el estilo misionero en la Iglesia y apoyar las obras de evangelización.
Esta llamada, que exige de ustedes una particular aptitud para cultivar la comunión y la fraternidad, se realiza también a través de las estructuras establecidas en todas las Conferencias episcopales y diócesis para el bien del entero Pueblo de Dios. Es significativo que los fundadores de las Obras hayan sido un obispo, un sacerdote y dos laicas, es decir, representantes de diferentes categorías de bautizados; este es un signo que nos compromete a involucrar a todos los miembros del Pueblo de Dios en la animación misionera. No dejemos de soñar con «una nueva estación de la acción misionera en las comunidades cristianas» (Mensaje para la Jornada Mundial de las Misiones 2022, 3). Por favor, mantengamos vivo este sueño.
Les agradezco a ustedes aquí presentes y a todos los colaboradores y colaboradoras su servicio, realizado a menudo “lejos de los reflectores” y en medio de muchas dificultades. Les deseo que abunden siempre de celo apostólico y que estén apasionados por la evangelización. Lleven el Evangelio con alegría, para que se difunda por todo el mundo, y que la Virgen los acompañe como Madre. Los bendigo de corazón. Y, por favor, recen por mí. Gracias.