La Biblia
Desde allí fue a la región de Tiro. Entró en una casa procurando pasar desapercibido, pero no logró ocultarse. Una mujer que tenía una hija poseída por un espíritu impuro se enteró enseguida, fue a buscarlo y se le echó a los pies. La mujer era pagana, una fenicia de Siria, y le rogaba que echase el demonio de su hija. Él le dijo: “Deja que se sacien primero los hijos. No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos”. Pero ella replicó: “Señor, pero también los perros, debajo de la mesa, comen las migajas que tiran los niños”. Él le contestó: “Anda, vete, que por eso que has dicho, el demonio ha salido de tu hija”. Al llegar a su casa, se encontró a la niña echada en la cama; el demonio se había marchado.
El cristianismo afirma que Jesús es el hijo de Dios hecho carne. Por eso, Él también pertenece a una cultura, a un mundo, a una mentalidad y, paradójicamente, algún elemento de este contexto también dejó huella en él. Leyendo Mc 7,24-30 nos encontramos con el pasaje de la mujer siro fenicia donde se narra el encuentro de Jesús con esta extranjera. La petición de curación de la hija es tan desgarradora que los mismos apóstoles parecen sugerir a Jesús que vaya al encuentro de aquella mujer desesperada. Y Jesús revela precisamente el condicionamiento cultural del mundo en el que está inmerso: “Deja que se sacien primero los hijos. No está bien tomar el pan de los hijos y echárselo a los perritos”.
¿Cómo no encontrar en estas pocas palabras una afirmación típica de un judío encerrado en sí mismo y convencido de que a los extranjeros se les ha de llamar “perros”? Jesús pertenece radicalmente a la mentalidad de su pueblo. Sin embargo, justo después, siendo su mensaje transformador, rompe también con sus propias coordenadas culturales. De hecho, al ver la fe de esa mujer, aunque extranjera, exclama: “Anda, vete, que por eso que has dicho, el demonio ha salido de tu hija” (Mc 7, 29).
Paradójicamente, la extranjera sirio fenicia se convierte en un símbolo, un ejemplo y un modelo para los judíos: Jesús da la vuelta por completo a las categorías propias de la época, y que Él mismo había aprendido. Debemos esperar que se produzca también en nosotros esta misma conversión, la de poner a los demás, aunque sean extranjeros, antes que nosotros.
Hay diferentes interpretaciones de este episodio en el que Jesús llama crudamente “perros” a los paganos. Según algunos, Jesús tuvo este comportamiento cerrado para educar a sus discípulos a salir de una mentalidad mezquina y llegar a una forma de pensar abierta, es decir, a creer que Dios también está presente en los pueblos paganos. Desde su entorno y su religiosidad también estaba convencido de que Dios y su salvación obraban solo dentro de las fronteras del pueblo judío. La mujer, con su fe y su insistente mensaje, fue la que se abrió a un Dios diferente. Jesús, como hombre, creció y maduró a través de la relación con estas personas y, en este caso, con una mujer pagana. Algunos la llaman maestra de Jesús.
El valor de las diferencias
En la mentalidad bíblica, el hombre vivo es un hombre en relación capaz de vivir con el otro. Sin embargo, a lo largo de la historia el hombre ha caído en la tentación de tomar un atajo que consiste en concebir al otro como diferente, al extranjero como enemigo o como amenaza. Por tanto, el riesgo es configurar la propia identidad “contra” el otro cuando, en realidad, las diferentes identidades ayudan a reconocerse a uno mismo. De esta tentación se deriva también la tendencia a proteger el propio espacio como espacio que defender. Es necesario llegar a entender que las diferencias culturales y religiosas también son un valor.
Un hombre espiritual, el cardenal Etchegaray, escribió sobre las confesiones cristianas: “Debemos estar felices por ser diferentes. ¿Quién de nosotros puede pretender agotar el mensaje del Evangelio y reducirlo a una sola voz? Cada uno debe convertirse al rostro del otro para corregir lo que está demasiado cerrado desde su propia perspectiva [...] De lo contrario, nuestra peregrinación se convierte en una cruzada, nuestro testimonio en una ideología y nuestro rostro en una caricatura. ¡Estamos felices de ser diferentes!”. El mismo cardenal Ratzinger, hablando de la religión cristiana en una conferencia sobre el ecumenismo, sostenía: “Quizás aún no somos maduros para la unidad y necesitamos el aguijón en la carne, que es el otro en su alteridad, para despertarnos de un cristianismo reducido y reductivo”.
de Battista Borsato
Presbítero y teólogo de la diócesis de Vicenza