Mientras que está bien «ayudar y sostener un legítimo deseo de generar» un hijo recurriendo a los «conocimientos científicos más avanzados y con tecnologías que cuidan y potencian la fertilidad», sin embargo, no lo está «crear embriones en probeta y después eliminarlos, comerciar con los gametos y recurrir a la práctica del vientre de alquiler». Lo escribe el Papa Francisco en un mensaje enviado a los participantes del Congreso internacional woomb sobre «La “revolución Billings” 70 años después: del conocimiento de la fertilidad a la medicina personalizada», que inició el viernes pasado en Roma, en la Universidad católica del Sagrado Corazón, y se concluye el sábado 29 de abril. Publicamos a continuación el texto.
¡Queridos hermanos y hermanas!
Me complace hacer llegar mi saludo a los organizadores y a todos los participantes del Congreso Internacional woomb sobre “La Revolución Billings” 70 años después: del conocimiento de la fertilidad a la medicina personalizada. Expreso mi más profundo agradecimiento por esta iniciativa, que llama la atención sobre la belleza y el valor de la sexualidad humana.
Mientras que en la segunda mitad del siglo pasado se desarrollaba la búsqueda farmacológica para el control de la fertilidad y se difundía la cultura anticonceptiva, los cónyuges John y Evelyn Billings desarrollaban investigaciones científicas precisas y difundían una metodología sencilla, a disposición de las mujeres y de las parejas, para el conocimiento natural de la fertilidad misma, ofreciendo un valioso instrumento para la gestión responsable de las elecciones procreativas. En aquella época su propuesta aparecía como poco moderna y menos fiable respecto a la supuesta inmediatez y seguridad de los instrumentos farmacológicos. En realidad, esta ofrecía y ofrece provocaciones y puntos de reflexión actuales y fundamentales, para retomar y profundizar: por ejemplo, la educación al valor de la corporeidad, un visión integrada e integral de la sexualidad humana, el cuidado de la fecundidad del amor también cuando no es fértil, la cultura de la acogida de la vida y el problema de la caída demográfica. Bajo estos perfiles, la que se ha definido como la “revolución Billings” no ha agotado su impulso original, sino que sigue siendo un recurso para comprender la sexualidad humana y para valorar plenamente la dimensión relacional y generativa de la pareja.
Una seria educación en este sentido aparece hoy como necesaria, en un mundo dominado por una visión relativista y banal de la sexualidad humana. Esta pide sin embargo ser considerada dentro de una mirada antropológica y ética, en el que las cuestiones doctrinales sean profundizadas sin simplificaciones indebidas ni cierres rígidos. En particular, está bien tener siempre presente la conexión inseparable entre el significado unitivo y el procreativo del acto conyugal (cfr S. Pablo vi , Enc. Humanae vitae, 12). El primero expresa el deseo de los esposos de ser una sola cosa, una sola vida; el otro expresa la común voluntad de generar vida, que permanece también en los periodos de infertilidad y en la ancianidad. Cuando estos dos significados se afirman conscientemente, nace y se refuerza en el corazón de los esposos la generosidad del amor, que les dispone a acoger una nueva vida. Cuando esto falta, la experiencia de la sexualidad se empobrece, se reduce a las sensaciones, que pronto se convierten en autorreferenciales, y pierde su dimensión humana y de responsabilidad. La tragedia de la violencia entre los compañeros sexuales – pienso en la plaga del feminicidio – encuentra aquí una de sus principales causas.
De hecho, se está perdiendo de vista el nexo entre la sexualidad y la vocación fundamental de toda persona al don de sí, que encuentra una peculiar realización en el amor conyugal y familiar. Esta verdad, incluso inscrita en el corazón del ser humano, para expresarse de forma plena requiere un recorrido educativo. Se trata de una urgencia que interpela a la Iglesia y a todos aquellos que tienen en el corazón el bien de la persona y de la sociedad y que espera respuestas concretas, creativas y valientes, como se evidencia en Amoris laetitia, a propósito de la educación sexual: «El lenguaje del cuerpo requiere el paciente aprendizaje que permite interpretar y educar los propios deseos para entregarse de verdad. Cuando se pretende entregar todo de golpe es posible que no se entregue nada. Una cosa es comprender las fragilidades de la edad o sus confusiones, y otra es alentar a los adolescentes a prolongar la inmadurez de su forma de amar. Pero ¿quién habla hoy de estas cosas? ¿Quién es capaz de tomarse en serio a los jóvenes? ¿Quién les ayuda a prepararse en serio para un amor grande y generoso?» (n. 284). Después de la llamada revolución sexual que rompió tabúes, hace falta una nueva revolución en la mentalidad: descubrir la belleza de la sexualidad humana hojeando el gran libro de la naturaleza: aprender a respetar el valor del cuerpo y de la generación de la vida, en vista de auténticas experiencias de amor familiar.
Otra dimensión de la sexualidad, no menos rica de desafíos para nuestro tiempo, es precisamente su relación con la generación de la vida. En efecto, el conocimiento de la fertilidad, si tiene un valor educativo general, tiene aún más relevancia en el momento en el que la pareja se decide a abrirse a la acogida de los hijos. El Método Billings, junto a otros parecidos, representa una de las formas más apropiadas para realizar de forma responsable el deseo de ser padres. Hoy la separación ideológica y práctica de la relación sexual de su potencialidad generativa ha determinado la búsqueda de formar alternativas para tener un hijo, que ya no pasan por las relaciones conyugales, sino que usan procesos artificiales. Pero, mientras que está bien ayudar y sostener un legítimo deseo de generar con los conocimientos científicos más avanzados y con tecnologías que cuidan y potencian la fertilidad, no lo está crear embriones en probeta y después eliminarlos, comerciar con los gametos y recurrir a la práctica del vientre de alquiler. En la raíz de la crisis demográfica actual está, junto a diferentes factores sociales y culturales, un desequilibrio en la visión de la sexualidad, y no es casualidad que el Método Billings sea un recurso también para afrontar de forma natural los problemas de infertilidad y para ayudar a los esposos a convertirse en padres identificando los periodos más fértiles. En este campo, un mayor conocimiento de los procesos de la generación de la vida, que hace uso de las modernas adquisiciones científicas, podría ayudar a muchas parejas a hacer elecciones más conscientes y éticamente más respetuosas de la persona y su valor.
Esta es una tarea que deben asumirse con renovado compromiso las Universidades católicas y, en particular, las Facultades de medicina y cirugía. Por eso, como fue fundamental para los cónyuges Billings trabajar en la Escuela de medicina de la Universidad de Melbourne, tan importante que el Centro de estudios e investigaciones para la regulación natural de la fertilidad, que trabaja desde 1976 en la Universidad Católica del Sagrado Corazón, forme parte de un de los más prestigiosos centros académicos italianos y pueda beneficiar de las conocimientos científicos más avanzados para desarrollar su misión de investigación y de formación.
Después de todo, la perspectiva científica de este congreso internacional muestra lo fundamental que es prestar atención a la peculiaridad de cada pareja y de cada persona, especialmente en relación con la mujer. El horizonte de la medicina personalizada nos recuerda precisamente que cada persona es única e irrepetible, antes de ser objeto de cuidado para disfunciones y enfermedades, debe ser ayudada a expresar de la mejor forma posible sus potencialidades, en vista de ese bienestar que es sobre todo fruto de una armonía de vida.
Favorecer el conocimiento de la fertilidad y de los métodos naturales tiene finalmente también un gran valor pastoral, en cuanto que ayuda a las parejas a ser más conscientes de su vocación conyugal y a dar testimonio de los valores evangélicos de la sexualidad humana. De tal relevancia es prueba también la numerosa participación en este congreso, que ve reunidas en Roma (o también online) a personas procedentes de muchos países y de todos los continentes. La respuesta positiva que emerge de sus experiencias, maduradas a veces en contextos sociales y culturales muy difíciles, confirma la importancia de trabajar con asiduidad e impulso en este campo, también para promover la dignidad de la mujer y una cultura marcada por la acogida de la vida, valores que además se comparten también con otras religiones.
Se trata, por tanto, de un aspecto de la pastoral familiar que no es secundario, como han enseñado mis predecesores y como también yo recordé en Amoris laetitia: «Es preciso redescubrir el mensaje de la Encíclica Humanae vitae (cf. 10-14) y la Exhortación apostólica Familiaris consortio (cf. 14; 28-35)» (n. 222). El recurso a los métodos fundados sobre los ritmos naturales de fecundidad debe ser alentado, destacando que éstos «respetan el cuerpo de los esposos, fomentan el afecto entre ellos y favorecen la educación de una libertad auténtica» (Catecismo de la Iglesia católica, 2370).
Queridos, os deseo un trabajo fructífero y os doy las gracias por lo que hacéis. Llevad adelante con pasión y generosidad este valioso servicio a la comunidad eclesial y a todos aquellos que quieren cultivar los valores humanos de la sexualidad. Debemos ser siempre conscientes de que en este ámbito de la vida se refleja con particular esplendor la bendición originaria de Dios (cfr Gen 1,26-30) y que en este acampo estamos llamados a honrarlo, como exhorta San Pablo: «Glorificad, por tanto, a Dios en vuestro cuerpo» (1 Cor 6,20). Os bendigo de corazón y os pido por favor que recéis por mí.
Roma, San Juan de Letrán, 24 abril de2023
Francisco