«Esa jornada y media que pasé entre vosotros para mí fue una consolación. Un momento de gran calor humano – hecho con leña piamontesa, que no calienta enseguida, sino cuando pasa un poco de tiempo y ¡después dura! —. Un momento de familia». Con estas palabras el Papa Francisco se dirigió a los 400 peregrinos que vinieron desde la diócesis de Asti, recordando la visita realizada el 19 y 20 de noviembre. La audiencia – abierta por el saludo del obispo de Asti, monseñor Marco Prastaro — tuvo lugar en la mañana del viernes 5 de mayo en la Sala Clementina. A continuación, el discurso del Pontífice.
¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días y bienvenidos!
Doy las gracias al obispo y estoy contento de acoger vuestra peregrinación, que renueva en mí los recuerdos y los sentimientos de la visita a Asti, el pasado mes de noviembre, para la fiesta de Cristo Rey.
Esa jornada y media que pasé entre vosotros para mí fue una consolación, un poco volver a las raíces. Un momento de gran calor humano – hecho con leña piamontesa, que no calienta enseguida, sino cuando pasa un poco de tiempo y ¡después dura! —. Un momento de familia, en sentido amplio: familia de origen, las raíces, los encuentros con mis parientes; familia de la Iglesia, la celebración en la Catedral, con la participación de todo el pueblo de Dios; y después la familia de la comunidad civil, la colaboración con las autoridades, la presencia de la gente. Este sentido de calor humano que decía no es solo una emoción, no, es calor humano de Asti, ¡es algo vuestro! Se encendió en mí mirando vuestros rostros alegres, sintiendo vuestro afecto, viendo que hay una familia que va adelante, que camina en el camino del Evangelio, con todos los límites y las dificultades. Y esto lo he visto también en las cartas que la gente de Asti me escribió, muchas cartas, y algunas contaban problemas y de cómo se podían resolver. Una cercanía muy grande. Para mí también estas cartas fueron un consuelo. Espero haber respondido a todas, no estoy seguro.
Y entonces podemos pararnos un poco en esta palabra: familia. Porque es una realidad que ha cambiado mucho, y está cambiando, y sin embargo la familia permanece un valor-clave. ¿Pero sabéis cuándo fue la verdadera “revolución” de la familia? ¿Sabéis quién la hizo? Es fácil responder, porque las novedades, las de verdad, en este mundo las trajo uno solo: Jesucristo. La verdadera revolución de la familia la hizo Él. Y también la familia, Él, la ha renovado, la ha transformado. ¿En qué sentido? Nos lo dice un episodio del Evangelio, donde hay una de esas palabras de Jesús que nos ha dejado desconcertados, nos ponen en crisis. Lo cuentan los tres sinópticos Mateo, Marcos y Lucas. Jesús está predicando en medio de sus discípulos y a otra gente y en un determinado momento le dicen: “Aquí fuera están tu madre y tus hermanos que desean hablarte”. ¿Recordáis qué responde Jesús? Él dirige la mirada a los que estaban a su alrededor y dice: “Estos son mi madre y mis hermanos”. Y añade: “porque quien cumpla la voluntad de Dios, ése es mi hermano, mi hermana, mi madre” (cfr Mt 12,46-50; Mc 3,31-35; Lc 8,19-21). Esta palabra de Jesús, si lo pensamos bien, genera una forma nueva de entender la familia.
¿Veis? Al principio me he dirigido a vosotros llamándoos “hermanos y hermanas”. No es solo una fórmula, una forma de hablar convencional. No. Es una realidad, una realidad nueva generada por Jesucristo. Y como os decía, esta palabra de Jesús ha renovado radicalmente la familia, por lo que el vínculo es más fuerte, más importante para nosotros cristianos ya no es el de sangre, sino que es el amor de Cristo. Su amor transforma la familia, la libera de las dinámicas del egoísmo, que derivan de la condición humana y del pecado, la libera y la enriquece con un vínculo nuevo, aún más fuerte pero libre, no dominado por los intereses y las convenciones del parentesco, sino animado por la gratitud, el renacimiento, el servicio recíproco.
Hermanos y hermanas de Asti, he querido compartir esta reflexión con vosotros porque en vuestra tierra están las raíces paternas de mi familia. ¡Las raíces son importantes! Y nosotros damos gracias a Dios por el don de la vida y por esos que nos la han transmitido. Pero sobre todo damos gracias porque Jesucristo nos ha llamado a formar parte de su familia, en la cual lo que cuenta es hacer la voluntad del Padre que está en los cielos. Y esta nueva familia de Jesús, mientras da un sentido nuevo a las relaciones familiares – entre los cónyuges, entre padres e hijos, entre hermanos -, al mismo tiempo hace “fermentar” también la vida de la comunidad eclesial y de la civil. Por ejemplo, hace crecer la gratuidad, el respeto, la acogida, y otros valores humanos.
Y aquí encuentro el sentido de la expresión “Fratelli tutti”, que habéis elegido como nombre para el nuevo Ambulatorio destinado a las personas más desfavorecidas. “Fratelli tutti” quiere decir que ahí, en ese ambiente, la familia la formarán las personas que serán curadas junto a los médicos, a los enfermeros y a todos los otros voluntarios que trabajarán. Una familia para este trabajo de cuidar a los enfermos.
Y así en la ciudad, en los países, en las parroquias, la palabra “fraternidad” no es solo una bonita forma de hablar, un ideal para soñadores, sino que tiene un fundamento, Jesucristo, que nos ha hecho a todos hermanos y hermanas, y tiene un camino, el Evangelio, es decir el camino para caminar en el amor, en el servicio, en el perdón, en el llevar los pesos los unos de los otros.
Así, queridos, un punto de reflexión que comparto con vosotros, recordando la experiencia vivida en Asti. Muchas gracias por venir; llevad mis saludos a los que no pudieron venir.
Y ahora os invito a rezar juntos el “Padre Nuestro”, y luego os doy la bendición, a ustedes ya toda la comunidad diocesana. ¡Y por favor, no olviden rezar por mí! Gracias.