«Al dar voz a aquellos que a menudo están sin voz, vosotros testimoniáis la dignidad concedida por Dios a cada persona». Lo subrayó el Papa dirigiéndose, antes de la audiencia general del miércoles 26 de abril, a los miembros de la Catholic Extension Society, recibidos en la sala adyacente del Aula Pablo vi.
Eminencia, excelencia, queridos amigos,
dirijo una cordial bienvenida a todos vosotros de la Catholic Extension Society, que os habéis reunido esta semana en Roma. Vuestra presencia me ofrece la oportunidad de expresaros sentida gratitud por el compromiso para dar asistencia a las diócesis misioneras, en particular en Estados Unidos, y por cuidar de las necesidades de los pobres y de los más vulnerables. Os doy las gracias también por la valiosa contribución, tanto a nivel eclesial como civil, para la reconstrucción en Puerto Rico después de los huracanes y los terremotos que han devastado la isla en los últimos años. Y también, felicito a sor Norma Pimentel, ganadora del Premio “Spirit of Francis”, por el servicio que presta a tantos hombres, mujeres y niños que llegan a la frontera meridional de Estados Unidos – esa frontera es caliente caliente – buscando un futuro mejor. Y es también hermoso ver aquí representados a grupos de varios orígenes culturales que la Catholic Extension Society sostiene. ¡Gracias!
Vosotros, en el intento de edificar el Cuerpo de Cristo, la Iglesia (cfr Ef 4,12), y al dar voz a aquellos que a menudo están sin voz, testimoniáis la dignidad concedida por Dios a cada persona. Esto es particularmente importante a día de hoy, mientras que la Iglesia entera está emprendiendo un camino común en la vía de la sinodalidad. Escuchar e incluir las experiencias y las perspectivas de todos, especialmente de aquellos que se encuentran en los márgenes de la sociedad, enriquece la vida y el ministerio eclesiales; porque la Iglesia es como un gran tapiz, hecho de muchos hilos que proceden de pueblos, lenguas y culturas diferentes, pero están tejidos en unidad por el Espíritu Santo. El Espíritu, de hecho, crea unidad armonizando la multiplicidad de los miembros del Cuerpo de Cristo y la diversidad de sus dones. Al respecto, me alegra vuestra preocupación al poner en el centro de la acción pastoral de la Iglesia a los que a menudo son víctimas de la actual “cultura del descarte”; de tal forma que su voz puede ser oída y la sociedad entera puede beneficiarse de ello.
Queridos amigos, os animo a seguir expresando “el estilo de Dios” en la obra que realizáis. El estilo de Dios nunca es distante, desapegado o indiferente. Al contrario, es un estilo de cercanía, compasión y ternura. Este es el estilo de Dios: cercanía, compasión y ternura. Dios va así, eso es el estilo que tiene. Deseo que vuestro servicio refleje siempre estas cualidades, cercanía, compasión y ternura – cercanía, compasión y ternura –, mostrando que el Señor se acerca a nuestra vida, que siente compasión por cuantos se encuentran en situaciones difíciles, que su amor nos llama a relacionarnos con Él y a ver a nuestro prójimo como un verdadero hermano o una verdadera hermana. Por tanto, la Iglesia agradece cada expresión de caridad fraterna y de preocupación hacia quien está en la necesidad, porque así la amorosa misericordia de Dios se convierte en visible y el tejido de la sociedad se consolida y se renueva.
Deseo expresaros una vez más el reconocimiento por vuestro compromiso en la Iglesia y os felicito por vuestro trabajo. Sobre vosotros, sobre vuestras familias y sobre todos aquellos que servís, invoco al Señor, para que os bendiga con su sabiduría y con su fortaleza. ¡Y os pido, por favor, que recéis por mí porque yo también lo necesito! Gracias.