Publicamos el texto italiano del discurso que Tawadros ii pronunció en árabe dirigiéndose a Francisco al inicio de la audiencia.
¡En el nombre del Papa Francisco y del Hijo y del Espíritu Santo, Amén!
Amado Hermano, Su Santidad Papa Francisco,
Eminencias, Reverendísimos Padres, señoras y señores,
deseo transmitirle mis felicitaciones, en nombre también de los miembros del Santo Sínodo y de todos los organismos de la Iglesia copto-ortodoxa en Egipto y en el extranjero, y le felicito en el 10º aniversario de su divina elección como Papa y Obispo de Roma. Aprecio todo lo que usted ha hecho en este periodo de servicio al mundo entero en todos los campos y rezo para que Cristo le conserve en plena salud y le conceda la bendición de una larga vida. ¡Cristo ha resucitado, verdaderamente ha resucitado!
Ahora miro este lugar y vuelvo con la memoria a hace diez años, en esta misma fecha, y recuerdo su queridísimo afecto al acogerme junto a la delegación de la Iglesia copta durante mi primera visita, y como hemos pasado junto a usted un tiempo santo y lleno de amor fraterno con el cual nos ha colmado.
Este amor se ha convertido en un signo y un lema que celebramos cada año en la “Jornada del amor fraterno”. Hablamos y nos escribimos para renovarlo cada año, y es un día que encarna el espíritu cristiano y el amor que nos reúne en el servir a Dios y en el servir a nuestros hermanos y hermanas en humanidad, para que podamos realizar en nosotros lo que dijo Juan el amado: «Queridos, amémonos unos a otros, ya que el amor es de Dios, y todo el que ama ha nacido de Dios y conoce a Dios» (1 Jn 4, 7).
Hemos elegido el amor, también si vamos contracorriente respecto al mundo ávido y egoísta; hemos aceptado el desafío del amor que Cristo no pide y seremos verdaderos cristianos y el mundo se volverá más humano, porque todo el mundo sabrá que Dios es amor y que este es su nombre más alto.
¡Santo Padre!
Esta fecha coincide también con el 50º aniversario de la visita de Su santidad el Papa Shenouda iii a Su Santidad el Papa Pablo vi , y que esto la hace aún más importante e influyente para las relaciones entre nuestras Iglesias.
No me olvido de darle las gracias con tanta alegría por su valiosa visita en Egipto en 2017, que fue una grandísima bendición para todo Egipto cuando dijo: «No estamos solo en este camino apasionante que, como en la vida, no es siempre fácil ni lineal. A través de ello Dios nos exhorta a seguir recorriendo, nos impulsa al amor por ser de ahora en adelante una imagen viviente de la Jerusalén celeste». Caminando juntos en el camino de la vida, teniendo presente que, «esta es la promesa que él mismo os hizo: la vida eterna» (1 Jn 2, 25), acompañándonos y sosteniéndonos con las oraciones según esta promesa. No obstante las diferencias de nuestras raíces y pertenencias, nos reúne el amor de Cristo que vive en nosotros y la fila de nuestros padres apóstoles y de los santos que nos rodea y nos guía.
Hemos venido a vosotros, en esta bendita mañana, desde la Tierra donde el Apóstol Marcos predicó, y su cátedra fue establecida en Alejandría para ser una de las sedes apostólicas más antiguas del mundo, la tierra de Egipto. La historia y la civilización dicen que pertenece a la naturaleza: su padre es la historia y su madre la geografía.
Vengo a vosotros de la Iglesia copta fundada en la antigüedad por una profecía del libro del profeta Isaías: «En aquel día habrá un altar en la tierra de Egipto y una estela en su confín». Fue santificada con la visita de la Sagrada Familia, que bendijo la tierra de oriente a occidente, de norte a sur.
Egipto desde donde se difundió y afirmó el monaquismo cristiano con sus santos Antonio, Macario y Pacomio, inspirando la escuela de Alejandría, faro de la teología en la historia, que fue y es todavía un lugar sagrado para la oración delante de Dios. Y creemos que esté conservada no solo en las manos de Dios sino también en su corazón.
Me encuentro aquí de pie en el lugar donde predicaron los apóstoles Pablo y Pedro y me alegra encontrarme con ustedes en esta magnífica plaza; contemplo estas columnas que sostienen este lugar, recordando la promesa de Dios a los ángeles de Filadelfia: «Al vencedor le pondré de columna en el Santuario de mi Dios, y no saldrá fuera ya más» (Ap 3,12). Pido a todos vosotros tener fe en esta promesa, para vencer al mal del mundo, con todas sus debilidades como nos han enseñado nuestros padres, y estar a la altura de la responsabilidad que tenemos, y vivir como dulce perfume de Cristo en este mundo y reunirnos por su paz.
En este mundo caminamos como caminó Él, cantamos con David en su salmo: «Ajustando mis pasos; por tus veredas no vacilan mis pies» (17, 5), e invocamos para todo el mundo una paz que trascienda toda mente, rezando para que llegue en todo dónde y para que sea la prioridad de los jefes y de los pueblos.
Rezo con usted hoy para que Dios pueda escuchar nuestras oraciones.
¡Gracias a todos!