Durante el segundo día de su viaje apostólico a Hungría, el Papa Francisco se reunió con los jesuitas que viven en ese país. El Papa llegó a eso de las 18:00 a la Nunciatura, en cuya sala lo esperaban 32 jesuitas, entre los que se encontraba el Provincial, el p. Attila András. Saludó a muchos de ellos, uno por uno. El encuentro comenzó con el saludo de bienvenida del padre András, que presentó además la situación de la Provincia. Cuando terminó, el Papa le agradeció las palabras y dijo: «ahora, hagan las preguntas que quieran. ¡Gracias!». Los jesuitas habrían querido darle un regalo por cada respuesta que diera: «un juego», dijo un compañero del Provincial, el p. Koronkai Zoltán. Francisco rio con ganas, pero pidió que primero hicieran las preguntas, y luego entregaran los regalos todos juntos, porque temía que el tiempo no fuera suficiente.
La primera pregunta se refiere a la pastoral juvenil: ¿cómo comportarse con los jóvenes?
Para mí, la palabra es «testimonio». Sin testimonio no se puede hacer nada. Se acaba como esa bonita canción de Mina: «parole, parole, parole…». Sin testimonio no se hace nada. Y dar testimonio significa coherencia de vida.
Querido Papa Francisco, es una alegría tenerlo con nosotros. ¿Qué lo ha impulsado a volver a Hungría después de su viaje en 2021?
La razón es que la primera vez tenía que ir a Eslovaquia, pero en Budapest se estaba realizando el Congreso Eucarístico, por lo que solo pude pasar unas pocas horas. Me prometí volver, y volví.
¿Como debemos comportarnos con los jóvenes en formación en la Compañía de Jesús, y con los jóvenes en general? ¿Qué consejo nos puede dar?
Hablar claro. Alguien decía que para ser un buen jesuita hay que pensar claro y hablar oscuro. Pero con los jóvenes no debe ser así: hay que hablar con claridad, mostrarles coherencia. Los jóvenes tienen olfato para detectar la falta de coherencia. A los jóvenes en formación hay que hablarles como adultos, como se habla a un hombre, no a un niño. E introducirlos en la experiencia espiritual, prepararlos para la gran experiencia espiritual, que son los Ejercicios. Los jóvenes no toleran el doble lenguaje, para mí esto está claro. Pero hablar con claridad no significa en absoluto ser agresivos. La claridad debe ir acompañada siempre por la amabilidad, la fraternidad y la paternidad.
La palabra clave es «autenticidad». Que los jóvenes digan lo que sienten. Para mí es importante el diálogo entre los jóvenes y los ancianos: conversar, discutir. Me espero autenticidad, que se digan las cosas como son, las dificultades, los pecados… Y tú, como formador, tienes que enseñar a los jóvenes la coherencia. Es importante, luego, que los jóvenes dialoguen con las personas mayores. Los ancianos no pueden estar en la enfermería solos: deben estar en comunidad, para que exista un intercambio entre ellos y los jóvenes. Recuerden la profecía de Joel: los ancianos tendrán sueños y los jóvenes serán profetas. La profecía de un joven nace de una relación de ternura con los ancianos. «Ternura», es una palabra clave de Dios: cercanía, compasión y ternura. Por esta vía no nos equivocaremos nunca. Este es el estilo de Dios.
Querría hacerle una pregunta sobre el tema del amor cristiano por quien ha cometido abusos sexuales. El Evangelio nos pide amar, ¿pero cómo se puede amar, al mismo tiempo, a las personas que han sufrido abusos y a sus abusadores? Dios ama a todos. También los ama a ellos. ¿Pero nosotros? Sin ocultar nunca nada, por supuesto, ¿qué podemos hacer para amar a los abusadores? Quisiera ofrecer la compasión y el amor que el Evangelio me pide para todos, incluso para el enemigo. Pero, ¿cómo es posible?
No es para nada fácil. Hoy hemos comprendido que la realidad del abuso es muy amplia: hay abusos sexuales, psicológicos, económicos, con los inmigrantes… Tú te refieres a los abusos sexuales. ¿Cómo acercarnos, cómo hablar con los abusadores por los que sentimos repugnancia? Sí, ellos también son hijos de Dios. Pero, ¿cómo podemos amarlos? Tu pregunta es muy fuerte. El abusador debe ser condenado, sin duda, pero como un hermano. Una condena entendida como un acto de caridad. Hay una lógica, una forma de amar al enemigo que se expresa así. Y no es fácil comprenderla y vivirla. El abusador es un enemigo. Cada uno de nosotros lo siente así porque empatiza con el sufrimiento de los abusados. Cuando sentimos lo que el maltrato deja en el corazón de los abusados, la impresión que nos llevamos es tremenda. Incluso hablar con el abusador nos provoca repulsión, no es fácil. Pero ellos también son hijos de Dios. Y se necesita una pastoral para ellos. Merecen un castigo, pero también atención pastoral. ¿Cómo hacerlo? No, no es fácil. Tienes razón.
¿Cuál era su relación con el padre Ferenc Jálics? ¿Qué ocurrió? ¿Cómo vivió usted, como Provincial, aquella trágica situación? Usted recibió duras acusaciones…
Los padres Ferenc Jálics y Orlando Yorio trabajaban en un barrio popular, y trabajaban bien. Jálics fue mi padre espiritual y mi confesor durante los primeros dos años de teología. En el barrio en que trabajaba había una célula guerrillera. Pero los dos jesuitas no tenían nada que ver con ellos: eran pastores, no políticos. Pero fueron hechos prisioneros, siendo inocentes. No encontraron nada con que acusarlos, pero tuvieron que cumplir nueve meses de cárcel, sufriendo amenazas y torturas. Luego fueron liberados, pero estas cosas dejan heridas profundas. Jálics vino a verme inmediatamente, y charlamos. Yo le aconsejé ir a ver a su madre a Estados Unidos. La situación era realmente demasiado incierta y confusa. Después surgió la leyenda de que había sido yo el que los había entregado para que fueran encarcelados. El mes pasado, la Conferencia Episcopal Argentina publicó dos tomos, de los tres previstos, con todos los documentos relacionados con lo que ocurrió entre la Iglesia y los militares. Ahí está todo.
Pero volvamos a los hechos que les estaba contando. Cuando se fueron los militares, Jálics me pidió permiso para venir a Argentina y hacer un curso de Ejercicios espirituales. Lo hice venir, e incluso celebramos una misa juntos. Después lo volví a ver como arzobispo y luego también como Papa: vino a Roma a verme. Siempre habíamos tenido esta relación. Pero cuando vino a verme al Vaticano la última vez, vi que sufría porque no sabía cómo hablarme. Había una distancia. Las heridas de esos años pasados permanecían en mí y en él, porque los dos vivimos esa persecución.
Algunos en el gobierno querían «cortarme la cabeza», y sacaron a relucir no tanto este asunto de Jálics, sino que pusieron en duda todo mi modo de actuar durante la dictadura. Entonces, me llamaron a juicio. Me dieron la posibilidad de elegir el lugar en el cual realizar el interrogatorio. Elegí hacerlo en el episcopio. Duró 4 horas y 10 minutos. Uno de los jueces insistía mucho en mi modo de comportarme. Yo siempre respondí con la verdad. Pero, para mí, la única pregunta seria y bien fundada, fue la del abogado que pertenecía al Partido Comunista. Y gracias a esa pregunta las cosas se aclararon. Al final, se comprobó mi inocencia. Pero en ese juicio no se habló casi nada de Jálics, sino de otros casos de personas que habían pedido ayuda.
He vuelto a ver aquí, en Roma, como Papa, a dos de los jueces. Uno de ellos junto a un grupo de argentinos. No lo había reconocido, pero tenía la impresión de haberlo visto. Lo miraba y lo miraba, y me decía: «a este lo conozco». Me dio un abrazo y se marchó. Lo volví a ver una vez más, y se presentó. Le dije: «merezco ser castigado cien veces, pero no por ese motivo». Le dije que estuviera en paz con esta historia. Sí, merezco ser juzgado por mis pecados, pero sobre este punto quiero ser claro. Vino también otro de los tres jueces, y me dijo claramente que habían recibido indicaciones del gobierno para condenarme.
Pero quiero agregar que cuando Jálics y Yorio fueron apresados por los militares, la situación que se vivía en Argentina era confusa y no estaba para nada claro qué se debía hacer. Yo hice lo que sentía que tenía que hacer para defenderlos. Fue una situación muy dolorosa.
Jálics era un buen hombre, un hombre de Dios, un hombre que buscaba a Dios, pero fue víctima de un entorno al que no pertenecía. Él mismo se dio cuenta. Era el entorno de la guerrilla activa en el lugar donde él se desempeñaba como capellán. Pero en la documentación que ha sido publicada en dos tomos, podrán encontrar la verdad sobre este caso.
El Concilio Vaticano ii habla de la relación entre la Iglesia y el mundo moderno. ¿Cómo podemos conciliar la Iglesia con la realidad, que hoy está más allá de lo moderno? ¿Cómo encontrar la voz de Dios amando nuestro tiempo?
No sabría responderte teóricamente, pero te aseguro que el Concilio está todavía en vías de aplicación. Dicen que se necesita un siglo para asimilar un Concilio. Y sé que las resistencias son terribles. Hay un restauracionismo increíble. Lo que yo llamo en italiano «indietrismo»[1], como dice la Carta a los Hebreos 10,39: «Nosotros no somos de los que se vuelven atrás». El flujo de la historia y de la gracia va desde abajo hacia arriba, como la savia de un árbol que da fruto. Sin este flujo, somos una momia. Retrocediendo no se conserva la vida, nunca. Hay que cambiar, como escribe San Vicente de Lerins, cuando afirma en Commonitórium primum que también el dogma de la religión cristiana progresa, consolidándose con los años, desarrollándose con el tiempo, profundizándose con la edad. Pero esto es un cambio desde abajo hacia arriba. El peligro hoy es el indietrismo, la reacción contra lo moderno. Es una enfermedad nostálgica. Este es el motivo por el cual decidí que en adelante la concesión de celebrar según el Misal Romano de 1962 fuese obligatoria para todos los sacerdotes recién consagrados. Después de todas las consultas necesarias, lo hice porque vi que esa medida pastoral, bien hecha por Juan Pablo ii y Benedicto xvi , estaba siendo usada de modo ideológico, para retroceder. Había que parar este indietrismo, que no formaba parte de la visión pastoral de mis predecesores.
Dentro de tres semanas tendrá lugar mi ordenación sacerdotal. ¿Recuerda usted cómo fue la suya? ¿Podría darle un consejo a un sacerdote recién ordenado?
Éramos cinco. Solo dos seguimos vivos. Tengo un bonito recuerdo. Y estoy agradecido de mis superiores, que nos prepararon bien, y realizaron una celebración bella, simple, sin pompa ni ostentación, en el jardín de la Facultad. Bonitos momentos. Y fue bonito para mí también ver que estaba presente un grupo de mis amigos, compañeros del laboratorio químico en el que trabajaba, todos ateos y comunistas. ¡Estaban presentes! Una de ellas fue secuestrada y luego asesinada por los militares. Quieres un consejo: ¡no des la espalda a los viejos!
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Al final, Francisco se levantó y dijo: «Muchas gracias por esta visita. Podríamos rezar a la Virgen y luego les doy la bendición». Después le entregaron varios regalos, cada uno acompañado de una explicación detallada. A continuación, Francisco saludó individualmente a los que no había saludado al entrar, y luego se tomaron una foto grupal.
1Del italiano «indietro»: qué mira hacia atrás (Nota del traductor).
Antonio Spadaro