A última hora de la mañana del domingo 30 de abril, al final de la misa celebrada en Budapest en la plaza Lajos Kossuth, el Papa dirigió el rezo del Regina Caeli. Publicamos, a continuación, las palabras introductorias del Pontífice.
Agradezco al cardenal Erdő sus palabras. Saludo a la señora Presidenta, al Primer Ministro y a las autoridades presentes. Ya próximo a regresar a Roma, deseo expresarles mi agradecimiento a ellos, a los hermanos obispos, a los sacerdotes, a las consagradas y a los consagrados, y a todo el amado pueblo húngaro por la acogida y el afecto que he sentido en estos días. Y manifiesto mi gratitud a los que han venido desde lejos y a los que han trabajado tanto y tan bien por esta visita. A todos les digo: köszönöm, Isten fizesse! [¡gracias, que Dios los recompense!] Un recuerdo especial por los enfermos y los ancianos, por quienes no han podido estar aquí, por quienes se sienten solos y por quienes han perdido la fe en Dios y la esperanza en la vida. Estoy cerca de ustedes, rezo por ustedes y los bendigo.
Saludo a los diplomáticos y a los hermanos y hermanas de otras confesiones cristianas. Gracias por su presencia y gracias porque en este país diversas confesiones y religiones se encuentran y se sostienen recíprocamente. El cardenal Erdő ha dicho que aquí se vive “en la frontera oriental de la cristiandad occidental desde hace mil años”. Es hermoso que las fronteras no representen barreras que separan, sino zonas de contacto; y que los creyentes en Cristo pongan en primer lugar la caridad que une y no las diferencias históricas, culturales y religiosas que dividen. Nos congrega el Evangelio y es volviendo allí, a las fuentes, donde el camino entre los cristianos proseguirá según la voluntad de Jesús, Buen Pastor, que nos quiere unidos en un solo rebaño.
Nos dirigimos ahora a la Virgen. A ella, Magna Domina Hungarorum, a quien invocan como Reina y Patrona, le encomiendo a todos los húngaros. Y desde esta gran ciudad y desde este noble país quisiera confiar de nuevo a su corazón la fe y el futuro de todo el continente europeo, en el que he estado pensando estos días y, de modo particular, la causa de la paz. Santísima Virgen, mira a los pueblos que más sufren. Mira sobre todo al cercano y martirizado pueblo ucraniano y al pueblo ruso, consagrados a ti. Tú eres la Reina de la paz, infunde en los corazones de los hombres y de los responsables de las naciones el deseo de construir la paz, de dar a las jóvenes generaciones un futuro de esperanza, no de guerra; un futuro lleno de cunas, no de tumbas; un mundo de hermanos, no de muros.
Acudimos a ti, Santa Madre de Dios: después de la resurrección de Jesús acompañaste los primeros pasos de la comunidad cristiana, haciéndola perseverante y unánime en la oración (cf. Hch 1,14). Así mantuviste unidos a los creyentes, preservando la unidad con tu ejemplo dócil y servicial.
Te pedimos por la Iglesia en Europa, para que encuentre la fuerza de la oración; para que descubra en ti la humildad y la obediencia, el ardor del testimonio y la belleza del anuncio. A ti te encomendamos esta Iglesia y este país. Tú, que exultaste por tu Hijo resucitado, llena nuestros corazones de su alegría. Queridos hermanos y hermanas, les deseo que difundan la alegría de Cristo: Isten éltessen! [¡Felicidades!]. Agradecido por estos días, los llevo en el corazón y les pido que recen por mí. Isten áld meg a magyart!
[¡Que Dios bendiga a los húngaros!]