Publicamos, a continuación, los testimonios presentados al Papa durante el encuentro en la iglesia de Santa Isabel de Hungría.
Brigitta Kanalas, madre de Máriapócs (Eparquía de Nyíregyháza)
Ya de niña sufrí muchas penurias, junto con mis hermanos y hermanas. Trabajábamos en el campo para poder comer. Me casé a los 17 años.
Durante un tiempo todo fue bien, pero tras el nacimiento de nuestro tercer hijo nos endeudamos. Tuve que hacer dos turnos en el trabajo. Fue entonces cuando empezaron los problemas con mi marido, que empezó a beber. Durante años mantuve sola a la familia. Cuando la situación se hizo intolerable, nos refugiamos en una casa que estaba casi en ruinas. El techo de la habitación estaba roto y no había electricidad ni agua. Un amigo se ofreció a acoger a mi hija menor en su casa hasta que encontráramos alojamiento, pero los familiares de mi marido me denunciaron por no ocuparme de mis hijas y los servicios sociales querían llevárselas. Estaba desesperada, lloraba. En aquel momento, ni siquiera sospechaba que había gente intentando ayudarme. La iglesia greco-católica local se unió a mí.
Recé a Dios para que me ayudara a encontrar el camino. Invocaba a la Virgen María para que, como madre que era, salvara a mis hijos. Y sentí que el Señor estaba conmigo, sólo tenía que confiar en Él.
Y he aquí que en la escuela greco-católica me dieron un nuevo contrato indefinido con un sueldo más alto. Nos ofrecieron una propiedad fuera de la Iglesia y nos permitieron mudarnos. Recibí el apoyo afectuoso de la gente de la Iglesia greco-católica, a la que nunca olvidaré. Todo parecía resuelto.
Pero mi alma seguía perturbada; quería vengarme de los que me habían hecho daño. Siempre me despertaba de la misma manera: enfadada, impetuosa. De repente, mi hija pequeña cayó enferma. Entonces entré en razón.
Lloré y pedí perdón ante la imagen de Nuestra Señora.
Poco después, el padre de mis hijos ingresó en el hospital. Tuvieron que reanimarlo varias veces y luego dormirlo porque tenía convulsiones. Mi hija mayor lloraba mucho, incluso por la noche, compadeciéndose de su padre. Yo me atormentaba... Rezaba. Finalmente, al tercer día entré en la iglesia. Le pedí a la Virgen que me perdonara por todo el mal que había hecho a los demás y que intercediera por la curación del padre de mis hijos.
Al día siguiente fui al hospital. Por primera vez en una semana, le despertaron sin convulsiones. Me miró y me dijo: ¿estás aquí? A partir de entonces, mejoró cada día.... Creo que ese fue el momento en que por fin me reconcilié y me acurruqué completamente en la palma de la mano de Dios.
Oleg Yakovlev con su familia de refugiados (padre, madre y cinco hijos, Ucrania)
Santo Padre:
Muchas gracias por permitirme compartir con Su Santidad nuestra historia y nuestra gratitud en nombre de los refugiados de Ucrania.
En mayo de 2022, estallaron misiles en Dnipro y otras ciudades durante toda la noche y muchos edificios se derrumbaron. Cuando nuestra familia estuvo en peligro, decidimos mudarnos. Mi esposa Lyudmila y yo tenemos cinco hijos, Daniel, Maria, Alexandra, Iliya y Elizaveta, y para proteger sus vidas, pensamos que no teníamos más remedio que marcharnos. No sabíamos cuándo volveríamos a tener un techo bajo el que cobijarnos. Pero, ¿adónde ir? Una vez, hace 46 años, serví como cocinero-soldado en Hungría y hasta hoy recuerdo bien la hospitalidad y amabilidad de los húngaros, incluso aprendí un poco el idioma. Sabía que si escapábamos, iríamos a Hungría, aunque Budapest está muy lejos, a más de 1.500 kilómetros de Dnipro.
El viaje duró varios días, estábamos muy cansados, pudimos llevar muy poco con nosotros. Cuando llegamos a Hungría, en un primer momento hubo buenas personas que se preocuparon de dar alojamiento a nuestra familia y nos prestaron la ayuda que necesitábamos. Más tarde, nos acogieron en el Centro de Integración de Cáritas Católica. Recibimos ayuda económica tangible en forma de vales, lo que fue un salvavidas para mi familia en los primeros días de pobreza, y también nos dio ánimos y esperanza. Para nosotros y nuestros hijos, Hungría fue el comienzo de una nueva vida, una nueva posibilidad. Aquí nos acogieron y encontramos un nuevo hogar.
Muchos han sufrido y siguen sufriendo a causa de la guerra.
Estamos muy agradecidos a Su Santidad por hablar en favor de la paz y por defender a las víctimas de la guerra, y también estamos agradecidos por el afecto de los fieles católicos y por sus oraciones, que no sólo nos ayudan, sino que nos fortalecen.
Mis hijos han preparado una canción de acción de gracias para los trabajadores de Cáritas Hungría, que nos gustaría interpretar ahora ante el Santo Padre. En esta canción, nuestra familia quiere expresar al mismo tiempo respeto por las víctimas, gratitud por quienes les ayudaron, deseo de paz y oración.
Que Dios nos bendiga a todos. ¡Paz y armonía!
[canciones con música de los niños: Nich yaka misyachna de Mykhailo Starytsky (texto) y Mykola Lysenko (música), Libertango del compositor argentino Astor Piazzolla].
Zoltán Kunszabó, diácono permanente, líder comunitario, y Anna Pataki (Sra. Kunszabó), fundadora del servicio “Uno Solo” (Budapest)
(Zoltán Kunszabó) Santo Padre:
Nuestra comunidad, la Comunidad Católica “Nueva Jerusalén”, que este año celebra su 25 aniversario, anuncia el Evangelio de Jesucristo a todos. Por eso, desde el principio, hemos estado en contacto con los pobres y hemos tratado de ayudarles de todas las maneras posibles. Pero sentimos que esto no era suficiente. Durante la misión de la ciudad de Budapest en 2007, el Espíritu Santo puso en nuestros corazones el pensamiento de que necesitábamos un lugar donde pudiéramos estar con ellos todos los días. Así nació el Servicio “Uno Solo”.
En Budapest hay 2.246 personas que viven en albergues (residencias) para personas sin hogar y 436 que viven en la calle. Sin embargo, el número de personas en riesgo de quedarse sin hogar es mucho mayor: entre nuestros huéspedes hay personas sin familia que han crecido en instituciones, personas con problemas psiquiátricos, drogadictos, personas que han salido de la cárcel. Pero también madres y abuelas abandonadas que crían solas a sus hijos, e incluso ancianos.
Nuestro centro sirve desayunos y comidas para una media de 150 personas. Tenemos instalaciones para bañarse, lavar la ropa, buscar alojamiento y trabajo, y tramitar sus asuntos oficiales. Somos los únicos de la ciudad que podemos pagar los medicamentos recetados para todos. Nuestro programa “Acércate a mí” proporciona asistencia planificada a largo plazo.
(Anna Pataki) Según nuestra experiencia, el principal problema de nuestros huéspedes sin techo no es la vivienda, sino el agotamiento de sus recursos interiores y la falta de relaciones humanas de apoyo. Es Jesús, la Palabra viva, quien sana sus corazones y sus relaciones, porque la persona se reconstruye desde dentro. Cualquiera que experimente su valor, aunque sea por un momento, en la presencia de Dios, puede comenzar una nueva vida con Cristo, recuperando su dignidad. Por eso tenemos regularmente oraciones de alabanza, liturgias, confesiones y adoración eucarística. Por eso también ofrecemos oportunidades de preparación para los sacramentos a nivel local.
Estos programas no son obligatorios, pero nuestros huéspedes asisten a ellos con espíritu de apertura. Para nosotros es una gran alegría ser testigos de la plena recuperación de la vida de una persona, como ocurrió, por ejemplo, en el caso de nuestros hermanos Gyula y Tamás aquí presentes. Casi la mitad de nuestro personal son antiguos huéspedes de nuestro centro que se han convertido en verdaderos colegas.
Nuestros ministerios no habrían sido posibles sin el apoyo de nuestras oraciones diarias como pareja y el apoyo de nuestros cinco hijos, que trabajan con nosotros.
Por todo ello, ¡gloria a Dios, pues sólo podemos ser testigos de Su acción entre los pobres a los que tanto ama!