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Las religiosas voluntarias en prisiones se unen

Una capellanía en prisión, ¿por qué no?

 Una cappellania carceraria, perché no?  DCM-005
06 mayo 2023

No son las monjitas de los caramelos y el ganchillo. Las aproximadamente 250 mujeres que desde hace un par de años componen la rama de la pastoral penitenciaria de la Usmi (Unión de Superioras Mayores de Italia) tienen un proyecto y un horizonte: llevar la especificidad de la mujer al voluntariado en prisión; construirse como un grupo que sigue caminos comunes de formación; buscar continuidad en las tareas para poder aplicarla a los proyectos de los distintos centros penitenciarios; y, aunque como voluntarias, -y por lo tanto en otro nivel-, colaborar en igualdad de condiciones con los capellanes penitenciarios, que son empleados de la administración penitenciaria y tienen la “titularidad” de la gestión de la asistencia religiosa.

“Cuando llegué en 2020 había una organización embrionaria, con una religiosa que coordinaba con la inspección y con los capellanes. Así seguimos durante un tiempo y luego nos convertimos en la sección de pastoral penitenciaria de la Usmi, con un logo y una estructura. En otras palabras, hemos llegado a casa porque, como mujeres consagradas que trabajan en prisión, como todas las demás dimensiones pastorales, somos parte de Usmi”, explica sor Nicoletta Vessoni, de la Congregación de las Hermanas de la Pobreza de Bérgamo, una fuerza de la naturaleza nacida en 1950 que es la coordinadora de este proyecto en el que participan muchas mujeres que se acercan al mundo del voluntariado penitenciario. “Somos una “coordinadora de mujeres consagradas” en la que confluyen religiosas, consagradas, laicas consagradas, institutos como Villaregia, Ordo virginum… lo que nos une es la especial consagración”.

Se ha construido una red con referentes regionales. Así que nos propusimos el objetivo de ampliar horizontes: “Nosotras no trabajamos solo dentro de las prisiones, es un mundo mucho más amplio, más complicado, con realidades y personas que pasan por la prisión como las familias o los que salen para comenzar la reinserción”.

Además de definir operativamente el horizonte de intervención y la estructura organizativa, las religiosas también han querido repensar “teológicamente” el sentido de ser “mujeres al servicio de los últimos en la Iglesia”. El encuentro con la teóloga Stella Morra, dice sor Nicoletta, fue decisivo. “Nos provocó mucho, destacando dos cosas en particular: la cárcel, como todo lugar de gran sufrimiento, es un espacio generativo; y los servicios que cansan, porque no tienen límites precisos, te permiten crear cosas nuevas. Durante dos años y medio con Stella, hicimos sesiones de formación a distancia y entre reunión y reunión debatíamos sobre estas provocaciones”.

Trabajar la especificidad propia, típicamente femenina, ha significado hacer que la formación no sea puntual, sino que confiera coherencia y continuidad: “Hay encuentros nacionales tres veces al año de forma presencial, y luego online, y regionales. A veces se hizo difícil porque también encontré resistencias para crear el grupo. Es en gran medida una cuestión de relaciones, de encuentros y toma mucho tiempo”. En mayo, los días 20 y 21, se realizará la conferencia nacional sobre el tema “Ser mujer en la cárcel”.

Sor Nicoletta sabe que sentar las bases y construir la red es fundamental para dar continuidad al proyecto. Aunque no quiere quitar demasiado tiempo a su trabajo voluntario en prisión. Un servicio nacido por casualidad y luego continuado gracias a los giros inesperados de la vida. “Mientras estaba en Roma para el último examen antes de mi tesis, la responsable general me pidió que reemplazara a una hermana en la prisión de Bérgamo durante al menos dos meses. Fue la primera vez que atravesaba la puerta de una prisión”. “Allí descubrí que las personas que están mal están dispuestas a vivir relaciones sinceras sin poner barreras, y relaciones profundas, intensas e íntimas”, asegura. Se fue entre lágrimas y sollozos, sosteniendo en sus manos “algunos objetos pequeños que me parecían cosas preciosas como una rosa, un cuadro y unas artesanías acompañadas de las cartas que me habían dado”. El segundo encuentro con la prisión se dio en Brescia, por un asunto familiar. Un tío fue arrestado y Nicoletta Vessoni terminó siendo la única persona que fue a verlo: “Hice fila como todos y viví el proceso de cada familia, hecho de espera y preguntas”.

Finalmente, en 2005, destinada en Sassari, participó del servicio de su comunidad en la prisión, acogiendo a jóvenes detenidas o en acogimiento familiar. La hermana Nicoletta cuenta el tipo de proyectos que ideó y cuáles son los que la red implementa en las distintas regiones: “Buscamos colaboraciones fuera de la prisión para poder ofrecer a algunas la posibilidad de salir unas horas para la formación o el trabajo. Y luego catequesis de preparación a los sacramentos, tanto en el módulo femenino como en el masculino”.

En 2014 recibió la consagración oficial de su vocación con el destino a la penitenciaría Ugo Caridi en Catanzaro, experiencia que relató en el volumen Fasciati dalla Luce (Carello Edizioni). Una experiencia que comenzó con los servicios más simples y se concretó en la organización de grupos de voluntarios para hacer talleres de creatividad o costura, formar el coro, dar catequesis, ocuparse de la animación de las Misas... pequeñas cosas que tienen una enorme importancia para los que están dentro. La cárcel, dice, es “para todas nosotras, mujeres consagradas, un lugar de encuentro con personas cuya dignidad reconocemos. Y creo que la función del voluntariado es permitir el cambio, contribuir al renacimiento de la persona”.

Un papel, el del voluntariado de las mujeres consagradas, que acusa una doble fragilidad. Por un lado, la falta “de reconocimiento de la particularidad de su acción en prisión por parte de la administración penitenciaria, que durante la pandemia impidió su presencia”, escribe Carlo Roberto Maria Redaelli, arzobispo de Gorizia y presidente de Cáritas italiana. Además, añade el prelado, también está “la falta de reconocimiento eclesial que crea serios problemas”. Radaelli da un ejemplo típico: el relevo de una mujer consagrada, destinada a una tarea diferente. “Si la presencia de la consagrada no está prevista dentro de un proyecto pastoral preciso, es fácil que la acción de la consagrada que se marcha se interprete como una elección personal, por lo que su marcha no compromete a la búsqueda de un reemplazo ni al Instituto ni a la asociación a la que pertenece ni la diócesis. Por eso, es fácil que la consagrada no sea sustituida, con grave perjuicio para la acción pastoral dentro de la prisión”. Una forma de superar estas dificultades, en la que también coincide sor Nicoletta, podría ser similar a la que se persigue “con cierta eficacia para los centros de salud y que ya ha sido objeto de reflexión en el contexto de la pastoral penitenciaria desde hace algún tiempo: la creación de una 'capellanía'. En la capellanía penitenciaria, sin desmerecer la responsabilidad última del sacerdote capellán, podría encontrar un espacio reconocido la presencia y la acción de los diáconos y consagradas, así como de los colaboradores laicos”.

Una forma también de dar unidad a las intervenciones del mundo católico, que a veces están fragmentadas y corren el riesgo de superponerse. La Cáritas italiana lo estuvo pensando hace un par de años y se está trabajando en esta cuestión de la capellanía. Sor Nicoletta, que como coordinadora del servicio de las religiosas participa en la consulta, está más que preparada dar su aportación.

de Vittoria Prisciandaro
Periodista periódicos San Paolo «Credere» y «Jesus»