· Ciudad del Vaticano ·

MUJERES IGLESIA MUNDO

Miradas Distintas
La doble pena de una condenada

Retrato de una interna

 Ritratto  di  detenuta  DCM-005
06 mayo 2023

Mi nombre es Teresa, me dijeron que querías hablar conmigo y acepté. Está bien, te diré quién soy y por qué estoy aquí. Soy alguien que ha sido engañada, que ha estado unos años en la cárcel por eso y que seguirá allí otros dos años.

Vino una mujer antes que usted, de una asociación, y me dijo que somos unas 2.400 mujeres en prisión. Muchas menos que los hombres. Solo el 4 por ciento de los reclusos, como si ese número sirviera de consuelo. Quiso decir que delinquimos menos y que esto nos motiva para pensar que podremos evitar la cárcel. Pero estoy en este 4 por ciento. Y Amira también… ¿no lo sabías? Aquí lo malo se mantiene oculto, aunque al final todas lo sepamos. Amira no era mi amiga, en la cárcel no tienes amigas y tampoco podíamos comunicarnos bien con ella por el idioma. Era una inmigrante de más o menos treinta años. Cuando la conocí me dijo que no estaba bien. Se sentía débil y quería ir médico, pero eso no es fácil aquí; bueno, tampoco es fácil afuera. Creemos que tardaron demasiado en hacerle las pruebas, demasiado tiempo cuando tienes un cáncer. Así que Amira murió. El problema de la salud aquí es grave, se necesitan más controles, sobre todo, los relacionados con enfermedades propias de la mujer. Pero las presas somos pocas, los módulos de mujeres dentro de las cárceles de hombres son pequeños y no vale la pena. En algunas cárceles dicen que hay tres o cinco mujeres. No vale la pena el gasto. En cambio, los hombres son muchos y se les trata mejor. Y se hacen cursos para ellos, se intenta que se interesen por el trabajo y aprendan una profesión que les pueda servir cuando salgan. A nosotras dentro nos usan para la limpieza o como ayudantes de cocina, y nuestra formación consiste en hacer ganchillo o punto, o en un curso de belleza, como mucho. ¿Qué hacemos con eso cuando salgamos? Hay extranjeras como Amira que necesitan aprender a leer y escribir, pero a veces ni siquiera es posible formar una clase porque no hay un número mínimo.

Pero quieres saber por qué estoy aquí, ¿no?... Cuando hablo de mí siento que me invade la ira. Me peleo con todos. Tú acabas de correr mucho peligro cuando me has preguntado si era italiana. ¿Qué esperabas encontrar? ¿Una negra? ¿Una rumana? Somos muchas italianas aquí. Nací en Nápoles y fui una niña feliz. Mi padre tenía un puesto de verduras en el mercado y de vez en cuando vendía cigarros de contrabando. Mi madre lo ayudaba y a mí nunca me faltó de nada. “Tú, Teresa, tendrás otra vida”, me decían. Y así fue hasta los dieciocho años. Luego lo conocí, a Bruno. Me gustaba porque iba rápido en moto por las calles de Nápoles. Me llevaba a la playa y llegaban los barcos… Cogía unos paquetes, los metíamos en el maletero de la moto y nos íbamos felices a casa. Me dijo que era mensajero de un señor que le pagaba bien. Ya veo cómo me miras… Sí, me creí lo que me decía como una ingenua estúpida.

Me preguntó si podía quedarme con algunos de esos paquetes en casa. No me dijo lo que contenían, aunque ya lo sabía. Pero ¿qué me importaba? Estaba feliz con él y ya estábamos comprometidos. No lo hacía por nada más hasta que un día le devolví un paquete que tenía guardado en el armario y él me dio algo de dinero. Empezó así… y duró dos años. Yo era feliz, ganaba bien y solo guardaba algunos paquetes en casa. Una vez me dio una bolsa llena de dinero. Yo tampoco dije nada entonces. Así, hasta que llegaron los carabinieri y encontraron todo. No se creían que yo no supiera nada. Que simplemente guardé esos paquetes porque Bruno me lo pidió. Ahora estamos los dos en prisión. Los mismos años, ambos responsables de robo y tráfico de drogas.

Tengo suerte, me dicen, porque después de los meses pasados ​​en un módulo de una prisión de hombres estoy a punto de ser trasladada a una de mujeres, una de las cuatro que existen. En una prisión de mujeres se ocupan de nosotras de otra forma. Eso nos han dicho los trabajadores sociales que vienen de vez en cuando. Porque las mujeres, incluso en prisión, tienen necesidades diferentes. Un bidé, sin ir más lejos. Y chequeos médicos específicos. Allí si hay algún trabajo dentro o externo, siempre llaman a una de nosotras mientras que, en una prisión mixta, los hombres tienen preferencia. Aquí también nos visita una religiosa y las que son creyentes dicen que les ayuda. Yo no soy atea, pero tampoco puedo decir que crea. Me bauticé e hice la comunión y la confirmación como todo el mundo, pero ahora no tengo fe. Sí, Amira sí la tenía sin decir de qué religión era, pero rezaba y yo aquí, además de la monja, no he visto nunca a ninguna. Dicen que, en la cárcel, si hay alguna libertad, es la libertad religiosa.

¿Sabes cuál es mi única suerte? Que no tengo hijos. Bruno dijo que nos casaríamos y tendríamos al menos dos, un niño y una niña. No llegamos a tiempo y gracias a Dios, de lo contrario ese niño habría estado en la cárcel conmigo. Niños en prisión… Cuando Carmela llegó traía a dos de uno y tres años. Sí, lo sé, dicen que hay pocos niños en prisión, aquí en Italia ahora hay unos 25, pero para mí siempre son demasiados. Esos dos… todavía los recuerdo. No querían que nadie se acercara. No hacían ni ruido y estaban siempre pegados a la madre. Y la recuerdo diciendo: mejor en la cárcel conmigo que fuera sin nadie. Ahora, al parecer, han hecho cambios para las madres y tienen otro módulo sin guardias y sin rejas. Aunque para mí siempre es y será una cárcel.

Me dicen que tengo que aguantar porque dos años pasan rápido, que soy joven y puedo rehacer mi vida... Tal vez, pero muchas veces pienso que mi madre tiene razón. Cuando viene a verme llora y llora y dice que ya me he destrozado la vida. ¿Quién va a querer casarse con una mujer que ha estado en prisión? ¿Quién va a querer tener hijos con alguien que es una delincuente? Los compañeras me lo dicen aquí también, que cuando sales solo puedes seguir haciendo lo que has hecho hasta ahora. Para un hombre, dicen, es diferente porque si cumple su condena y sale, puede hacer borrón y cuenta nueva... Pero tú... Nadie creerá que has cambiado. Que puedas ser una buena madre y una buena esposa. Estás marcada. Me enteré hace un tiempo de que Bruno se había casado. En resumen, estoy aquí porque confié en alguien que dijo que me amaba. ¿Entiendes por qué estoy llena de rabia?

Todo me da rabia, odio incluso a los que están en mi misma situación. Aquí todas se alegran con las desgracias ajenas. ¿Sabes lo que me dijo alguien que acababa de entrar y yo ni conocía? “Aquellas que se han dejado engañar una vez, se dejarán más veces”. No me lo pensé dos veces y la tiré al suelo. Menos mal que me sujetaron. De lo contrario hubiera perdido lo único que me da buenos momentos aquí dentro y es estar en la cocina. Me pusieron allí de pinche y he aprendido a cocinar. Como preparo el minestrone, no lo hace nadie. O eso me dicen. Claro, siempre he sabido de verduras por el puesto de mi padre. Trabajar me hace bien y me tranquiliza. Rebaja mi ira. Y el sabor del minestrone me hace feliz… Si aprendo a cocinar bien quizás cuando salga encuentre un trabajo… ¿Esposo, hijos? No sé, ahora solo tengo miedo de todo.

de Ritanna Armeni