Testimonios
Ora et labora desde
Los seguidores de Jesús de la Iglesia primitiva dieron ejemplo de cómo vivir en relación, con una sola mente y un solo corazón. La comunidad cristiana primitiva se dedicaba a seguir y difundir las enseñanzas de Jesús, y esto significaba vivir en un mismo lugar donde rezaban y vivían en comunidad, compartiéndolo todo, desde la rutina hasta la comida, pasando por el día a día. No debió ser fácil. Hoy en día, este modelo es difícil de encontrar fuera de las comunidades monásticas, pero prospera en el lugar más inesperado entre seis de las mujeres que viven en el corredor de la muerte de Texas. Seis reclusas.
Estas mujeres se comprometieron formalmente como oblatas de las monjas católicas de María Stella Mattutina. Viven según un ritmo monástico compuesto de oración personal, trabajo, descanso y oración comunitaria. Su trabajo se compone de actividades penitenciarias individuales y grupales. Viven en una serie de celdas de apenas 4,3 x 1,8 metros, una al lado de la otra, sin privacidad y en constante cercanía. Estas condiciones, el caos de la prisión y estar obligadas a estar juntas las 24 horas del día, los 7 días de la semana, pondrían a prueba incluso a la persona más paciente. Estas mujeres se enfrentan a sus desafíos con un compromiso diario de reconciliación y expresiones recíprocas de gratitud. Aprovechan la cercanía obligada para unirse en oración con cantos conmovedores que llenan los pasillos de la prisión. Su modelo de vida está inspirado en el de las Hermanas de María Stella Mattutina. Por eso, estas religiosas que regularmente las visitan y rezan con ellas, se niegan a llamar a este lugar corredor de la muerte y en su lugar lo definen como “un corredor de luz”.
Si bien estadísticamente las mujeres representan solo entre el 7 y el 10 por ciento de los 2,1 millones de personas encarceladas en los Estados Unidos, su encarcelamiento tiene un gran impacto en nuestras comunidades. Las mujeres suelen ser mayores cuando están encarceladas, y entre el 60 y el 80 por ciento son madres que aún mantienen a sus familias. Y esa es la situación de todas las mujeres que están ahora en el corredor de la muerte en Texas.
Entre el 70 y el 98 por ciento de las mujeres detenidas en las prisiones de EE. UU. han sido víctimas de agresión sexual o violencia doméstica. Por lo general, han sido agredidas repetidamente desde una edad temprana y muchas han sido víctimas de alguien cercano a ellas. Dado que tales delitos son difíciles de probar o no se cree a las víctimas, se ven sin salida. Muchas mujeres se “automedican” con alcohol, drogas u otras sustancias para adormecer el dolor. Y así, entran en una espiral que las lleva a la prisión. “¿Cómo haces para llevar aquí veinte años y levantarte cada mañana con alegría?”, le preguntó un funcionario de prisiones a una de estas mujeres en el corredor de la muerte. Su respuesta fue, “¡Es Dios!”. La singularidad de las mujeres texanas en el corredor de la muerte es el fruto del cuidado pastoral transformador. Su camino de fe comenzó con la escucha y con la imagen de Dios reflejada en otros. A través del cuidado pastoral han sido amadas incondicionalmente y nunca abandonadas. Se les enseñó cómo ser una comunidad, a rezar unas por otras, a darse esperanza y apoyo y a perdonarse en su vida cotidiana. El grupo, como un todo, cree firmemente que Dios tiene un plan para cada una de ellas y que todo sucederá de acuerdo con los tiempos de Dios.
El mensaje del Evangelio y de nuestras enseñanzas católicas se concreta en el ministerio del acompañamiento y en la escucha activa que genera un espacio seguro para la sanación, el crecimiento y el apoyo emocional. Esta llamada a ofrecer una experiencia de amor incondicional es para todos nuestros hermanos y hermanas. La necesidad de este ministerio es grande, y los ministros son pocos. ¿Cómo podría la Iglesia Católica en los Estados Unidos recuperar su celo misionero para llevar el Evangelio a los marginados, como el Papa Francisco nos ha instado a hacer? Hay millones de reclusos esperando experimentar el rostro de Cristo. Texas tiene una población carcelaria muy grande, al igual que muchos otros estados. En Texas, solo la diócesis de Galveston-Houston tiene 26 prisiones estatales, 10 cárceles del condado, 1 prisión federal, 10 centros para menores y un centro de detención de inmigrantes. Algunas prisiones albergan a más de 20.000 personas. Los obispos y sacerdotes están tratando de que se celebre al menos una misa al mes en estas instalaciones, pero no hay suficientes sacerdotes o laicos para atender pastoralmente a esta enorme población. Las 122 instalaciones del Federal Bureau of Prisons tienen solo 15 capellanes católicos. Como dicen, “Houston, tenemos un problema”.
“Cuidar a los presos es bueno para todos, como comunidad humana, porque es en el trato a los últimos cómo se mide la dignidad y la esperanza de una sociedad” (Papa Francisco, 6 de noviembre de 2022).
Como Iglesia estamos llamados a caminar con nuestros hermanos y hermanas. Debemos tener cuidado de no juzgar, demonizar o catalogar a las personas como víctimas o culpables. Terminar encarcelado es un viaje complejo, y para muchos tiene su raíz en cuestiones familiares y comunitarias que no dejan otra opción. Como católicos, estamos llamados a apoyar un cambio del sistema para prevenir y romper los círculos de abuso y ofrecer otras opciones concretas. Y los católicos estadounidenses deben promover constantemente la dignidad de toda vida, aboliendo la pena de muerte, poniendo fin a la cadena perpetua sin posibilidad de libertad condicional para los menores y poniendo fin al confinamiento solitario prolongado. Estas son prácticas inhumanas que chocan con el respeto a la dignidad de la vida.
Las prisiones humillan y desnudan a quienes entran en ellas. Los reclusos son tratados constantemente como si no fueran humanos. “El trato que recibes dentro determina quién serás cuando dejes este sistema”, dijo una de las mujeres en el corredor de la muerte. Deberíamos reflexionar sobre lo que significa el tratamiento penitenciario para el 95 por ciento de las personas que regresan a la sociedad después de la prisión. Como vimos en el corredor de la muerte de Texas, hay opciones para ayudar a cambiar incluso a la persona más endurecida. El cuidado pastoral paciente y compasivo hacia las mujeres en el corredor de la muerte de Texas ha dado sus frutos, incluido el bautismo católico en prisión de una de ellas. Es el resultado de décadas de oración, amor incondicional y de la paciencia de sus hermanas en el corredor de la muerte. No hay nadie que no pueda redimirse.
¿Cuál es el mensaje que las mujeres quieren dar al mundo libre? “Que Jesús es el camino, la verdad y la vida. Nos hemos distraído con los hijos, el trabajo y la vida y no hemos tenido a Dios como prioridad. Hemos elegido alejarnos de Dios. No somos monstruos. Tomamos malas decisiones y nunca más dejaremos que Dios no sea lo primero en nuestras vidas. Conocemos su voz suave y tierna y nos da paz y alegría. No estamos condenadas, somos amadas”.
de Karen Clifton
Master of Divinity, Coordinadora ejecutiva y fundadora de la Catholic Prison Ministries Coalition (CPMC), Washington.