Formidable precursora del tema del liderazgo femenino, Armida Barelli propuso una nueva imagen de la mujer, protagonista en la Iglesia y en la sociedad. Lo dijo el Papa Francisco a los participantes en la peregrinación un año después de la beatificación de la militante de Acción Católica cofundadora de la Universidad Católica del Sagrado Corazón, reunidos la mañana del sábado 22 de abril, en la Plaza de San Pedro. Publicamos, a continuación, su discurso.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Me alegra que hayáis venido en tan gran número a dar gracias al Señor por la beatificación de Armida Barelli, que tuvo lugar hace un año en Milán. Quisiera dar las gracias al responsable juvenil de la Acción católica, que ha actuado como “portavoz” de todos, es decir, de las tres realidades que han promovido la causa de beatificación: la Universidad católica del Sagrado Corazón, la Acción católica italiana y los Misioneros de la Realeza de Cristo.
Me dirijo a ustedes en primer lugar desde la Universidad Católica. Armida Barelli fue una de las fundadoras y de ahí podemos extraer un primer rasgo de su figura: fue una mujer generadora. Reflexionemos un momento sobre este aspecto.
La mujer es la depositaria privilegiada de la generatividad -lo sabemos-, que puede realizarse a través de un diálogo de reciprocidad con el hombre. Barelli ha sido tejedora de grandes obras, y lo ha hecho tejiendo una formidable red de relaciones, viajando a lo largo y ancho de Italia y manteniéndose en contacto con todo el mundo. Así lo atestiguan sus numerosas y apasionadas cartas. Hoy no faltan, por desgracia, las pulsiones opuestas, es decir, desgenerativas. Son muy perjudiciales para la vida familiar, pero también se observan a nivel social, en polarizaciones y extremismos que no dejan lugar al diálogo y tienen un efecto deshumanizador. No dejar lugar al diálogo: pensemos un poco en ello.
También por lo que respecta a la cuestión del liderazgo femenino en el ámbito eclesial y social —del que Barelli puede considerarse una formidable precursora—, necesitamos un modelo integrado, que combine la competencia y el rendimiento, a menudo asociados al papel masculino, con el cuidado de los vínculos, la escucha, la capacidad de mediar, de crear redes y de hacer crecer las relaciones, consideradas durante mucho tiempo prerrogativa del género femenino y a menudo subestimadas en su valor productivo. En definitiva, también aquí es la integración, la reciprocidad de las diferencias lo que garantiza la generatividad incluso en el ámbito social y laboral. Se trata de una tarea confiada de manera especial a la Universidad Católica del Sagrado Corazón, cuya 99ª Fiesta Nacional se celebra mañana bajo el lema: “Por el bien del saber. Los desafíos del nuevo humanismo”. Esta gran institución académica está llamada hoy a tener el mismo impulso educativo y la misma iniciativa formativa que guiaron al padre Agostino Gemelli y a la beata Armida Barelli.
Precisamente Barelli, a través del Ateneo, contribuyó a formar la conciencia civil en cientos de miles de jóvenes, entre ellos muchas mujeres. Una labor que se hará especialmente visible cuando, terminada la guerra, llegue el momento de reconstruir el país iniciando un proceso democrático. Aún hoy seguimos necesitando mujeres que, guiadas por la fe, sean capaces de dejar su huella en la vida espiritual, la educación y la formación profesional.
¡Gracias, amigos de la Universidad Católica del Sagrado Corazón! Que la Beata Armida siga inspirando vuestro trabajo.
Me dirijo ahora a vosotros, hermanos y hermanas de la Acción Católica, y quisiera destacar un segundo rasgo de la Beata: el primer rasgo fue la generatividad, el segundo rasgo de la Beata es ser apóstol. Es distinto, es algo diferente. Uno puede generar cosas, pero no ser apóstol; Barelli generó y fue apóstola.
Sabemos que el Reino de Dios germina, crece y da fruto continuamente en todas partes: la vida de Armida Barelli expresa esta dinámica y nos permite contemplar cómo el Señor realiza grandes cosas cuando las personas se hacen disponibles y dóciles a su voluntad, comprometiéndose con humildad, creatividad e iniciativa. Su biografía nos habla de una gran perseverancia en la búsqueda de la permanencia en el Señor, como un sarmiento en la vid, y muestra su deseo de compartir esta experiencia con muchos otros. Permanecer en el Señor como un sarmiento en la vid.
Armida escribe que, tras aceptar la propuesta del Papa de fundar la Juventud Femenina en Italia, siente “que ya no se pertenece a sí misma”, que debe hacer de su propia existencia un don para los demás, que ella misma es “una misión”, más allá de sus limitaciones e imperfecciones. En efecto, “nuestra imperfección no debe ser una excusa; al contrario, la misión es un estímulo constante para no quedarse en la mediocridad y para seguir creciendo” (Exhortación apostólica Evangelii gaudium, 121). Por eso resuena todavía hoy la invitación de la Beata a no contentarse con vivir de manera acomodaticia, conformándose con compromisos y autoabsoluciones –“no puedo hacerlo”, “no estoy a la altura”, “no tengo tiempo”, etc.—, sino a vivir como apóstoles de y en la alegría.
Ser apóstoles y apóstolas significa ser laicos y laicas con pasión, apasionados por el Evangelio y por la vida, preocupados por el bien vivir de todos y por construir caminos de fraternidad para dar alma a una sociedad más justa, más inclusiva, más solidaria. Y es importante hacer todo esto juntos, en la belleza de una experiencia asociativa que, por un lado, capacita para saber escuchar y dialogar con todos y, por otro, expresa ese “nosotros más grande” que educa en la vida eclesial, vida de un pueblo que camina junto.
En los ámbitos de la economía, de la cultura, de la política, de la escuela y del trabajo, en la atención constante a los más pequeños, a los frágiles y a los pobres, os animo a buscar caminos para caminar con todos, persiguiendo la paz y la justicia. Es lo que hizo en su tiempo la beata Armida Barelli con un espíritu de total confianza en el Señor y con un estilo marcado por la concreción.
En el corazón de vuestra vida asociativa, esté siempre la formación integral, y en el corazón de vuestra formación, la espiritualidad evangélica. Que el arraigo y la dedicación a la vida de vuestras Iglesias locales alimenten siempre en vosotros el impulso misionero, para ensanchar aún más vuestro corazón y vuestra mirada contemplativa sobre el mundo. Acojamos la exhortación de la Beata Armida, la “hermana mayor”, a amar, amar, amar sin medida, regenerados por el amor de Dios, que transforma la vida de las personas, de manera concreta y creíble, y a través de las personas activa procesos y caminos de renovación social. ¡Gracias, miembros de la Acción Católica!
Y ahora me dirijo a los Misioneros de la Realeza de Cristo, para que destaquemos en Armida su consagración en el mundo.
La consagración secular es una vocación, y una vocación exigente. La aprobación de los institutos seculares por Pío xii con Provida Mater Ecclesia fue una opción revolucionaria en la Iglesia, un signo profético. Y desde entonces el bien que hacen a la Iglesia es muy grande, dando valientemente testimonio en el mundo.
La consagración secular es paradigma de un nuevo modo de vivir como laicos en el mundo: laicos capaces de discernir las semillas del Verbo entre los pliegues de la historia, empeñados en animarla desde dentro como levadura, capaces de valorizar los gérmenes del bien presentes en las realidades terrenas como preludio del Reino venidero, promotores de valores humanos, tejedores de relaciones, testigos silenciosos y activos de la radicalidad evangélica. San Pablo vi decía: “Si permanecen fieles a su vocación propia, los Institutos seculares se convertirán casi en el ‘laboratorio experimental’ en el que la Iglesia verifica las modalidades concretas de sus relaciones con el mundo”.1
El vuestro, queridas hermanas, es un Instituto secular femenino, y esto pone en cuestión a las mujeres y su vocación particular en la Iglesia y en el mundo. La Beata Armida, con esta forma de vida, las promovió de una manera nueva, siguiendo el ejemplo de tantas mujeres testigos del Evangelio a lo largo de los siglos. El modelo que ella propuso también en la vida consagrada es una nueva imagen de la mujer, no para ser “protegida” y apartada, sino para ser enviada a construir el Reino, dándole confianza.
Armida supo leer los signos de su tiempo y las necesidades más urgentes: pensemos en la necesidad de un renovado cuidado de la espiritualidad; pensemos en la formación y en la llamada al compromiso de las jóvenes; pensemos en el desafío educativo y en el sueño de una universidad católica en Italia; pensemos en la pasión por el mundo, partiendo de la certeza de la universalidad del mensaje de Cristo. Estas necesidades fueron para Armida Barelli terreno de compromiso y de misión.
De este modo se anticipó a los tiempos del Concilio Vaticano ii , poniendo en práctica un estilo comunitario en el que mujeres y hombres, jóvenes y adultos, laicos y sacerdotes, trabajan juntos por la finalidad apostólica de la Iglesia, todos juntos protagonistas de la misma misión en virtud del Bautismo. A menudo nos cuesta emprender un camino de compromiso, porque pensamos que nunca estamos a la altura, en las opciones personales y en las de servicio a la comunidad. Si Armida estuviera hoy aquí, nos diría que si nos confiamos al Señor, nada es imposible. Confiarnos a Él no es una delegación, es un acto de fe que da vigor e impulso a la esperanza y a la acción. Gracias también a vosotros, Misioneros de la Realeza de Cristo.
Queridos hermanos y hermanas, la Beata Armida nos ha reunido y nos ha ayudado a reconocer estos rasgos esenciales del ser cristianos hoy: la generatividad, el ser apóstoles y la consagración en el mundo. Generatividad, apostolado y consagración en el mundo. Cada uno puede abrazar vuestro ejemplo según su propia vocación: es una riqueza para todos nosotros, para toda la Iglesia. Por eso os agradezco tanto este encuentro. Os bendigo a todos y os pido que no olvidéis rezar por mí. Gracias.
1 Discurso al Consejo Ejecutivo de la Conferencia Mundial de Institutos Seculares (en francés, 25 de agosto de 1976).