Gratitud por “el compromiso al servicio de las personas más frágiles y marginadas en una sociedad contaminada por la cultura del descarte” expresó el Papa a los miembros de la Comunidad de las Bienaventuranzas, recibidos en audiencia la mañana del lunes 17 de abril, en la Sala de los Papas.
Queridos hermanos y hermanas, buenos días y ¡bienvenidos!
Me alegra celebrar con vosotros el 50 aniversario de la fundación de vuestra comunidad. Saludo al Consejo general, al arzobispo de Toulouse, al asistente apostólico, padre Donneaud, y a los miembros del dicasterio para los institutos de vida consagrada aquí presentes.
Vuestro carisma, surgido del impulso de la Renovación Carismática Católica, es un don para la Iglesia y para el mundo. Como leemos en vuestra Regla (cf. art. 5), la experiencia pentecostal y la dimensión escatológica han sido centrales en él desde el principio y, con su impulso, sigue expandiéndose y manifestándose a través de la vida en el Espíritu, la comunión de estados de vida y el apostolado.
La dimensión escatológica permite se pueda mostrar a través de la alabanza, de la belleza de la liturgia, del canto y de la vida fraterna, que el Reino de Dios ya está presente entre nosotros.
La experiencia de Pentecostés esta en el corazón de vuestra vida espiritual. Se expresa en la búsqueda constante de la unión con Dios, que se realiza en la celebración diaria de la Eucaristía, en la adoración del Santísimo Sacramento, en la vida de oración según la espiritualidad carmelita y en la búsqueda de la oración continua según la espiritualidad de las Iglesias orientales. Esta vida de oración es la fuente de vuestra comunión fraterna, que se inspira en la fuente trinitaria y que permite a cada uno realizar su vocación específica.
El apostolado que lleváis a cabo es vasto y variado. La liturgia de vuestras casas atrae a mucha gente y los tiempos de retiro, personal o en grupo, os permiten también compartir vuestra experiencia con los demás. Además, vuestra presencia en algunos santuarios de Francia, Hungría, Italia y Costa de Marfil y el servicio de los sacerdotes en las parroquias son oportunidades importantes de testimonio.
Vosotros habéis apoyado varios proyectos humanitarios en países en vías de desarrollo, como la acogida de menores en dificultad, la asistencia a niños desnutridos o discapacitados, la ayuda a familias desfavorecidas y madres solteras, la distribución de comidas y la atención sanitaria. En estos contextos de pobreza, también dirigís un hospital, una clínica, un centro oftalmológico y una consulta dental. Queridos hermanos y hermanas, todo esto es motivo de acción de gracias a Dios. Especialmente vuestro compromiso al servicio de las personas más frágiles y marginadas en una sociedad contaminada por la cultura del despilfarro. Es bueno saber que en la mayoría de las casas situadas en Occidente habéis organizado centros de escucha para los que tienen dificultades y que este servicio se extiende también a las cárceles. Es importante que los que sufren y se sienten solos encuentren lugares donde ser acogidos y escuchados, y vosotros contribuís con generosidad. Otro aspecto de vuestro apostolado es el de las misiones ocasionales, como las que lleváis a cabo en verano en lugares donde la gente va de vacaciones: ofrecéis momentos de oración, misa, adoración, encuentros de formación para la evangelización, espectáculos callejeros, vigilias y evangelización nocturna. Este compromiso demuestra vuestra apertura a las necesidades de los jóvenes y vuestra disponibilidad para llevar la Palabra de Dios a cualquier lugar y circunstancia.
También cabe mencionar que organizáis encuentros internacionales, como los de Lourdes y Lisieux. Estos encuentros son ocasiones importantes de renovación espiritual para todos los participantes y ofrecen la oportunidad de compartir experiencias con cristianos de todo el mundo.
Por último, no puedo pasar por alto vuestras peregrinaciones a Tierra Santa y a otros lugares de fe. Estos viajes son experiencias de gran intensidad espiritual, que os llevan a profundizar o, a veces, a descubrir las raíces de vuestra fe y a fortalecer vuestra relación con Dios.
A este respecto, queridos hermanos y hermanas, os agradezco el compromiso que mostráis en la vida consagrada y el servicio que ofrecéis a la Iglesia y al mundo. Vuestra comunidad, fundada en una espiritualidad de contemplación, oración y misión, aporta una valiosa contribución al diálogo interreligioso, a la promoción de la paz y a la defensa de los derechos humanos, y vuestro testimonio es fuente de inspiración para muchos.
En la vida comunitaria, encarnad el don del amor fraterno, que es la base de nuestro ser cristianos, y recordad que no estamos llamados a estar solos, sino a caminar juntos, ayudándonos mutuamente en la fe y en el amor a Dios. Esta es la fuerza de la vida consagrada: compartir la vida fraterna, la oración y el servicio al prójimo.
Por tanto, os invito a seguir adelante y a perseverar en vuestra misión con celo y sin miedo, a dar testimonio de la fe con alegría y esperanza, y a permanecer siempre abiertos y dóciles a la guía del Espíritu Santo: Él es el Protagonista en la vida de la Iglesia y en la evangelización. Os animo a mantener vuestro compromiso en la formación de las jóvenes generaciones y en el diálogo interreligioso, en particular con nuestros hermanos y hermanas musulmanes.
Que la Virgen os mantenga siempre en la alegría del discipulado, en el asombro gozoso y agradecido de haber recibido el don de ser discípulos del Señor. De corazón os bendigo a vosotros y a todos los hermanos y hermanas de la comunidad. Y os pido por favor que recéis por mí. Gracias.