· Ciudad del Vaticano ·

MUJERES IGLESIA MUNDO

El Testimonio
Reflexiones de una joven laica entre vocación y práctica

Estudio Teología
porque vivo y amo

 Studio Teologia  DCM-004
01 abril 2023

Si de verdad es necesario volver a hacer esta pregunta a una laica, “¿por qué estudias Teología?”, creo que todavía tenemos que dar muchos pasos eclesialmente, tanto a nivel de una reflexión sistemática sobre la vocación teológica como en términos de praxis concreta.

Sobre la vocación. Emprender estudios teológicos es, ante todo, una posibilidad humana. En el nivel del análisis racional, toda persona puede abrir la razón a la pregunta por lo divino. Además, -en lo que se refiere a la teología cristiana-, esta vocación nace y crece eminentemente también sobre un fundamento sacramental, es decir, el del bautismo.

Irónicamente, preguntar a una laica por qué estudia teología podría significar preguntarle por qué vive y respira. Para ser “llamadas” a la teología no se necesita ropa clerical, ni velos, ni fundadores, ni carismas específicos, ni pertenencias religiosas porque basta con ser hijas e hijos, cristianos adultos en el mundo adulto “sin Dios”, mujeres y hombres con cuerpo y alma.

En el vasto panorama del mundo eclesial y teológico, los laicos y las laicas no serían, pues, “invitados” (con mayor o menor afecto según el caso), sino actores junto con otros actores, todos igualmente cooperantes, en torno al único Protagonista de la Historia. Al menos así lo dejó establecido el último de los Concilios. Impulsados ​​por el mismo Espíritu debemos (¿deberíamos?) avanzar como en una sinfonía en la orquesta de la historia eclesial. Soy laica, tengo ojos verdes, llevo el pelo largo cobrizo y cuando mi patología musculoesquelética me lo permite, con mucho gusto uso tacones. Bebo cerveza en casa de mis amigos, escribo poesía teológica y literalmente me pierdo en las Sagradas Escrituras que han sido mi hogar desde mis primeros recuerdos de infancia. Busco a Dios en los ojos de los hombres y en mi historia están grabados los signos de una vida no inmediata.

Tengo un corazón y una razón que arden indomables, sufro y me ofrezco por mi Iglesia herida y peregrina, estudio Teología y nadie me lo ha “concedido amablemente”. Es más bien una consecuencia histórica, una admisión serena y sincera de una límpida coherencia bautismal. La teología es el proprium de mi vida, primero humana y luego cristiana. Es parte de mi nombre.

En el aspecto práctico, es necesario admitir con fuerza y ​​claridad que todavía hay un “vacío” muy grave en cuanto al apoyo a los laicos que se adentran en los estudios teológicos y, ante ese vacío, no se experimentan sentimientos fáciles porque son exclusivamente laicos, por lo que el clero ordenado difícilmente los puede experimentar. Que el laico se dedique al estudio de la materia teológica en Italia (especialmente la teología especializada) es, todavía hoy, poco menos que una locura. Generalmente sin apoyo de las diócesis, sin platos preparados sobre la mesa, entre vaivenes económicos de todo tipo y una pregunta vital y muy concreta que visita lo íntimo: “¿Llegaré a fin de mes?”.

El estudio riguroso absorbe cuerpo y alma y, mientras tanto, hay que moverse entre múltiples solicitudes de becas y oraciones continúas dirigidas al Padre. Los ojos de un laico pueden llenarse de lágrimas por una emoción repentina cuando ese pequeño recurso económico amenaza con desaparecer y con él el pan cotidiano o cuando la Providencia histórica de Dios (a menudo de la mano de otros laicos) viene a abrazarte y decirte como el ángel a Elías: “Comed, que aún es largo el camino” (Libro primero de Reyes 19,7). Los laicos y las laicas pagan un precio muy alto cuando emprenden con amor ardiente el camino del estudio teológico, camino que suele ser para ellos eminentemente vocacional que, por otra parte, puede no serlo fácilmente cuando la Teología corre el riesgo de convertirse en necesidad instrumental para conseguir la ordenación.

Los laicos pagan, –lo digo con David María Turoldo–, en monedas de vida (y kilos perdidos), entre el rigor del estudio y la preocupación por cómo mantenerse hasta el final de los estudios. Todo esto porque, como bautizados, se sienten llamados a esta modalidad específica de seguimiento. En ella reconocen el Kyrios de su vida y la necesidad de formar una sólida competencia cristiana que a su vez sea performativa para su Iglesia. ¿No hacemos todavía oídos sordos a este importante llamamiento posconciliar? ¿No están las Iglesias locales llamadas a un decidido sostenimiento (no solo moral sino también económico y de otras formas) allá donde surjan “vocaciones a la materia Teológica” entre los “hijos del pueblo”? (Libro de Números 11,25-29).

Mientras esto no suceda, faltará una voz fundamental en la narración de nuestra milenaria historia eclesial. Todos estos laicos y laicas que se sienten visceralmente llamados a estudiar el tema lo saben demasiado bien. Y, sin embargo, algunos de ellos siguen empeñados en este “derroche” amoroso hasta el máximo de su don. Estudio (estudiamos) Teología porque vivimos y amamos. Nos encontramos derrochando la vida secularmente como el nardo derramándolo sobre la cabeza de Rabí Yeshúa mientras esperamos que salga un día el sol de Pascua eclesial (Evangelio según Marcos 14,3-8).

de Deborah Sutera
Estudiante de Teología en la Pontificia Universidad Lateranense