Frágil como todos, José Gabriel del Rosario Brochero —más conocido como el “cura Brochero”— salió “de la cueva del egoísmo, superó su comodidad y se entregó a la muerte por el Reino, por el bien común, por la dignidad que toda persona merece como hijo de Dios”. Así lo dijo el cardenal Leonardo Sandri durante la misa celebrada el sábado 18 de marzo en la iglesia nacional argentina de Roma, con motivo de la memoria litúrgica del santo argentino y por los diez años de pontificado del Papa Francisco.
Frente a la vida y obra de Brochero, que recorrió continuamente su país para anunciar el Evangelio de la misericordia, sólo queda un silencio de admiración y una sacudida de conversión para imitarlo, dijo el cardenal, recordando que se hizo “pobre entre los pobres, cercano a Dios y al pueblo, caricia de Dios para nuestro pueblo que sufre”.
A lomos de una mula, “nunca vaciló, buscando a sus fieles casa por casa e invitándoles a los Ejercicios Espirituales de San Ignacio de Loyola”. Salía sin parar “al encuentro de sus hermanos y hermanas”.
Los encontraba en misa o en conversaciones sencillas y espontáneas. Su acción pastoral estaba “centrada en la oración ante Jesús crucificado, en la práctica de los Ejercicios Espirituales, en la confesión con que nos consuela la gran misericordia de nuestro Buen Pastor”.
Tras ilustrar algunos aspectos carismáticos y pastorales del santo, el vicedecano del Colegio Cardenalicio quiso recordar el décimo aniversario del pontificado del Papa Francisco, preguntándose si no existen, “con la debida proporción, muchas coincidencias” entre el cura Brochero y “la persona y el magisterio de nuestro Papa”.
Con el nombre del Poverello, como Obispo de Roma y sucesor del apóstol Pedro, Francisco “ha vivido estos años, tal vez recordando el ardor misionero del cura Brochero, hijo de la querida provincia de Córdoba, y evocando en su corazón al joven jesuita que quería ir como san Francisco Javier a la India o a China”.
De ahí “sus viajes apostólicos: al encuentro de la gente, de los pobres y marginados, para proclamar la dignidad de todo ser humano, especialmente de los descartados y olvidados”.
Al releer y profundizar en el legado de estos diez años transcurridos desde la elección de Francisco, el cardenal dijo que se trata de un “pontificado histórico”, no sólo porque el Papa es argentino, “porque es el primer latinoamericano, porque es jesuita, sino también porque, después de siglos, ha sucedido a un Papa” que renunció al ministerio petrino, “actuando con delicadeza y generosidad en una convivencia inédita con un Papa emérito durante 10 años”.
A continuación, Sandri enumeró algunos elementos esenciales que, en su opinión, constituyen “el corazón de su compromiso”. Empezando por convertirlo todo al Evangelio de Jesús, “sin prisa, pero con un ritmo sin pausa: convertirnos todos a nuestro bautismo, ser discípulos y misioneros, cambiar las estructuras de la Curia Romana, de las Conferencias Episcopales y todas las estructuras de la Iglesia a la luz del Evangelio y de la sinodalidad apostólica”.
En la práctica, convertir “el mundo a la defensa de la creación, al respeto de la libertad y de la dignidad humana sin discriminaciones y, especialmente en estos tiempos de guerras y conflictos, a la renuncia a la violencia y a la opresión, recreando un mundo de justicia y fraternidad sin exclusiones”.