Acoger e integran superando los «muros de indiferencia sobre los que muchas veces se hace añicos la esperanza de muchas personas que esperan durante años en situaciones dolorosas e insostenibles». Lo pidió el Papa Francisco recibiendo en audiencia, la mañana del sábado 18 de marzo en el Aula Pablo vi , refugiados llegado a Europa a través de los corredores humanitarios, junto a las familias y a los representantes de las comunidades que les acogen y cuidan la integración.
Queridos amigos y amigas, ¡buenos días y bienvenidos!
Doy las gracias a los que han intervenido para explicar la iniciativa y para dar su testimonio. Estoy contento de encontrar a tantas personas refugiadas y a sus familias que han llegado a Italia, Francia, Bélgica y Andorra a través de los corredores humanitarios. Su realización se debe tanto a la creatividad generosa de la comunidad de San Egidio, de la Federación de las Iglesias Evangélicas y de la Mesa Valdense, como a la red acogedora de la Iglesia italiana, en particular de Caritas, tanto por el empeño del Gobierno italiano como de los Gobiernos que os han recibido.
Los corredores humanitarios iniciaron en el 2016 como respuesta a la situación cada vez más dramática en la ruta Mediterránea. Hoy tenemos que decir que esa iniciativa es trágicamente actual, incluso, más necesaria que nunca; lo atestigua también lamentablemente el reciente naufragio en Cutro. Ese naufragio no debía ocurrir, y es necesario hacer todo lo posible para que no se repita. Los corredores construyen puentes que muchos niños, mujeres, hombres, ancianos, procedentes de situaciones muy precarias y de graves peligros, finalmente han recorrido en seguridad, legalidad y dignidad hasta los países de acogida. Cruzan fronteras y, más aún, los muros de indiferencia sobre los que muchas veces se hace añicos la esperanza de muchas personas que esperan durante años en situaciones dolorosas e insostenibles.
Cada uno de vosotros merece atención por la historia dura que ha vivido. En particular, quisiera recordar a los que han pasado a través de los campos de detención en Libia; en más de una ocasión he podido escuchar sus experiencias de dolor, humillaciones y violencias. Los corredores humanitarios son un camino viable para evitar las tragedias y los peligros vinculados al tráfico de seres humanos. Sin embargo, son necesarios todavía muchos esfuerzos para extender este modelo y para abrir más vías legales para la migración. Donde falta la voluntad política, los modelos eficaces como el vuestro ofrecen nuevos caminos transitables. Por otro lado, una migración segura, ordenada, regular y sostenible está en el interés de todos los países. Si no se ayuda a reconocer esto, el riesgo es que el miedo apague el futuro y justifique las barreras sobre las que se rompen las vidas humanas.
El trabajo que vosotros hacéis, identificando y acogiendo personas vulnerables, trata de responder en la forma más adecuada a un signo de los tiempos. Indica un camino a Europa, para que no se quede bloqueada, asustada, sin visión del futuro. En efecto, «el encerrarse en uno mismo o en su propia cultura nunca es el camino para devolver la esperanza» (Discurso a la Universidad Roma Tre, 17 de febrero de 2017). En realidad, la historia europea se ha desarrollado a lo largo de los siglos a través de la integración de poblaciones y culturas diferentes. ¡No tengamos miedo del futuro!
Los corredores humanitarios no solo tienen como objetivo hacer llegar a Italia y otros países europeos a personas refugiadas, arrebatándolos de situaciones de incertidumbre, peligro y esperas infinitas; también trabajan por la integración, porque no hay acogida sin integración. Al mismo tiempo, en vuestro trabajo habéis aprendido que la integración no está privada de dificultades. No todos aquellos que llegan están preparados para el largo camino que les espera. Por eso es importante aplicar aún más atención y creatividad para informar mejor a aquellos que tienen la oportunidad de venir a Europa sobre la realidad que encontrarán. Y no olvidemos que las personas deben ser acompañadas desde el inicio hasta el final. Vuestro rol termina cuando una persona está verdaderamente integrada en nuestra sociedad. Enseña la Sagrada Escritura: «Al forastero que reside junto a vosotros, le miraréis como a uno de vuestro pueblo» (Lv 19,34).
Saludo aquí a los cientos de personas, familias, comunidades, que se han puesto a disposición generosamente para realizar este proceso virtuoso. Habéis abierto vuestros corazones y vuestras casas. Habéis sostenido con vuestros recursos la integración y habéis involucrado a otras personas. Os doy las gracias de corazón: vosotros representáis un rostro hermoso de Europa, que se abre al futuro y paga en persona.
A vosotros, promotores de los “corredores”, a los religiosos y religiosas, a las personas y organizaciones que habéis participado en ellos, quisiera deciros: sois mediadores de una historia de integración, no intermediarios que ganan aprovechando la necesidad y el sufrimiento. No sois intermediarios sino mediadores, y demostráis que, si se trabaja con seriedad para sentar las bases, es posible acoger e integrar eficazmente.
Esta historia de acogida es un compromiso concreto por la paz. Están presentes entre vosotros varios refugiados ucranianos; a ellos les quiero decir que el Papa no renuncia a buscar la paz, a esperar en la paz y a rezar por ella. Lo hago por vuestro país martirizado y por los otros que están golpeados por la guerra; aquí de hecho hay muchas personas que han huido de otras guerras. Y este servicio a los pobres, a los desplazados y refugiados es también una experiencia fuerte de unidad entre los cristianos. De hecho, esta iniciativa de los corredores humanitarios es ecuménica. Es un bonito signo que une hermanos y hermanas que comparten la fe en Cristo. Os saludo con afecto a los que entre vosotros han pasado a través de los corredores humanitarios y que ahora viven una nueva vida. Habéis mostrado una firme voluntad de vivir libres del miedo y de la inseguridad. Habéis encontrado amigos y personas que os apoyan que son hoy para vosotros una segunda familia. Habéis estudiado una nueva lengua y conocido una nueva sociedad. Todo esto ha sido difícil, pero es fecundo. Lo digo también como hijo de una familia de emigrantes que ha hecho este recorrido. Vuestro buen ejemplo y vuestra laboriosidad ayudan a desmentir los medios y las alarmas hacia los extranjeros. Es más, vuestra presencia pueda ser una bendición para el país en el que os encontráis y del que habéis aprendido a respetar las leyes y la cultura. La hospitalidad que se os ha ofrecido se ha convertido para vosotros en motivo para restituir: de hecho, algunos de vosotros se comprometen en el servicio a los otros que están necesitados.
Así, queridos hermanos y hermanas, en esta nuestra asamblea, donde están juntos y casi se confunden los que acogen y los que son acogidos, podemos degustar la palabra del Señor Jesús: «era forastero y me acogisteis» (Mt 25,35). Esta palabra nos indica a todos nosotros el camino. Un camino para recorrer juntos, con perseverancia. ¡Gracias por haberlo abierto y haberlo trazado! ¡Id adelante! El Señor os bendiga y la Virgen, Madre del camino, os custodie.
También yo os bendigo de corazón, y os pido por favor que recéis por mí.