En el viejo continente hacen falta profecía, amplitud de miras y creatividad «para hacer avanzar la causa de la paz». Lo subrayó el Papa en el discurso a los participantes de la asamblea plenaria de la Comisión de los episcopados de la Unión europea (Comece) – que se celebra del 22 al 24 de marzo – recibidos en audiencia la mañana del jueves 23, en la Sala del Consistorio.
¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días, bienvenidos!
Doy las gracias al nuevo presidente y le deseo lo mejor para su servicio. Al cardenal Hollerich va mi sentido reconocimiento. ¡Él nunca se para, nunca se para! Y os saludo a todos vosotros y os doy las gracias por vuestro trabajo, arduo también apasionante, si no se estanca en la burocracia y si tiene la mirada alta en el horizonte, en los valores inspiradores del proyecto- Europa. Por esto hoy quisiera brevemente detenerme con vosotros sobre dos puntos principales, que corresponden a los dos grandes “sueños” de los padres fundadores de Europa: el sueño de la unidad y el sueño de la paz.
La unidad. Sobre este primer punto es decisivo precisar que la europea no puede ser una unidad uniforme, que homologa, sino al contrario, debe ser una unidad que respeta y valoriza las singularidades, las peculiaridades de los pueblos y de las culturas que la componen. Pensemos en los padres fundadores: pertenecían a países diferentes y a culturas diferentes: De Gasperi y Spinelli italianos, Monnet y Schuman franceses, Adenauer alemán, Spaak belga, Beck luxemburgués por recordar los principales. La riqueza de Europa está en la convergencia de las diferentes fuentes de pensamiento y de experiencias históricas. Como un río vive de sus afluentes. Si los afluentes son debilitados o bloqueados, todo el río se resiente y pierde fuerza. La originalidad de los afluentes. Es necesario respetar esto: la originalidad de cada país.
Esta es la primera idea sobre la que llamo vuestra atención: Europa tiene futuro si verdaderamente es unión y no reducción de países con sus respectivas características. El desafío es precisamente este: la unidad en la diversidad. Y es posible si hay una fuerte inspiración; de otra manera prevalece el aparato, prevalece el paradigma tecnocrático, pero que no es fecundo porque no apasiona a la gente, no atrae a las nuevas generaciones, no involucra las fuerzas vivas de la sociedad en la construcción de un proyecto común.
Nos preguntamos: ¿cuál es el rol de la inspiración cristiana en este desafío? No hay duda de que en la fase original jugó un papel fundamental, porque estaba en los corazones y en las mentes de los hombres y de las mujeres que han iniciado la hazaña. Hoy ha cambiado mucho, ciertamente, pero sigue siendo verdadero que son los hombres y las mujeres los que marcan la diferencia. Por eso la primera tarea de la Iglesia en este campo es el de formar personas que, leyendo los signos de los tiempos, sepan interpretar el proyecto Europa en la historia de hoy.
Y aquí llegamos al segundo punto: la paz. La historia de hoy necesita hombres y mujeres animados por el sueño de una Europa unida al servicio de la paz. Después de la segunda guerra mundial, Europa ha vivido el periodo de paz más largo de su historia. Pero en el mundo han seguido varias guerras. En las décadas pasadas algunas guerras se han arrastrado durante años, hasta hoy, tanto que se puede hablar ya de una tercera guerra mundial. La guerra en Ucrania está cerca, y ha sacudido la paz europea. Las naciones fronterizas han hecho todo lo posible en la acogida de los refugiados; todos los pueblos europeos participan en el compromiso de solidaridad con el pueblo ucraniano. En esta respuesta coral sobre el pan de la caridad debería corresponder – pero está claro que no es fácil ni descontado – un compromiso coherente por la paz.
Este desafío es muy complejo, porque los países de la Unión Europea están involucrados en múltiples alianzas, intereses, estrategias, una serie de fuerzas que es difícil hacer converger en un único proyecto. Sin embargo, un principio debería ser compartido por todos con claridad y determinación: la guerra no puede y no debe ya ser considerada como una solución de los conflictos (cfr Enc. Fratelli tutti, 258). Si los países de Europa hoy no comparten este principio ético-político, entonces quiere decir que se han alejado del sueño original. Si sin embargo lo comparten, deben comprometerse a realizarlo, con toda la fatiga y la complejidad que la situación histórica requiere. Porque «la guerra es un fracaso de la política y de la humanidad» (ibid., 261). Esto debemos repetirlo a los políticos.
También sobre este desafío de la paz la comece puede y debe dar su contribución de valor y profesional. Vosotros sois por naturaleza un “puente” entre la Iglesia en Europa y las instituciones de la Unión. Sois por misión constructores de relaciones, de encuentro, de diálogo. Y esto es ya trabajar por la paz. Pero no es suficiente. Hace falta también profecía, hace falta amplitud de miras, es necesaria creatividad para hacer avanzar la causa de la paz. En esta obra se necesitan tanto arquitectos como artesanos; pero diría que el verdadero constructor de paz debe ser tanto arquitecto como artesano: así es el verdadero constructor de paz. Lo deseo también a cada uno de vosotros, sabiendo bien que cada uno tiene los propios carismas personales que compiten con los de los otros en el trabajo común.
Queridos, os expreso de nuevo mi gratitud y os aseguro que rezo por vosotros y rezo por vuestro servicio. Hoy me he detenido sobre estos dos puntos principales, particularmente urgentes, pero os animo a llevar adelante como siempre también vuestro trabajo en la vertiente eclesial. La Virgen os custodie y os sostenga. De corazón os bendigo a todos vosotros, y os pido por favor que recéis por mí. Gracias.