«No dejemos sin voz a las mujeres víctimas de abuso, explotación, marginación y presiones indebidas… Hagámonos voz de su dolor y denunciemos con fuerza las injusticias a las que están sujetas». Es el llamamiento del Pontífice durante la audiencia a los miembros de la fundación Centesimus Annus Pro Pontifice y de la Strategic Alliance of Catholic Research Universities (Sacru), recibidos el sábado 11 de marzo, en la Sala clementina, con ocasión de la presentación de un volumen sobre el liderazgo femenino.
Queridos amigos, ¡buenos días y bienvenidos!
Doy las gracias a la profesora Tarantola y al rector Anelli por las palabras que me ha dirigido, y os saludo a todos vosotros, miembros de la Fundación Centesimus Annus Pro Pontifice y de la red entre Universidades católicas sacru .
Nos encontramos con ocasión de la presentación del volumen Más liderazgo femenino por un mundo mejor. Cuidar como motor para nuestra casa común. Se trata de un tema muy importante para mí: la importancia de cuidar. Fue uno de los primeros mensajes que quise dar a la Iglesia desde el inicio del Pontificado, recordando el modelo de San José, tierno custodio del Salvador [1]. Tierno custodio que cuida.
Antes de detenerme brevemente en algunos aspectos particulares de la obra, quisiera subrayar uno más general. Como se ha recordado, de hecho, esta es fruto de una notable variedad de contribuciones, recogidas y elaboradas a través de la colaboración, hasta ahora inédita, entre algunas Universidades católicas dispersas en el mundo y una Fundación vaticana completamente laica. Se trata de una modalidad nueva y significativa, en la que la riqueza de los contenidos deriva de la aportación de experiencias, competencias, modos de sentir y enfoques diferentes y complementarios. Es un ejemplo de multidisciplinariedad, multiculturalidad y compartir de sensibilidades diferentes: valores importantes no solo para un libro, sino también para un mundo mejor.
En esta luz, quisiera subrayar tres aspectos del cuidado como contribución de las mujeres a una mayor inclusión, a un mayor respeto por los demás y a afrontar de forma nueva desafíos nuevos.
En primer lugar para una mayor inclusión. En el volumen se habla del problema de las discriminaciones que a menudo golpean a las mujeres, como otras categorías débiles de la sociedad. Muchas veces he recordado con fuerza que la diversidad no debe nunca conducir a la desigualdad, sino más bien en una agradecida y recíproca acogida. La verdadera sabiduría, con sus mil facetas, se aprende y se vive caminando juntos, y sólo así se puede convertir en generadora de paz. Vuestra investigación es por tanto una invitación, gracias a las mujeres y en favor de las mujeres, a no discriminar sino a integrar a todos, especialmente a los más frágiles a nivel económico, cultural, racial y de género. Nadie debe ser excluido: este es un principio sagrado. De hecho, el proyecto de Dios Creador es un proyecto «esencialmente inclusivo» - siempre -, que pone en el centro precisamente «a los habitantes de las periferias existenciales» [2]; es un proyecto que, como hace un madre, mira a los hijos como a los dedos diferentes de su mano: inclusiva, siempre.
Segunda aportación: para un mayor respeto del otro. Cada persona debe ser respetada en su dignidad y en sus derechos fundamentales: educación, trabajo, libertad de expresión, etc. Esto vale de forma particular para las mujeres, más fácilmente sujetas a violencias y abusos. Una vez escuché a un experto de historia que decía cómo nacieron las joyas que llevan las mujeres – a las mujeres les gusta llevar joyas, pero ahora también a los hombres-. Había una civilización donde estaba la costumbre de que el marido, cuando llegaba a casa, teniendo tantas mujeres, si una no le gustaba le decía: “¡Vete fuera!”; y esa tenía que irse con lo que llevaba encima, no podía entrar a coger sus cosas, no, “te vas ahora”. Es por esto – según esa historia – que las mujeres empezaron a tener oro encima, y ahí estaría el inicio de las joyas. Quizá es una leyenda, pero interesante. Desde hace mucho tiempo la mujer es el primer material de descarte. Esto es terrible. Cada persona debe ser respetada en sus derechos.
No podemos callar frente a esta plaga de nuestro tiempo. La mujer es usada. ¡Sí, aquí, en una ciudad! Te pagan menos: bueno, eres mujer. Después, ¡cuidado con ir con tripa, porque si te ven embarazada no te dan el trabajo; es más, si en el trabajo te ven que empieza, te mandan a casa. Es una de las modalidades que se utiliza hoy en día en las grandes ciudades: descartar a las mujeres, por ejemplo, con la maternidad. Es importante ver esta realidad, es una plaga. No dejemos sin voz a las mujeres víctimas de abuso, explotación, marginación y presiones indebidas, como las que mencioné con el trabajo. Hagamos voz de su dolor y denunciemos con fuerza las injusticias a las que están sometidas, muchas veces en contextos que los privan de toda posibilidad de defensa y rescate. Pero también damos espacio a sus acciones, naturalmente y poderosamente sensibles y orientadas a la tutela de la vida en todo estado, en toda época y en toda condición.
Y vamos al último punto: afrontar de modo nuevo desafíos nuevos. La creatividad. La especificidad insustituible de la contribución femenina al bien común es innegable. Lo vemos ya en la Sagrada Escritura, donde a menudo son las mujeres las que determinan importantes puntos de inflexión en momentos decisivos de la historia de la salvación. Pensemos en Sara, Rebeca, Judit, Susana, Rut, para culminar con María y las mujeres que siguieron a Jesús incluso bajo la cruz, donde - notemos – de los hombres quedó sólo Juan, los otros se fueron todos. Las valientes estaban ahí: las mujeres. En la historia de la Iglesia, además, pensemos en figuras como Catalina de Siena, Josefina Bakhita, Edith Stein, Teresa de Calcuta y también las mujeres “de la puerta de al lado”, que conocemos con tanto heroísmo para llevar adelante matrimonios difíciles, hijos con problemas... La heroicidad de las mujeres. Más allá de los estereotipos de un cierto estilo hagiográfico, son personas impresionantes por su determinación, coraje, fidelidad, capacidad de sufrir y transmitir alegría, honestidad, humildad, tenacidad.
Cuando en Buenos Aires yo tomaba el autobús que iba a un sector noroeste, donde había muchas parroquias, ese autobús pasaba siempre cerca de la cárcel y estaba la fila de las personas que ese día iban a visitar a los presos: el 90% eran mujeres, las madres, ¡las madres que nunca abandonan al hijo! Las madres. Y esta es la fuerza de una mujer: fuerza silenciosa, pero de todos los días. Nuestra historia está literalmente repleta de mujeres así, tanto de esas famosas, como de esas desconocidas -¡pero no por Dios!- que llevan adelante el camino de las familias, de las sociedades y de la Iglesia; a veces con maridos problemáticos, con vicios… los hijos van adelante… Nos damos cuenta también aquí en el Vaticano, donde las mujeres que “trabajan duro”, también en roles de gran responsabilidad, son ya muchas, gracias a Dios. Por ejemplo, desde el momento que la vicegobernadora es una mujer, las cosas funcionan mejor, aquí, mucho mejor. Y otros puestos, donde están mujeres, secretarias, el Consejo de la Economía, por ejemplo, son seis cardenales y seis laicos, todos hombres. Ahora fue renovado, hace dos años, y de los laicos uno es hombre y cinco mujeres, y ha empezado a funcionar, porque tienen una capacidad diferente: de posibilidad de actuar y también de paciencia. Contaba una vez un dirigente del mundo laboral, un trabajador que había llegado a jefe del sindicato, en ese momento, con mucha autoridad – no tenía padre, solo la madre – muy pobres, ella hacía trabajo doméstico, vivían en una casa muy pequeña: el dormitorio de la madre, y después una pequeña sala para comer y él dormía en esa sala, a menudo se emborrachaba de noche, tenía 22-23 años – contaba que cuando su madre salía la mañana para trabajar, a limpiar en las casas, se detenía, lo miraba: él estaba despierto pero fingía no ver, estar dormido, lo miraba y se iba. “Y esa constancia de mi madre, de mirarme sin reprocharme y tolerarme, un día me cambió el corazón, y así llegué donde he llegado”. Solamente una mujer sabe hacer esto; el padre lo habría echado de casa. Debemos ver bien la forma de actuar de las mujeres: es algo grandioso.
Estamos en un tiempo de cambios de época, que requieren respuestas adecuadas y convincentes. En el contexto de la contribución de la mujer a estos procesos, me gustaría mencionar uno de ellos: el progresivo desarrollo y uso de la inteligencia artificial y el delicado problema relacionado con el nacimiento de nuevas e impredecibles dinámicas de poder. Es un escenario aún en gran parte desconocido para nosotros, en el que los pronósticos sólo pueden ser conjeturales y aproximados. Bueno, las mujeres en este campo tienen mucho que decir. De hecho, saben sintetizar de manera única, en su forma de actuar, tres lenguajes: el de la mente, el del corazón y el de las manos. Pero sinfónicamente. La mujer, cuando es madura, piensa lo que siente y hace; siente lo que hace y piensa; hace lo que siente y piensa: es una armonía. Este es la genialidad de la mujer; y enseña a los hombres a hacerlo, pero es la mujer la que llega primero a esta armonía de la expresión, también de pensamiento con los tres lenguajes. Es una síntesis propia sólo del ser humano y que la mujer encarna de manera maravillosa - no digo exclusiva, maravillosa y también primariamente - como ninguna máquina podría lograr, porque no siente latir dentro de sí el corazón de un hijo que lleva en el vientre, no se derrumba, cansada y feliz, junto a la cama de sus hijos, no llora de dolor y alegría compartiendo las penas y alegrías de las personas que ama. El marido trabaja, duerme y… va adelante. En cambio, una mujer hace estas cosas con naturalidad, las hace de una manera única, precisamente por la capacidad que tiene de cuidar. Por eso, como escribían los Padres del Concilio Vaticano ii , podemos decir que «en este momento en que la humanidad conoce una mutación tan profunda las mujeres […] pueden ayudar tanto a que la humanidad no decaiga» [3].
Con esta convicción, quisiera entonces concluir nuestro encuentro haciendo mías las palabras de san Juan Pablo ii en la Mulieris dignitatem: «La Iglesia […] da gracias por todas las mujeres y por cada una: por las madres, las hermanas, las esposas; por las mujeres consagradas […] por las mujeres que trabajan profesionalmente, […] por todas: […] en toda la belleza y riqueza de su femineidad,» [4].
¡Gracias queridos amigos! Felicidades por esta importante investigación y muchas felicidades por vuestro trabajo. Os bendigo. Y por favor os pido que recéis por mí. Gracias.
[1] Cfr Homilía en la misa de inicio del Ministerio Petrino, 13 de marzo 2013.
[2] Cfr Mensaje por la 108º Jornada Mundial del Migrante y del Refugiado 2022, 9 de mayo 2022.
[3]Mensaje del Concilio a las Mujeres, 8 de diciembre 1965.
[4] San Juan Pablo ii , Mulieris dignitatem, n. 31.