* Carta
Queridos hombres, sé que es el Día de la Mujer. Iréis a comprar para vuestras mujeres esas pobres plantas de mimosa prontas a ser sacrificadas en esta jornada, con sus bolitas amarillas aterciopeladas que, en realidad, van a morir pronto volviéndose marrones. Morirán como las mujeres en muchas partes del mundo, asesinadas, torturadas, encarceladas o enjauladas en nombre de la religión, o del amor o de una cultura que les niega su libertad.
Nosotras, las mujeres occidentales de diferentes culturas y religiones, solo podemos admirar a estas titanes que intentan liberarse de la sharía y romper la jaula en la que nacieron y mantienen hombres débiles que temen a las mujeres libres, porque saben de su fuerza, de su valor, de su fantasía, de su imaginación, de su autodeterminación y de su coraje. Es la debilidad de los hombres la que desencadena la violencia, la violación y el asesinato. La debilidad y no el amor.
Cualquier dolor os consume y os sentís perdidos sin la mujer-madre-hermana que alivia vuestras heridas. Porque no soportáis el sufrimiento o el abandono, porque os sentís huérfanos e incapaces de valeros por vosotros mismos, de soportar la soledad o cualquier pérdida como la del trabajo o la posición social. No soportáis la ambición frustrada, cualquier derrota os degrada, como si os hubierais quedado siempre suspendidos en la infancia.
¿No es hora de crecer y soportar las adversidades de la vida? ¿Echáis de menos eternamente a mamá? Incluso los hombres más inteligentes e importantes difícilmente aceptáis que el éxito de vuestra esposas pueda ser mayor. Después de todo, os gusta llevar las riendas.
Las mujeres inteligentes, a las que los hombres en general tienen un poco de miedo, se alegran cuando su pareja logra lo que quiere, pero lamentablemente no suele pasar al contrario. Soportáis mal a las mujeres cultas y conscientes de sus posibilidades, como si no tuvieran derecho a realizarse.
La cultura secular, - la nuestra, la que siempre os había privilegiado-, os ha perjudicado y ha sido y es un boomerang. Con esto no quiero decir que las mujeres de carrera sean mejores que los hombres; al contrario, a veces son peores para demostrar que también pueden ser superiores a ellos.
Diría que cualquier violencia contra la mujer no es otra cosa que la fragilidad del hombre. Solo levantar una mano contra una mujer es ya una derrota. En los países donde llevan velo, las mujeres por fin han abierto los ojos y, afortunadamente, hay algunos hombres que luchan con ellas y pagan con su vida como ellas mismas. Esperemos de todo corazón que el despertar que acaba de comenzar continúe, no se detenga y no cueste demasiada sangre. Tarde o temprano los dictadores de fe férrea y punitiva cederán. Solo tenemos que esperar. Las cadenas que aprisionan la libertad y la belleza no pueden existir en nombre de ninguna fe o dictado escrito, decidido e impuesto por hombres solo en su propio beneficio.
Las mujeres estamos escribiendo con sangre una nueva página de la historia, apoyadas en nuestro dolor, solidaridad y cercanía, aunque sabemos que por desgracia son muy pocas y que las demás vivimos en la impotencia. Nuestros hombres, - después de medio siglo de lucha femenina mientras cambiaban los pañales de sus hijos y los llevaban en brazos-, han cedido espacio y poder a muchas mujeres valiosas. La mujer se ha emancipado con el trabajo, ha salido de casa y ya no es la guardiana del hogar. Y aunque esta nueva situación no sea el sueño de muchos hombres, ahora es un hecho. Sin embargo, no por ello se puede ignorar la realidad. Los feminicidios abundan por la debilidad de los hombres, porque no caminamos de la mano, porque no crecemos juntos en el respeto mutuo, el amor, la aceptación y la conciencia recíproca. El hombre siempre está unos pasos atrás y si pudiera detener a la mujer, la detendría. El camino todavía es largo.
Solo yo, que sobreviví al holocausto, puedo comprender la extrema debilidad de los hombres, quienes pagaron el precio más alto en los campos de concentración, donde murieron al menos el doble de hombres que de mujeres. Pagaron ese precio por su cultura y es que la mayoría fueron intelectuales, también ortodoxos y hombres acomodados. Fueron incapaces de cuidar de sí mismos: matar un piojo, esconder los sabañones de los pies, una herida o un absceso, lavarse cuando era posible, ponerse de pie al pasar lista, protegerse con cualquier cosa del frío, soportar el dolor, el hambre y el abandono a uno mismo, el sufrimiento físico y moral y las ofensas.
Fueron incapaces de soñar, de imaginar o de pensar que tal vez algún día serían libres. Por el contrario, para engañar al conocido doctor Mengele, las mujeres de Auschwitz se hacían con un poco de papel rojo para teñirse las mejillas, mezclaban el agua con una pizca de polvo para usarlo como maquillaje con el fin de cubrir la palidez de sus rostros demacrados y ocultar las imperfecciones y se protegían los pies con hierba dentro de los zapatos. Cuidaban de sí mismas con prácticamente nada.
¡Oh, qué lástima, qué dolorosa agonía encontrar a estos hombres en Dachau, cerca de nuestro campo, todos tirados en el suelo, casi inmóviles, incapaces debido a su extrema debilidad de agarrar una patata que robé y les lancé por encima de la alambrada que nos dividía! Solo vi un brazo estirarse sin poder alcanzar la patata.
Y así, en Bergen Belsen, después de la marcha de la muerte, nos encontramos un campamento de hombres. Allí también estaban todos en el suelo, desnudos, muertos o en agonía.
Con la promesa de ración doble de sopa, nos dijeron que limpiáramos el campo como si se tratara de basura y los arrastramos a la tienda de la muerte, donde había una montaña de cadáveres.
Las mujeres que traen la vida al mundo la defendieron como si tuvieran que repoblarlo después del millón de niños quemados, después de aquel infierno en la tierra en la Europa “civilizada”.
Celebremos este 8 de marzo caminando, hombres y mujeres, estrechándonos las manos, guiándolos hacia la paz consigo mismos y con nosotras, las mujeres, de las que ni ellos ni el mundo pueden prescindir.
de Edith Bruck