* Testimonio
Nací el 9 de mayo de 2003 en un pueblo llamado Kalavai. Aquí las casas tienen puertas de madera de color azul que dan a pequeñas calles polvorientas. Nos mezclamos con el bosque, el viento, el sol, el agua dulce del pequeño lago, la arena, las motos y las bicicletas. Los colores claros de las fachadas se confunden con el azul cielo que descansa sobre las tejas y las hojas de palma como una cigüeña gigante. Si llueve, el cielo gris parece un ave de rapiña con las alas extendidas. Y, abajo, pisamos el naranja de la tierra. Los niños juegan y corren entre las casas.
La divinidad los salva de las picaduras de escorpiones.
En 2013 murió mamá Alamelu. No importa de qué, porque no hay razón para que la madre de una niña de diez años muera. Ya está. Mi hermana de nombre Anandi, mi hermano, ambos mayores, y yo, nos quedamos con un padre alcohólico que se volvió a casar a los pocos meses y se fue a vivir con su nueva esposa a la capital, junto al mar. Nos dejó allí como tres plantitas que uno deja de regar.
Fuimos acogidos por la hermana de mi madre, que ya tenía hijos propios. En aquella casa trabaja solo su marido como peón. Éramos muy pobres.
La primera que nos libera de la carga económica que suponíamos fue mi hermana, que se casó a los 17. Dos años después me tocó a mí. Tenía 14 años, acababa de terminar el noveno grado y mi tía decidió casarme con un hombre que me doblaba la edad. Yo tenía 14 años, él 28. Apenas lo conocía así que supliqué y lloré. Pero no sirvió de nada. Mi tía respondió que ya no podía mantenerme. Mis amigas me aconsejaron que obedeciera, que no nos quedaba de otra. Siempre ha sido así para todas y siempre será así.
Pero yo me he enamorado.
Tengo un sueño, una pasión más grande que mi propia vida.
Me he enamorado de algo abstracto. ¿Cómo lo puedo explicar?
Amo los libros y el estudio. ¿Cómo explicar que no estoy hecha para obedecer?
18 de julio de 2017. La boda está fijada para el día siguiente. Está todo listo. Soy como esos toros conducidos a la arena durante Jallikattu: drogados, con las orejas cortadas y picante en los ojos. Locos por el miedo. Yo también tengo que participar en un espectáculo. Una boda india está destinada a ser recordada. Es mañana. Me encierro en mi cuarto y lloro por los libros que tengo que abandonar. Así tiene que ser. Entonces, mi mirada se detiene sobre un papel de colores que me dieron en la escuela y que era solo para las chicas. Está escrito el número de teléfono de Childline, el 1098.
No me decido, pero una fuerza mayor que mi propia voluntad me precipita hacia el teléfono. Estoy pidiendo ayuda. Estoy denunciando a quien me crio, estoy negando a mi familia y a la familia de mi prometido. Estoy negando mis tradiciones. Me rebelo contra la pobreza con todas las fuerzas de mi vida. Me dicen que vendrán a salvarme en un par de horas. Salgo de mi habitación. Mi rostro está maquillado, mi cuerpo decorado con henna y cúrcuma, llevo unos pendientes en forma de gancho, coronas de perlas en la frente, brazaletes y adornada con oro. Llevo flores en la cabeza, como el toro.
Son las ocho de la tarde. Se acabaron los rituales en casa. Tenemos que ir al templo, donde me espera la familia del prometido. Caminamos. Más bien, ellos caminan y yo me arrastro. Dos universos uno al lado del otro, incompatibles. Yo y ellos, yo y todos los demás. Imagina caminar pensando en el abrazo de un extraño que pronto tendrá derecho de abrazarte, porque pronto le pertenecerás para toda la vida. Imagina caminar sabiendo que ya no podrás hacer lo que amas. Nunca más. Imagina caminar sabiendo que pasarás el resto de tu vida sirviendo al extraño con el que te verás obligada a acostarte, sabiendo que te verás obligada a cuidar de sus padres como si fueran tuyos. Soy el toro enloquecido del dolor. Soy una dote, el fruto de un acuerdo. Así lo dice el Kamasukta, el himno al amor que recitaremos durante la ceremonia nupcial: “¿Quién ha ofrecido a esta muchacha, a quién se le ha ofrecido?” Los tambores y el sonido del shanai me sacan el corazón del cuerpo, un latido que se percibe como alegría, pero no es más que desesperación. La procesión es colorida. Ya está sucediendo.
La niña está completamente sola en medio de familiares que la empujan. Completamente sola entre el ruido.
No soy más que el resultado de un acuerdo.
Es la tradición. En la multitud, veo a mi prima que me guiña el ojo. Tal vez quiera animarme a huir. Yo ya no soy yo. Los adultos que debían protegerme son una bandada de aves carroñeras que ofrecen mi vida como si fuera la suya. Pero mi vida es sagrada. Entramos al templo impregnado por el olor a incienso quemado. Veo esmaltes y estucos. La manada me entrega. Huele a hierbas, patata, arroz y se oye el zumbido de las moscas sobre los envases de aluminio con pollo marinado y queso. Soy como una de esas verduras cortadas por la mitad. Sigo viva, pero ya estoy muerta.
El rojo de la ropa y las coronas de flores son sangre y espinas. La alegría de los demás es una laceración. Cadenas de flores y espejos cuelgan de los lados del templo. El coco y la leche están listos en los tazones. Nadie viene a salvarme. No pasa nada. El matrimonio procede y se acerca mi final. Los colores, las hierbas, la leche, el arroz, el rojo y el dorado, el fuego. Los colores, las hierbas, la leche, el arroz, el rojo y el dorado, el fuego. Su sonrisa me consume como lo hace el incienso. El perfume se lleva mi alma. Soy fuerte, pero no pensé que tendría que asistir a mi propio final. Entonces, sucede. Los jeeps están llegando. Frenan levantando la polvareda. Veinte personas se bajan rápidamente. Son civiles y policías que me están buscando.
El rebaño me despoja de mis joyas y me esconde, me pide que mienta. Digo que sí, asiento con la cabeza, pero luego salgo corriendo y grito hasta perder la voz que solo quiero estudiar. Me quedo durante semanas en el hogar de Terre des Hommes hasta que se hace todo el papeleo. Estoy aturdida, estoy como en un sueño y estoy sola, completamente sola como alguien que es libre. Entre las ocho de la tarde y la medianoche mi vida volvió a ser mía. Ahora sigo estudiando y mi historia se ha hecho famosa. Incluso el gobierno me ha dado 1200 euros con los que estudiaré y lucharé por otras como yo.
Solo con una llamada telefónica arranqué de raíz mi mísera suerte como una hierba malsana, hice un viaje por el espacio y el tiempo. Y otras lo harán detrás de mí. Estamos sujetos al tiempo y somos dueños de nada. Solo del poco tiempo que tenemos, del tiempo de nuestra vida. Estudiar me salvó la vida. Es más, me dio la libertad. No os he traicionado y os quiero como siempre, pero en mi corazón sigue mi voluntad de estudiar tan firme como la hierba que no se puede aplastar. Porque no quería vivir esta vida en vano.
de Maria Grazia Calandrone
Maria Grazia Calandone ha dado voz a Nandhini, una niña india de 14 años que ha conseguido escapar de un matrimonio concertado por su tía. Juntas han contado su historia en #StandUpForGirls 2019, un evento organizado por Terre des Hommes.