· Ciudad del Vaticano ·

MUJERES IGLESIA MUNDO

La historia
Dos mil años de misión femenina que hay que reconocer

María y sus discípulas

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04 febrero 2023

Las mujeres han sido protagonistas de la difusión del cristianismo en diferentes culturas a lo largo de los siglos de la era cristiana. Sin embargo, a pesar del papel crucial que han jugado las mujeres misioneras, el estudio de su contribución se ha descuidado durante mucho tiempo, incluso por parte de los historiadores. Las razones de este olvido son múltiples: desde la costumbre de la historiografía, pasando por los tiempos recientes en los que se ha prestado poca o ninguna atención a la historia de las mujeres y del “catolicismo femenino”, hasta las dificultades objetivas de acceder a los archivos de las congregaciones religiosas femeninas sobre la misión moderna y contemporánea.

En las últimas décadas, la afirmación de la teología feminista a nivel internacional, la promoción de la interdisciplinariedad, la difusión de los estudios de género y la inclusión de los estudios sobre el cristianismo en la historia global han estimulado nuevas investigaciones, publicaciones y proyectos que han propiciado un enfoque transaccional de la historia de las congregaciones de mujeres misioneras de parte de estudiosas y estudiosos de diferentes partes del mundo.

En los Evangelios ya encontramos a las primeras mujeres misioneras. Juan confiere a María Magdalena el mandato de anunciar la muerte y la resurrección de Jesús, porque al recibir la primera aparición del Resucitado se convierte en la primera apóstol de Cristo. El evangelista Lucas encomienda a María, llamada Magdalena, a Juana, a Susana y a muchas otras mujeres que siguieron a Jesús y a los doce la tarea misionera de asistirles con sus bienes y compartir con ellos el camino del Nazareno.

En los orígenes del movimiento cristiano, la difusión del evangelio fue obra de misioneros itinerantes, comerciantes, hombres de cierto nivel cultural y social, y también de mujeres con posibilidades. La literatura paulina nos permite reconocer el papel de las mujeres misioneras que enseñaron, predicaron y fundaron iglesias domésticas.

Pablo se rodea de colaboradores y colaboradoras. A Febe le atribuye el título de diákonos, predicadora misionera en la iglesia de Cencrea; Priscila y Junia son las mujeres de Aquila y Andrónico con quienes forman parejas misioneras judeocristianas, práctica misionera habitual; la apóstol Tecla recibe de Pablo la tarea de enseñar la palabra de Dios y se convierte en una mujer misionera que predica y bautiza. Las diaconisas de las Iglesias siríacas del siglo III que iban a los hogares a visitar y cuidar a los enfermos son el ejemplo de la primera caridad cristiana, en este sentido constituyen las primeras formas de misión de la Iglesia.

A partir de la época tardoantigua, la mujer quedó excluida de cualquier forma de ministerio, por lo que su actividad se limitó a la oración, la ascesis y más tarde al servicio y las relaciones personales como forma de testimonio del Evangelio. A principios de la Edad Media, los monasterios femeninos florecieron en toda Europa, algunos de ellos dirigidos por abadesas poderosas. Lioba, monja benedictina misionera inglesa, acompañó al obispo de Maguncia Bonifacio en la misión evangelizadora de Alemania, y este la hizo abadesa de Tauberbischofsheim. En la Baja Edad Media encontramos figuras como la del reformador de Lyon, Valdesio, quien en su predicación itinerante inspirada en la vida apostólica de los orígenes, no excluyó a las mujeres que en el valdismo primitivo se dedicaban a la actividad proselitista.

En los movimientos heréticos las mujeres podían participar activamente en la misión evangelizadora incluso predicando el Evangelio en las calles y plazas, pero la Inquisición terminó con esta libertad para las mujeres. En 1298 Bonifacio VIII obligó a las monjas de todas las congregaciones y órdenes a permanecer en estricta clausura. Esta restricción impidió a Clara de Asís seguir a Francisco, pero no heredar su espiritualidad, dando lugar a una feminización del cristianismo que tomó la forma de nuevas formas de vida religiosa vinculadas al cuidado y la atención a los últimos. A principios del siglo XVI, las Ursulinas de Angela Merici encarnaron este nuevo espíritu misionero en la enseñanza y educación de las niñas. Se allanaba el camino para una misión llevada a cabo en los márgenes, más allá de los centros de poder eclesiástico, como más tarde se desarrollará de manera más evidente en territorios no europeos.

En la Edad Moderna la inspiración misionera de la Iglesia europea se vio fomentada por la posibilidad de cristianizar a las poblaciones sometidas por las principales potencias colonizadoras. La Compañía de Jesús, con voto especial de obediencia al Papa, ayudó a perfilar la misión como la evangelización de los no cristianos. El Concilio de Trento reafirmó la clausura de las religiosas e impuso que la residencia fuera en un convento. Sin embargo, la vocación misionera de numerosas congregaciones femeninas que surgieron precisamente entre los siglos XVI y XVII no se apagó. La ursulina Marie de l'Incarnation Guyart fue la primera misionera en Canadá. Partió en 1639 para unirse a los jesuitas entre los indios Huron y en Quebec construyó el primer centro para educar a los hijos de los colonizadores y de los amerindios. Para las mujeres europeas convertirse en misioneras fue también una forma de escapar de las normas sociales que las obligaban a tener hijos en matrimonios concertados, asumiendo el riesgo de realizar largos y muchas veces complicados viajes, pero al mismo tiempo saboreando una independencia imposible en Europa.

Después de la Revolución Francesa, misioneras de las nuevas congregaciones de mujeres, principalmente de Francia, viajaron a América del Norte para abrir escuelas para niñas, hospitales, cuidar a los enfermos y apoyar a los inmigrantes. En 1807 Anne Marie Javouhey fundó las Hermanas de San José de Cluny, una congregación misionera que envió a sus monjas a África y la Guayana Francesa. En Italia el primer instituto misionero femenino fue el Instituto Comboniano de las Pías Madres de la Nigricia (1872). Después aparecieron las Hermanas Javerianas (1895), las Misioneras de la Consolata (1910) y las Misioneras de la Inmaculada (1936). En 1880 Francesca Cabrini fundó las Misioneras del Sagrado Corazón de Jesús en Codogno con el sueño de evangelizar Asia.

León XIII la convenció de poner rumbo a los Estados Unidos y en 1889 se instaló en Nueva York para ayudar a la gran multitud de inmigrantes italianos y huérfanos. Como escribió Madre Cabrini “el mundo es demasiado pequeño para limitarnos a un solo punto. Quiero abrazarlo por completo y llegar a todas partes”. Así, las Misioneras del Sagrado Corazón fundaron numerosas misiones en Estados Unidos, Europa, América del Sur, África, Australia y China. En Asia, otras congregaciones francesas se lanzaron al apostolado misionero en Hong Kong, Indochina, Vietnam, Japón y Filipinas. En Inglaterra, Elizabeth Hayes fundó las Hermanas Franciscanas Misioneras de la Inmaculada Concepción de María y, después de mudarse a Roma en 1880, establecieron misiones en todo el mundo, prestando servicio como educadoras y hospitalarias.

Entre los siglos XIX y XX se produjo una extraordinaria migración de misioneras de pequeñas y grandes congregaciones a todos los continentes con la consiguiente aportación en el campo educativo, asistencial y humanitario en general. Las misioneras, y quizás este sea el rasgo que las distinguía de los misioneros, establecían una relación directa y cotidiana con las personas, muchas veces con los más frágiles como las mujeres y los niños. Fueron mediadoras culturales en el proceso de adaptación del anuncio y posteriormente de inculturación: Salesianas, Maestras Pías Venerinas, Maestras Pías Filipenses por citar a algunas de las protagonistas. La libertad de movimiento significaba adquirir autonomía y ampliar los márgenes de intervención misionera. En el siglo XIX se crearon 400 congregaciones femeninas en Francia, país del que en 1901 partieron para la misión más de 10.000 religiosas frente a los 4.000 religiosos masculinos. A partir de la segunda mitad del siglo, unas 590 congregaciones principalmente femeninas de Francia, Italia y Alemania se trasladaron hacia los centros más urbanizados y populosos de Brasil como São Paolo y Río de Janeiro. El trabajo de las mujeres misioneras contribuyó a la transformación cultural y social de las poblaciones que encontraron, aunque no solo de forma positiva. Las misioneras todavía procedían de un mundo en el que los esfuerzos humanitarios y educativos se entendían como una obra de civilización de los pueblos considerados culturalmente menos desarrollados y, en consecuencia, pusieron en práctica algunos métodos coercitivos y violentos o prácticas, como la llevadas a cabo en Eritrea para italianizar a los eritreos, que tuvieron efectos negativos y, en algunos casos, devastadores.

Pero también encontramos religiosas como las misioneras alemanas que dieron su contribución antiesclavista en Togo y Nueva Guinea o como aquellas misioneras doctoras cuya contribución fue muy importante en países donde las mujeres no podían ser visitadas por médicos varones. En 1925, la médica misionera austríaca Anna Maria Dengel fundó la Medical Mission Sister que en 1935 se convirtió en la primera congregación femenina dedicada exclusivamente a la medicina después de que Propaganda Fide levantara la prohibición a las monjas de ejercer esta profesión. A partir de la segunda mitad del siglo XX hubo se comenzó a solicitar la preparación universitaria para las misioneras. En Oriente Medio, tras el nacimiento del Estado de Israel y la creación de campos de refugiados palestinos en los países vecinos, las misioneras presentes en el Patriarcado Latino de Jerusalén desde el siglo anterior jugaron un papel fundamental en la asistencia sanitaria.

A lo largo de la historia, la acción misionera de la mujer se ha desarrollado principalmente al servicio de los marginados, en los campos de la educación, el cuidado, la asistencia médica, la caridad. Así tuvieron la posibilidad de acercar a las personas, de entrar en la intimidad de sus familias, de ganarse la confianza de la gente abriendo camino para la obra de evangelización de los misioneros varones. Esta estrategia misionera también fue adoptada en el mundo protestante donde encontramos muchas parejas misioneras, marido y mujer, pero también numerosas mujeres solteras. La China Inland Mission (cim), fundada en 1865, alentó a las mujeres misioneras a aventurarse en las provincias del interior de China por su cuenta. En 1900, la mitad de los 498 misioneros protestantes de la CIM eran mujeres. En 1861, Sarah Doremus fundó la Women’s Union Missionary Society, una sociedad misionera protestante interdenominacional que enviaba mujeres solteras a misiones.

El Concilio Vaticano II cambió el concepto de misión que luego fue retomado y clarificado en la exhortación apostólica posconciliar Evangelii Nuntiandi (1975) de Pablo VI. La misión como anuncio y como servicio en el nombre de Jesús debía interesar a toda la Iglesia (pueblo de Dios), hombres y mujeres, sacerdotes y laicos. El Papa Francisco en Evangelii Gaudium subrayó la necesidad de una Iglesia en salida, en la que la dimensión del cuidado y el diálogo con el otro sea central. Por eso, las misioneras están llamadas a tener un papel decisivo que todavía está por reconocer.

de Raffaella Perin
Universidad Católica del Sacro Cuore