Escuchar y ayudar a las personas «con amabilidad» representa «una forma concreta de ser trabajadores de paz, “artesanos” de paz». Lo recordó el Papa Francisco a los dirigentes y al personal de la Comisaría de seguridad pública en el Vaticano, recibiéndoles en audiencia el jueves 22 de enero, en la Sala Clementina.
¡Señor jefe de la Policía,
señor prefecto y señor dirigente,
queridos funcionarios y agentes!
Os doy la bienvenida a este tradicional encuentro, en el que se intercambian las felicitaciones al inicio del nuevo año. Doy las gracias vivamente al jefe de la policía por las corteses palabras y os saludo a todos vosotros, componentes de la comisaría de seguridad pública en el Vaticano. Mi pensamiento va también a vuestras familias, a los colegas que no están presentes, como también, con reconocimiento, a los capellanes, que os acompañan espiritualmente en vuestro camino cotidiano.
Este encuentro me ofrece la oportunidad de renovar a cada uno de vosotros la expresión de mi sentida gratitud por el servicio que desarrolláis con abnegación y espíritu de sacrificio. Y pienso en los días de calor, calor, calor y en los días fríos, fríos, fríos… ¿Vosotros entendéis bien, verdad? Vuestra presencia en la plaza de San Pedro y en el área adyacente al Vaticano es muy importante para la tutela del orden público. Estoy admirado por el trabajo realizado durante los encuentros de los fieles y de los peregrinos, que llegan de todo el mundo para encontrar al Papa y para visitar la tumba del apóstol Pedro y rezar sobre las de sus sucesores, la mayor parte de las cuales se encuentra en la Basílica Vaticana.
Y no puedo olvidar, además, vuestro empeño generoso en ocasión de mis desplazamientos en la ciudad de Roma y en las visitas pastorales en Italia. Por todo esto reitero de corazón mi estima y mi aprecio por la disponibilidad y por el servicio atento y cualificado. Os confío algo: me avergüenzo de molestaros tanto, quisiera ir solo… Me avergüenzo, pero ¡gracias!, se debe hacer. Este servicio, mientras obedece a vuestras tareas como funcionarios del Estado Italiano, manifiesta también las buenas relaciones que existen entre Italia y la Santa Sede.
Queridos amigos, os animo a perseverar en los ideales y en los propósitos que inspiran vuestra vida y vuestro comportamiento en el ejercicio de las delicadas tareas encomendadas a vosotros. Deseo que vuestro trabajo, no pocas veces logrado con sacrificios y riesgos, siempre esté animado por el deseo de ayudar al prójimo y la colectividad. El nacimiento del Señor Jesús, que hemos celebrado hace poco, pueda tener siempre vivo en vosotros el sentido cristiano de la fraternidad y de la solidaridad. Os invito a redescubrir la belleza y la fuerza siempre nueva del Evangelio, y a hacerlo entrar de forma incisiva en vuestras conciencias y en vuestra vida, testimoniando con valentía el amor de Dios en todo ambiente, también en el del trabajo. La fuerza del Evangelio. Para entender el Evangelio hay que leerlo. Me permito daros un consejo: tened un pequeño Evangelio, pequeño y de bolsillo. Llevadlo en el bolsillo, llevadlo en el bolso y después cuando estáis por aquí, por allá, y tenéis un poco de tiempo, leéis un poquito. Todos los días algún contacto con el Evangelio. Si uno lo tiene consigo, es más fácil. Y esto siembra el alma de cosas buenas y lentamente llena el alma de las palabras de Jesús. Esto es un consejo, vosotros veréis.
En el Mensaje con ocasión de la reciente Jornada mundial de la Paz he subrayado que, también cuando los eventos de nuestra existencia y de la historia están lamentablemente cargados de dificultades y a veces dramáticos «estamos llamados a mantener el corazón abierto a la esperanza, confiando en Dios que se hace presente, nos acompaña con ternura, nos sostiene en la fatiga y, sobre todo, guía nuestro camino» (n. 1). También vuestro servicio puede ser signo de la cercanía de Dios a los hermanos y a las hermanas que cada día encontráis y que esperan de vosotros un gesto de cortesía y de acogida. Esta es una forma concreta de ser trabajadores de paz, “artesanos” de paz. Este recibir a la gente, escuchar a la gente, ayudar a la gente, con amabilidad. ¡Y qué necesidad hay de personas que trabajen por la paz no con palabras bonitas, sino con los hechos, desarrollando con cuidado el propio deber al servicio del bien común!
Con estos deseos, quiero felicitar por el nuevo año a cada uno de vosotros y a vuestros familiares. Os encomiendo a todos vosotros a la materna protección de la Virgen Santísima y de San Miguel Arcángel, para que intercedan ante el Señor y os concedan prosperidad y concordia y os custodien de todo peligro. Os acompañe siempre mi bendición que imparto de corazón a cada uno de vosotros y a vuestras familias. Y por favor, no os olvidéis de rezar por mí. ¡Gracias!