Siguiendo el ejemplo de las primeras hermanas – en los años del nazismo se comprometieron a «proteger a los judíos, incluso a riesgo de sus propias vidas» — también hoy las Hermanas del Servicio social están llamadas a «enfrentar los desafíos» de la sociedad «con la única arma de la caridad». Lo subrayó el Papa en el discurso preparado y entregado la mañana del viernes 20 de enero – durante la audiencia que se celebró en la Biblioteca privada – a un grupo de religiosas del instituto fundado hace un siglo por la húngara Margit Slachta.
Estimada Madre general,
queridas Hermanas del Servicio Social:
Nos convoca hoy aquí la celebración del primer centenario de su fundación. Es ciertamente un evento muy especial para ustedes y, por ello, han querido celebrarlo junto a la tumba del apóstol Pedro. Quiero asegurarles que también lo es para la Iglesia, porque todo carisma es para ella un don de Dios que, a través de su Espíritu Santo, le concede aquellas gracias que más se necesitan en cada momento histórico.
Y aquí está el misterio, los regalos que recibimos de las personas, aquello que podemos confeccionar con nuestras propias fuerzas, envejece y se estropea. Sin embargo, los dones del Espíritu tienen una vida siempre nueva, y en cada circunstancia de tiempo y lugar se regeneran y se reinventan, siendo a la vez fieles a su raíz.
De este modo podemos ver el carisma que hace 100 años recibió su fundadora, Margarita Slachta, y que, a través del tiempo y del magisterio social de la Iglesia, se ha ido adaptando a los distintos escenarios políticos y sociales, hasta llegar a nuestros días. Me ha sorprendido que incluso ya consagrada, vuestra fundadora mantuviese un compromiso político tan activo. Es impresionante la afirmación, durante el holocausto, de que los preceptos de la fe obligaban a las hermanas a proteger a los judíos, incluso a riesgo de sus propias vidas.
Es una verdad que nos cuesta admitir: muchos mártires murieron por la fe, no en base a la negación de una mera libertad de rendir culto a su Dios, sino por la coherencia de vida que esta fe les imponía y, por ende, de la defensa de la libertad, la justicia y la verdad. Puede parecer sorprendente, pero la primera prueba de ello es el martirio de san Juan Bautista. El profeta murió por reprochar al tirano que no vivía según la ley divina, por invitar al pueblo a renegar de ese sistema perverso que lo alejaba de la voluntad de Dios, y en ello fue testigo —mártir— de la Verdad con mayúsculas.
Aquellas circunstancias de principios del siglo pasado, con los cambios sociales que dieron paso a las guerras mundiales, fueron momentos cruciales, en los que Dios alentó el nacimiento de vuestra Sociedad. No lo son menos los tiempos actuales, y hoy, como entonces, el llamado a ser testigos sigue vigente. Qué bueno sería si resonaran en sus corazones las palabras de Margarita con la misma intensidad que seguramente tuvieron en aquellas primeras hermanas. Son para ustedes un estímulo, que les enseña a enfrentar los desafíos sociales como ellas lo hicieron contra el nazismo, con la única arma de la caridad.
Queridas hermanas, vuestra fundadora, la Iglesia, el Espíritu Santo nos interpelan, reiterando siempre la misma verdad, no hay amor más grande que dar la vida por los demás. La caridad social, que evoqué en la Encíclica Fratelli tutti, y que permea los escritos de Margarita Slachta, son prueba de esa perenne novedad. Que Dios nos dé la fuerza para ser testigos de ese amor, de esa verdad y de esa justicia, en la vocación a la que nos ha llamado. Se lo pedimos por intercesión de la beata Sara Salkaházi. Que Jesús las bendiga y la Virgen Santa las cuide.