Preocupado «por las precarias condiciones humanitarias de las poblaciones», el Papa Francisco invocó «soluciones pacíficas por el bien de las personas» en el Cáucaso meridional, extendiendo su preocupación también a Perú marcado por la violencia y Ucrania martirizada por la guerra. Sus llamamientos resonaron al finalizar el Ángelus dominical del 18 de diciembre, recitado a medio día desde la ventana del estudio privado del Palacio apostólico vaticano. Antes de la oración mariana con los fieles presentes en la plaza de San Pedro y los que le seguían a través de los medios de comunicación, el Pontífice comentó el Evangelio del cuarto domingo de Adviento. Estas son las palabras pronunciadas por el Pontífice.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy, cuarto y último domingo de Adviento, la liturgia nos presenta la figura de san José (cfr. Mt 1,18-24). Es un hombre justo que está a punto de casarse. Podemos imaginar sus sueños para el futuro: una hermosa familia, con una esposa afectuosa, muchos hijos buenos y un trabajo digno; sueños simples y buenos, sueños de la gente sencilla y buena. Sin embargo, de pronto estos sueños se rompen contra un descubrimiento desconcertante: ¡María, su prometida, espera un niño, y ese niño no es suyo! ¿Qué pudo haber sentido José? Desconcierto, dolor, desorientación, quizá también enojo y desilusión… ¡Siente que el mundo se derrumba, se le viene encima! ¿Qué podía hacer?
La Ley le ofrecía dos posibilidades. La primera, denunciar a María y hacerle pagar el precio de una presunta infidelidad. La segunda, anular su compromiso en secreto, sin exponer a María al escándalo y a graves consecuencias, tomando sobre sí el peso de la vergüenza. Y José escoge esta segunda vía, que es la vía de la misericordia.
Y he aquí que, en el centro de la crisis, precisamente mientras piensa y evalúa todo esto, Dios enciende en su corazón una luz nueva: le anuncia en sueños que la maternidad de María no procede de una traición, sino que es obra del Espíritu Santo, y el niño que nacerá es el Salvador (cfr. vv. 20-21); María será la madre del Mesías y él será su custodio. Al despertar, José comprende que el mayor sueño de todo pío israelita ―ser el padre del Mesías― se está haciendo realidad en él de modo absolutamente inesperado.
En efecto, para realizarlo no le bastará con pertenecer a la estirpe de David y observar fielmente la Ley, sino que deberá fiarse de Dios por encima de todo, acoger a María y a su hijo de modo completamente distinto de como se lo esperaba, distinto de lo que se había hecho siempre. En otras palabras, José deberá renunciar a sus confortantes certezas, a sus planes perfectos, a sus legítimas expectativas, y abrirse a un futuro enteramente por descubrir. Y a Dios, que estropea sus planes y le pide que se fíe de Él, José responde sí. La valentía de José es heroica y se realiza en el silencio: su valentía consiste en fiarse, él se fía, acoge, se hace disponible, no pide más garantías.
Hermanos, hermanas, ¿qué nos dice José hoy a nosotros? También nosotros tenemos nuestros sueños, y quizá en Navidad pensamos más en ellos, los discutimos juntos. Quizá añoramos algunos sueños rotos, y vemos que las mejores esperanzas a menudo deben enfrentarse a situaciones inesperadas, desconcertantes.
Y cuando esto sucede, José nos indica el camino: no hay que ceder a los sentimientos negativos, como la rabia y la cerrazón, ¡este es un camino equivocado! Por el contrario, debemos acoger las sorpresas, las sorpresas de la vida, incluidas las crisis, teniendo en cuenta que cuando se está en crisis no hay que decidir apresuradamente, según el instinto, sino pasar por la criba, como hizo José, “considerar todas las cosas” (cfr. v. 20) y apoyarse en el criterio principal: la misericordia de Dios.
Cuando se habita la crisis sin ceder a la cerrazón, a la rabia y al miedo, teniendo la puerta abierta a Dios, Él puede intervenir. Él es experto en transformar las crisis en sueños: sí, Dios abre las crisis a perspectivas nuevas que no imaginábamos, quizá no como nosotros nos esperamos, sino como Él sabe. Y estos son, hermanos y hermanas, los horizontes de Dios: sorprendentes, pero infinitamente más amplios y hermosos que los nuestros. Que la Virgen María nos ayude a vivir abiertos a las sorpresas de Dios.
Al finalizar el Ángelus el Papa habló del Cáucaso y de Perú, después saludó algunos grupos presentes, finalmente invitó a vivir la última fase del tiempo del Adviento sin olvidarse de rezar por el pueblo ucraniano.
Queridos hermanos y hermanas:
Me preocupa la situación que se ha creado en el Corredor de Lachin, en el Cáucaso Meridional. En particular, estoy preocupado por las precarias condiciones humanitarias de las poblaciones, que pueden deteriorarse aún más durante la estación invernal.
Pido a todos los que están implicados que se esfuercen por encontrar soluciones pacíficas por el bien de las personas. Y recemos también por la paz en Perú, para que cesen las violencias en el país y se emprenda la vía del diálogo con el fin de superar la crisis política y social que aflige a la población.
Os saludo con afecto a todos vosotros que habéis venido de Roma, de Italia y de muchos lugares del mundo. En especial, saludo a los fieles de California y a los de Madrid, así como a los grupos de Praia a Mare, Catania, Caraglio y de la parroquia romana de los Santos Protomártires.
Pidamos a la Virgen María, a quien la liturgia nos invita a contemplar en este cuarto domingo de Adviento, que toque los corazones de cuantos pueden detener la guerra en Ucrania. No olvidemos el sufrimiento de ese pueblo, especialmente de los niños, de los ancianos, de las personas enfermas. Recemos, recemos.
Os deseo a todos un feliz domingo y un buen camino en la última etapa del Adviento. Por favor, no os olvidéis de rezar por mí. Buen almuerzo y hasta la vista.