Maria Grazia Calandrone, Dove non mi hai portata, Einaudi
El padre y la madre de Maria Grazia Calandrone la dejaron a los ocho meses en el parque romano de Villa Borghese, un caluroso día de junio de 1965, con la esperanza de que encontrara una familia de buen corazón. Entonces la pareja optó por arrojarse al Tíber para poner fin a una vida amarga. El padre no encontraba trabajo mientras que la madre, Lucía Galante, había huido del lado de su marido y, por tanto, María Grazia nació de un amor entonces ilegal y prohibido. Calandrone esperó más de cincuenta años y a la maternidad antes de meter mano en la cuestión de sus orígenes. Llevó a cabo una ingente investigación sobre aquella chica molisana que la trajo al mundo. Lucía Galante fue entregada en matrimonio en contra de su voluntad a un hombre que nunca logró convertirse en su esposo y que por ello la maltrataba. Calandrone ha explorado esa prisión conyugal simbolizada en una casa humilísima sin baño y un colchón de ramojos. Su libertad llegó con Giuseppe, albañil, un hombre que ya tenía mujer e hijos pero que lo abandonó todo por Lucía, incluso su propia vida.
Calandrone empezó con pistas inciertas e inconexas que poco a poco se convirtieron en hipótesis, relatos y finalmente poesía. Indicios como las maletas abandonadas por los padres en una plaza de Roma, ciudad que no conocían pero que eligieron para su hija Maria Grazia. O el cuerpo de su padre, Giuseppe, encontrado y nunca reconocido oficialmente por la familia.
La figura de Lucía, que cumple el difícil gesto de separarse de su pequeña, está revestida de comprensión y perdón. Calandrone elimina una tras otra las sospechas de que era una desgraciada o una madre indigna. Encuentra los documentos del hospital milanés donde nació y descubre que para salvar a la niña del escándalo de concubinato y adulterio - delitos de Lucía por los que podría acabar en prisión- declaró que Maria Grazia era hija legítima de su marido y no del hombre que ella había elegido.
Así, descubrió que los pasos dados por sus padres antes de lanzarse al río en Roma fueron dictados por la única preocupación de que su historia resonara en los periódicos para despertar la mayor atención posible. Descubrió que el amor de su madre, invisible porque estaba ausente, se encarnó en ropa limpia y seca, en abrazos que quedan como una huella. Calandrone, volviendo sobre sus pasos, invirtió los papeles y se convirtió en la madre de su propia madre, a la que en la última página llama “mi hija”. El viaje termina en el cementerio de Palata, su ciudad natal, donde Lucía Galante no tuvo misa fúnebre porque se suicidó. Aquí, escribe Calandrone, “por fin puedo acariciar el rostro de mi madre, y su cuerpo de luz y nada (…) Lucía solo estaba en el instituto, pero era libre. Porque tenía corazón, algo que aún reluce en el tiempo”.
de Laura Eduati