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La Iglesia
Hablemos del mariano-petrino, pide una teóloga biblista

El doble principio

 Il duplice principio  DCM-011
03 diciembre 2022

Un breve video que recientemente se hizo viral recoge las reacciones llenas de emoción y entusiasmo de muchas niñas afroamericanas cuando ven en televisión una versión de la película de Disney “La Sirenita” en la que Ariel tiene la piel oscura. El vídeo nos recuerda que la inclusividad de una cultura también se mide también en su imaginario. Y las niñas afroamericanas que se emocionan al ver a una Ariel morena nos dicen algo que sigue siendo válido para cualquier comunicación, incluso la magisterial de los Papas, que escuchar, leer y ver significa recibir unas señales explícitas o implícitas que generan en nosotros un conjunto de creencias, que contribuyen a estructurar nuestras identidades y que favorecen la construcción de un imaginario colectivo en el que todos nos veamos reflejados. Aquí está el punto: reflejarte a ti mismo, pero ¿cómo?

Comenzar así un debate sobre algo muy serio, incluso difícil, puede parecer extraño. Y, sin embargo, en ese anuncio de Disney está la clave para entender lo que voy a explicar sobre lo que “en código” se llama el “principio mariano-petrino”. Una fórmula recurrente en el Magisterio de los últimos cuatro Pontífices para hablar de la vida de la Iglesia y, sobre todo, de la participación en ella de mujeres y hombres. Se intuye inmediatamente que María es prototipo de lo femenino y Pedro de lo masculino y está claro que, cuando los Papas utilizan la fórmula del “principio mariano-petrino” quieren afirmar que todos, hombres y mujeres, deben sentirse a gusto en la Iglesia porque es un lugar donde la relación entre hombre y mujer es estrictamente recíproca. Sin embargo, al comienzo del tercer milenio, una reciprocidad que asigna el carisma del amor a las mujeres y el ejercicio de la autoridad a los hombres al menos debería hacernos reflexionar.

Debemos la invención del “principio mariano-petrino” a uno de los más grandes teólogos del siglo pasado, Hans Urs von Balthasar, que pretendía hacer aceptar a todas las confesiones cristianas el primado de la Iglesia de Roma sobre la base de la integración del ministerio petrino en la mística mariana. No es casualidad que el texto en el que el teólogo suizo expone este doble principio, mariano y petrino, se titule “El complejo antirromano. Integración del papado en la iglesia universal”. Por supuesto, él mismo no esperaba que le binomio mariano-petrina tuviera tanto éxito. Pero también es cierto que, al menos hasta hace unas décadas, el uso de los arquetipos masculino y femenino era fácilmente aplicable en cualquier ámbito.

En cualquier caso, von Balthasar nunca hubiera imaginado que a partir de ese momento todos los papas se referirían a él, pero ya no para integrar el papado en la vida de la Iglesia universal, sino para integrar a los hombres y mujeres en la Iglesia. Pablo VI lo retomó en Marialis cultus, Juan Pablo II la asumió y lo relanzó en Mulieris dignitatem, y Benedicto XVI lo utilizó para explicar el significado y el valor de la púrpura cardenalicia. Francisco ya lo ha mencionado desde el comienzo de su pontificado dando a entender que lo considera un paradigma eclesiológico útil, si no absolutamente necesario. Precisamente porque ha tenido tanto crédito magisterial, me parece importante proponer una reflexión e incluso abrir una discusión. Pablo VI afirma que Dios “ha puesto en su Familia -la Iglesia-, como en todo hogar doméstico, la figura de una Mujer, que en secreto y con espíritu de servicio vela por ella y protege bondadosamente su camino hacia la patria, hasta el glorioso día del Señor”. En otras palabras, retoma literalmente la afirmación de von Balthasar según la cual “el elemento mariano gobierna ocultamente en la Iglesia, como la mujer en el hogar doméstico”.

Por lo tanto, el principio mariano prevé una caracterización “materna” y “doméstica” del papel de la mujer. Sin embargo, Von Balthasar insiste en la precedencia inclusiva de la mística mariana respecto de la ministerialidad petrina: la primera es condicionante porque es omnicomprensiva y liberadora, mientras que la segunda es condicionante porque es ministerial y administradora. Por su parte, Juan Pablo II afirma que en su esencia la Iglesia es a la vez “mariana” y “apostólico-petrina” porque su estructura jerárquica está totalmente ordenada a la santidad de los miembros de Cristo, pero también porque en la jerarquía de la santidad precisamente la “mujer”, María de Nazaret, es “figura” de la Iglesia y por ello exalta la sana funcionalidad del “genio femenino” frente al varón-hombre.

Para Benedicto XVI “todo en la Iglesia, cada institución y ministerio, incluso el de Pedro y sus sucesores, está “incluido” bajo el manto de la Virgen, en el espacio lleno de gracia de su “sí” a la voluntad de Dios”. Finalmente, Francisco también encuentra difícil liberarse de la visión patriarcal que obliga al hombre y a la mujer a un esquematismo peligroso en el que Pedro y María se establecen como figuras simbólicas de referencia. A Pedro, es decir, a los hombres, se le reserva el ministerio de la autoridad; y a María, es decir, a las mujeres, el carisma del amor.

Los binomios son siempre seductores porque engañan. Hacen creer que las diferencias se pueden resolver en una fórmula y la complejidad se puede camuflar de simplificación. Y, sin embargo, las diversas amplificaciones retóricas en cuyo fondo se encuentra la identificación entre mujer y hogar, (es decir, entre femenino y doméstico, femenino e interior, femenino y acogedor, femenino y espiritual), por un lado, y entre masculino y ministerialidad por el otro (masculino y autoridad, masculino y poder) representan una verdadera dificultad, en un sentido técnico un “escándalo” para mujeres y hombres que ya no pueden concebir la diferencia sexual en términos jerárquicos. También porque ahora ha quedado completamente claro que las formas de exaltación mística de lo femenino son directamente proporcionales al rechazo del reconocimiento público de la autoridad de las mujeres.

Surge entonces la pregunta con toda su dureza: ¿el principio mariano-petrino no expresa una ideología y una retórica de la diferencia sexual y de la diferencia de género que ya ha sido desenmascarada como una de las tapaderas de los privilegios patriarcales? Entre otras cosas, el sistema de conocimiento en el que se sitúa hoy la evaluación de la diferencia sexual y de género se ha distanciado definitivamente de la psicofisiología que debía su fundamento a la biología aristotélica y no permite en modo alguno la distribución de roles y poderes a morfologías biológicas o, mucho menos, a clasificaciones psicofisiológicas.

La bipolaridad hombre-mujer, - que ha ocupado incluso obsesivamente el escenario cuando el pensamiento teológico era totalmente androcéntrico y patriarcal desde hace más de un siglo, es decir, desde que la mujer primero se convirtió en un “asunto femenino” para deshacerse luego de esta expresión ofensiva y ha decidido a sentirse plenamente protagonista de la vida social, política y eclesial-, ha sido objeto de decisivas e importantes revisiones. Incluso en la vida de la iglesia. Y el principio mariano-petrino que garantiza la conservación de los estereotipos doctrinales, los arreglos institucionales y las prácticas devocionales, revela ahora toda su fragilidad. También porque hoy nada puede escapar al control de la relación entre el orden simbólico, premisas antropológicas y repercusiones sociales. Ni siquiera el pensamiento teológico. Por eso, las niñas afroamericanas que se regocijan porque Ariel tiene el mismo color de piel nos recuerdan que ninguna palabra, ningún pensamiento y ninguna imagen es “neutral”: todos transmiten una visión de la vida. Inclusiva o discriminatoria. Por eso la invitación apremia: hablemos.

de Marinella Perroni
Biblista, Ateneo Sant’Anselmo