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La misionera y la danza que libera los migrantes

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05 noviembre 2022

Una mujer «enamorada del misterio de la persona», una monja que intenta dar paz y libertad al dolor de las migrantes que huyen para arrancarse a sí mismas y a sus hijos de la pobreza. Incluso con la danza, o más bien la biodanza, la danza de la vida, una disciplina hecha de corporeidad y espiritualidad juntas. Porque hay una pobreza económica, con el cansancio físico de vivir por falta de sustento, comida, trabajo. Y hay una miseria afectiva: las migrantes no salen solo a buscar trabajo, a construir un trozo de vida digna. Muchas veces huyen de la violencia, del abuso, de la explotación, de quienes las consideran sólo objetos de los que disponer.

Pompea Cornacchia es una comboniana que ya ha olvidado su dialecto nativo, el de Apulia, para abrazar una cálida y pintoresca mezcla de italiano y español. Después de misiones en Ecuador y Colombia, hoy realiza su servicio con otras tres hermanas en Tapachula, en el sureste de México, poco más allá de la frontera con Guatemala. Una ciudad de 500.000 habitantes que se ha encontrado en el centro de los flujos migratorios de América del Sur a América del Norte. No sólo desembarcan en Tapachula caravanas de miles de latinos, sino también de africanos y asiáticos que atraviesan el mar, pasan por Sudamérica para después ponerse en camino hacia Estados Unidos o Canadá. Una humanidad herida, rechazada, insegura sobre el mañana y con un presente desesperado. La hermana Pompea gestiona un programa de emergencia dentro del centro de acogida Belén. «Lo hemos llamado Espoir, esperanza». Ofrecen comida y ropa limpia a los que llegan de lejos, ducha y acompañamiento a los distintos albergues que diversas ONG han abierto en Tapachula para acoger a las miles de personas que periódicamente llegan a Chiapas y acampan a la espera de los visados humanitarios que permitan continuar hacia la frontera estadounidense. Pero el objetivo de las hermanas combonianas no es dar cosas, por indispensables que sean en una situación de extrema necesidad, sino crear relaciones con las personas agotadas por el viaje.

La hermana Pompea tiene enormes ojos negros detrás de las gafas gruesas y redondas, el pelo corto, sal y pimienta, una sencillez en el contar su misión que conmueve hasta las lágrimas y después, inmediatamente después, sonríe feliz. En sus 55 años de vida ha conocido dolores y auténticas tragedias, pero también renacimientos extraordinarios. Son sobre todo las mujeres las que necesitan su abrazo. «Llegan heridas, con una mirada triste, a veces vacía. Rompen el corazón. Aquí casi todas han sido violadas y maltratadas, muchas son víctimas de trata de personas».

Sor Pompea tiene una competencia específica en el acompañamiento psicoespiritual: lo que hace es estar junto a las mujeres, escucharlas y emprender con ellas un camino de cuidado y resiliencia para el tiempo que permanezcan en Chiapas. En el programa hay espacio para cursos de costura y cocina, talleres de pequeñas creaciones artesanales. Y luego está la biodanza: una disciplina nacida en los años 60 gracias al psicólogo, antropólogo y escritor chileno, Rolando Toro Araneda. Sor Pompea la conoció a través de un padre jesuita cuando ella estaba en Ecuador y se ocupaba de la formación de las novicias. «Biodanza es movimiento y emoción; trata de despertar movimientos olvidados o reprimidos del cuerpo. Tiene lugar en el silencio: son los cuerpos y los ojos los que hablan. Al acogernos una a la otra entendemos lo que siente la persona, sus dificultades. El cuerpo es el templo del Espíritu Santo y moviéndolo libremente recuperamos la vitalidad, el placer del ser, la creatividad, la afectividad, yendo más allá del dolor, el sufrimiento que llevamos dentro y todas las pobrezas que nos afligen... La biodanza nos hace más humanos y armoniza nuestra vida», explica sor Pompea.

La religiosa de Foggia realiza varios cursos a la semana con grupos de 15/20 migrantes. «Cada sesión tiene un tema: la libertad, la ternura… Danzando, en absoluto silencio y en el encuentro de miradas, las mujeres expresan sus sentimientos y se liberan de las emociones tóxicas con lágrimas y gritos. Para acercarnos a las heridas a menudo las palabras no sirven, hay que dejar hablar a los cuerpos». Y nuevamente, ahí está el poder de esta disciplina, que es también un método y a la vez un instrumento concreto para curar las pobrezas afectivas vividas por las migrantes: «Después de haber bailado y dado espacio a sus sensaciones, mis alumnas se sienten más felices, relajadas, unidas. El impacto es muy emocional; el objetivo es educarlas para que se sientan capaces de volver a amar, para que entiendan que vale la pena levantarse y volver a ponerse en juego».

Los resultados, prosigue sor Pompea, se ven con el tiempo: «Si la persona es capaz de liberar sus sentidos, ya no tendrá miedo de abrazar al otro, de tocarlo, de entablar una relación con él y, para quien cree, también con Dios». Amal fue alumna de Pompea durante dos meses: venía de Brasil y se dirigía a Canadá. Estaba enfadada, reaccionaba mal a cada acercamiento, era como si hubiera perdido la capacidad de contacto humano. Su pobreza era absoluta. Hasta que después de una sesión de biodanza particularmente intensa, abrazada por sor Pompea, ella relató lo indecible: en el desierto de Panamá había perdido al menor de sus 3 hijos, que murió de sed y hambre. «Tuvo que abandonar su cuerpo y no podía perdonarse a sí misma». Liberada de su peso, Amal salió un poco más serena. Un poco menos pobre.

Las historias con las que entra en contacto sor Pompea, en ese cruce de humanidad herida que es Tapachula, son desgarradoras. Mujer consagrada entre las mujeres más abandonadas del mundo: ¿cómo se siente? «Impotente. Creo que podría ser una de ellas, con niños pequeños, en la calle por la noche bajo la lluvia, sin nada. Lo que tienen que soportar las migrantes no es humano, me siento pequeña frente a su pobreza, material y sobre todo afectiva. Pero también entiendo que mi presencia es importante porque sienten el amor de Dios en mí y esto hace que florezca en ellos la esperanza».

de Antonella Mariani
Periodista de «Avvenire»