Relanzar el anuncio del Evangelio “ad gentes” con el estilo sinodal. Es el aliento dirigido al Papa Francisco a los participantes del 17º capítulo general de la congregación de los misioneros de Mariannhill, recibidos en audiencia, en la mañana del jueves 20 de octubre, en la Sala del Consistorio.
¡Queridos hermanos!
Me alegra saludaros mientras os preparáis para concluir vuestro 17º Capítulo General. Doy las gracias al Superior General por sus gentiles palabras de presentación y le ofrezco mis mejores deseos a él y al Consejo.
Vuestro Capítulo tiene lugar después de la celebración de los primero cien años de vida de la Congregación y trata de llevar adelante, entre los desafíos del tiempo presente, el celo por la evangelización que ha inspirado el abad Franz Pfanner y sus compañeros trapistas a poner las bases para su peculiar apostolado. Deseo que vuestras deliberaciones confirmen la Congregación en su carisma fundacional, que une la fidelidad a los consejos evangélicos con la pasión por la difusión del Evangelio ad gentes y el crecimiento del Reino de Cristo en santidad, justicia y paz.
El tema del Capítulo – Solidaridad: llamados a tener un solo espíritu y un único fin – es particularmente actual, a la luz del más amplio recorrido sinodal emprendido en estos meses por la Iglesia universal, en preparación a la Asamblea del Sínodo de los Obispos del próximo año.
Este camino eclesial pretende favorecer la comunión, la participación y el empeño misionero de todos los bautizados, a través de un proceso de discernimiento espiritual centrado en el encuentro, sobre la escucha y la reflexión, para alcanzar a una apertura cada vez más grande a la novedad del Espíritu y sus sugerencias. Un elemento esencial del recorrido sinodal es el desarrollo de un mayor sentido de corresponsabilidad de los fieles laicos para la vida y el futuro de la Iglesia.
Esta preocupación se refleja claramente en la referencia de vuestro Capítulo al apasionado llamamiento de San Pablo a la comunidad cristiana de Corinto, de estar «unidos en una misma mentalidad y un mismo juicio» (1 Cor 1,10).
La historia de vuestra Congregación muestra que, desde el principio, la predicación del Evangelio ha estado acompañada por el empeño para animar las vocaciones autóctonas, para promover un desarrollo humano integral dentro de las comunidades locales y para desarrollar un espíritu de responsabilidad compartida por el bien común.
Mientras perseveráis en los esfuerzos para poder llevar adelante esta unidad y solidaridad al servicio del Evangelio, os animo a cultivar una constante conversión pastoral, que pueda encontrar expresión en todas las dimensiones de la vida y de la actividad de vuestra Congregación, de la formación sacerdotal y espiritual de los laicos a la planificación concreta de los proyectos apostólicos.
Si la sinodalidad a la que la Iglesia está llamada en nuestro tiempo implica un caminar juntos y un escuchar juntos, seguramente la primera voz a la que debemos dar escucha debe ser la del Espíritu Santo (cfr Discurso a los fieles de la Diócesis de Roma, 18 de septiembre 2021).
No muy lejos de nosotros se encuentra el gran obelisco de la plaza de San Pedro. Todos vosotros conocéis la impresión suscitada en el abad Pfanner de la historia del levantamiento del gran monolito. A pesar del inmenso esfuerzo humano, el obelisco solo se pudo salvar de la caída en el último momento echando agua sobre las cuerdas. Hoy, como siempre, es necesaria el agua del Espíritu, no solo para hacer prosperar el trabajo de nuestras manos, sino sobre todo para ablandar el terreno duro de nuestros corazones.
Os aseguro mi oración para que, a través de una nueva efusión del Espíritu, vuestro Capítulo lleve adelante frutos espirituales para el crecimiento de los Misioneros de Mariannhill en la santidad y en el servicio fiel al Evangelio. Y os deseo este “ablandar” de la caridad, nada de corazones duros, nada de cerrazones: con la caridad cerca y la palabra blanda, que el Espíritu hace cuando trabaja en un corazón.
Y esa mansedumbre hermosa: os deseo esto. Os encomiendo a vosotros y a vuestros hermanos a la amorosa intercesión de María, Madre de la Iglesia, y de corazón os bendigo. Y por favor os pido que recéis por mí. Gracias.