En estos primeros días de octubre la situación del conflicto en tierra ucraniana ha vivido una dramática escalada y todo el mundo está ya con la respiración contenida: la pesadilla de una guerra nuclear se ha hecho más cercana volviéndose una hipótesis concreta y probable.
En el mes de octubre de hace exactamente 60 años el mundo se encontraba en la misma situación, causada en ese caso por la crisis de los misiles cubano: el 22 de octubre de 1962, el presidente de Estados Unidos John F. Kennedy apareció en televisión para anunciar el descubrimiento de misiles soviéticos en la isla de Cuba. La crisis había explotado formalmente el 16 de ese mismo mes y hasta el 28, durante 13 días, el mundo contuvo la respiración. La crisis fue superada y fue importante, entre otros factores, la intervención del Papa Juan xxiii que trató de mediar entre Kennedy e Kruscev, entonces líder de la urss .
También hoy como entonces el Papa se dedica sin descanso a la búsqueda de una posible vía de mediación y de solución del conflicto hacia un paz justa y estable. Pero la humanidad es testaruda, dijo el Papa Francisco al finalizar su viaje a Malta, y está testarudamente enamorada de la guerra y parece que da la razón a la amarga constatación que Hegel anotaba en sus lecciones sobre la filosofía de la historia: «Lo que la experiencia y la historia enseñan es esto: que hombres y gobiernos no han aprendido nada de la historia, ni han actuado nunca en base a principios de ella deducidos».
Si los filósofos parecen rendirse hay otros que no se resigna, por ejemplo, los artistas. En esos días del otoño de hace sesenta años, un judío de veinte dos años de Minnesota, compuso una de las baladas más célebres, A Hard Rain is gonna fall (Caerá una dura lluvia): «Escribí esa canción en los tiempos de la crisis de los misiles de Cuba. Me encontraba en Bleecher Street de noche junto a otras personas y nos preguntábamos preocupados si el final del mundo fuera próximamente. ¿Veríamos el alba del día siguiente? Era una canción de desesperación… ¿Qué podíamos hacer? ¿cómo podíamos controlar a las personas que estaban a punto de aniquilarnos? Las palabras me salieron rápido, muy rápido… Era una canción de terror, frase tras frase tratando de capturar el sentimiento que me daba la sensación de la nada». La expresión “una dura lluvia” fue leída como referencia a la guerra nuclear, Dylan sobre esto dijo y contradijo, pero el hecho es que esta canción posee una vertiginosa fuerza visionaria, de tonos apocalípticos: «Escuché el rugido de un trueno que rugía una alarma, / El rugido de una ola que engulliría al mundo entero / Escuché a cien tamborileros con las manos en llamas, / Escuché a cien que susurraban y ninguno escuchaba, / escuché a una persona muriendo de hambre, y muchos riendo, / Escuché la canción de un poeta que moría en las cloacas, / Escuché el ruido de un payaso llorando en el callejón, /Y caerá una lluvia dura, dura».
Pero en ese mes de octubre de 1962 sucede también algo más. La historia tomaba también otra dirección, no solo esa habitual y estrecha de enfrentamiento armado entre los pueblos, sino una dirección inédita: el 11 de octubre de 1962 iniciaba el Concilio Vaticano ii , la reunión más grande de la historia de la Iglesia católica, un evento que, viniendo de lejos (las novedades a menudo eclosionan mucho antes de llegar a lo más hondo), lanzó semillas en profundidad en el terreno de la Iglesia que hoy siguen desarrollando todo su potencial y fecundidad. Como recuerda el cardenal Poupard en una entrevista publicada en la edición italiana de este periódico, el inicio del Concilio ofreció a todos «la visión que en el medio de las turbulencias del mundo había una Iglesia viva, aún dotada de esta capacidad única de poner juntos a los representantes de tantos países, a menudo entre ellos diferentes y distantes si no hostiles».
Andrea Monda