La invitación a «luchar contra los males de la especulación actual que alimenta los vientos de guerra» fue dirigido por el Papa a los participantes del Congreso de la fundación Centesimus annus - Pro Pontifice, recibidos en audiencia la mañana del sábado 8 de octubre, en la Sala Clementina.
¡Queridos hermanos y hermanas, buenos días y bienvenidos!
Le doy las gracias por las palabras de introducción. Y os doy las gracias a todos vosotros por el trabajo que lleváis adelante. Vuestra contribución a la doctrina social de la Iglesia la considero muy importante, sobre todo en el plano de la recepción, porque contribuís a hacerla conocer y comprender; pero diría también en el plano de la profundización, porque vosotros la leéis “desde dentro” del complejo mundo económico y social, y por tanto podéis seguir confrontando tal doctrina con la realidad, una realidad siempre en movimiento, que cambia continuamente.
El tema de vuestro Congreso de estos días ha sido “Crecimiento inclusivo para erradicar la pobreza y promover el desarrollo sostenible para la paz”. Me parece que la expresión-clave sea la inicial: “crecimiento inclusivo”. Hace pensar en la Populorum progressio de San Pablo vi , ahí donde afirma: «El desarrollo no se reduce al simple crecimiento económico. Para ser auténtico, debe ser integral, es decir, promover a todos los hombres y a todo el hombre» (n. 14). Por tanto, el desarrollo o es inclusivo o no es desarrollo. Y entonces, esta es nuestra tarea, en particular la vuestra en cuanto fieles laicos: hacer “fermentar” la realidad económica en sentido ético, el crecimiento en el sentido del desarrollo. Y vosotros tratáis de hacerlo, a partir de la visión del Evangelio. Porque todo nace de cómo se mira la realidad.
En una novela suya, un narrador americano contemporáneo habla del tiempo que precede a la caída de la bolsa y escribe: «Dentro de los diversos estados, la Depresión ya se estaba haciendo sentir, y los agricultores y trabajadores un poco por todas partes estaban en estado de alarma. Encontramos mucha gente desesperada en la calle, y el Maestro Yehudi me enseñó a nunca mirar a nadie desde arriba hacia abajo» (Paul Auster, Mr Vertigo, Turín 2015, 126).
Todo nace de cómo se mira, y desde dónde se mira. Solamente es lícito mirar a otro de arriba a en una situación: para ayudarlo a levantarse. No más. Este es el único momento lícito para mirar desde arriba hacia abajo. La mirada de Jesús sabía ver un gesto de don total en la pobre gente que ponía dos monedas en el arca del Templo (cf. Mc 12,41-44). La mirada de Jesús salía de la misericordia y de la compasión por los pobres y los excluidos. ¿De dónde sale mi mirada? Una pregunta que nos ayudará siempre.
El crecimiento inclusivo encuentra su punto de partida en una mirada no replegada sobre sí misma, libre de la búsqueda de la maximización del beneficio. La pobreza no se combate con el asistencialismo, no, así se la “anestesia” pero no se combate contra ella. Como decía en la Laudato si’, «ayudar a los pobres con dinero debe ser siempre una solución provisoria para resolver urgencias. El gran objetivo debería ser siempre permitirles una vida digna a través del trabajo» (n. 128). La puerta es el trabajo: la puerta de la dignidad de un nombre es el trabajo.
Sin un compromiso de todos para hacer crecer políticas laborales para los más frágiles, se favorece una cultura mundial del descarte. He tratado de explicar esta convicción también en el primer capítulo de la Encíclica Fratelli tutti, donde, además, se recuerda que «aumentó la riqueza, pero con inequidad, y así lo que ocurre es que nacen nuevas pobrezas» (n. 21). Crece la riqueza y nacen nuevas pobrezas.
Por eso el futuro invoca una nueva mirada, y cada uno en su pequeña manera está llamado a hacerse promotor de esta forma diferente de mirar al mundo, empezando por las personas y las situaciones que vive en la cotidianidad. El Maestro, en la novela citada, enseña a su alumno, a «no mirar nunca a nadie desde arriba hacia abajo»; creo que esta puede ser una buena indicación para todos. Todos somos hermanos y hermanas, y si yo soy el propietario de una empresa, esto no me legitima a mirar a mis trabajadores con aire de suficiencia. Si soy el administrador delegado de un banco, no debo olvidar que toda persona debe ser tratada con respeto y cuidado.
La Fundación Centesimus Annus puede declinar las importantes reflexiones conducidas en estos días, a través de la conversión de la mirada de cada uno. La humilde mirada de quien ve en cada hombre y mujer que encuentra a un hermano y una hermana para respetar en su dignidad, antes que, eventualmente, un cliente con el que hacer negocios. Es un hermano, una hermana, una persona; puede ser cliente. Solo con esta mirada podremos luchar contra los males de la especulación actual que alimenta los vientos de guerra. No mirar nunca a nadie desde arriba hacia abajo es el estilo de todo trabajador de paz. Es lícito hacerlo solo para ayudar a levantarse.
Queridos amigos, os doy las gracias por haber venido, y sobre todo por el compromiso que cada uno de vosotros pone, ahí donde vive y trabaja, con el fin de promover un crecimiento inclusivo y, más en general, el conocimiento de la doctrina social de la Iglesia. De corazón os bendigo a todos vosotros y a vuestras familias. Y por favor, no os olvidéis de rezar por mí. Gracias.