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Encuentros
Gualtieri, diálogo entorno a la poesía y la profecía

Los versos de Mariangela

  Il verso di Mariangela  DCM-009
01 octubre 2022

A aquello que no muta
yo canto
la nube, la cima, el tallo
la ofrenda, la ruina, el regalo

Son versos de Mariangela Gualtieri de la colección Bestia di gioia (La Bestia de la Alegría) (Einaudi, 2010) que bien representan una poética en profunda sintonía con el ser y el no ser, con las cosas, la naturaleza, los animales. Versos apaciguados por lo que para otros inspira dolor y miedo: el fin, la muerte y los abismos de la sensibilidad. Versos que buscan (y encuentran) un punto de estabilidad en el estar en el mundo, una raíz que excava en lo profundo para llegar al cielo. Versos agradecidos a la vida:

Dentro de mí
se despierta una bestia agazapada
y respira el silencio que el día atrapa.
Respira, y a su manera, canta.

Es esta capacidad de sentirse parte de un todo misterioso, pero no aterrador, esta alegría afectuosa que abre las antenas ocultas de una capacidad artística profética. Si pienso en los poetas de hoy, no veo quién mejor que Mariangela Gualtieri pueda encarnar la figura del buen profeta, rico de amor por la Creación, por su mal y por su bien. Otros también lo han podido reconocer en sus poemas. Así sucedió este invierno cuando Jovanotti leyó su poema Bello mondo sobre el escenario del festival de Sanremo:

Deseo dar gracias
porque en esta tierra existe la música
la mano derecha y la mano izquierda
Y su íntimo acuerdo
por quién es indiferente a la fama
Por los perros y por los gatos
Por el misterio de ser hermanos

Poesía “franciscana” que la propia autora reconoce como tal, escrita por los autores de su corazón. “Siempre me he sentido naturalmente parte de un todo vastísimo y, desde mi punto de vista terrestre, de una belleza asombrosa. Esta belleza sigue revelándose a mis ojos y me apasiona. Estoy cerca del entusiasmo de Francisco de Asís o de G.M. Hopkins más que la naturaleza de Leopardi. Creo que es parte de mi modo de ser. El miedo o las sombras están en lo que me aleja de esta consonancia, de este sentir en armonía con el resto, y por tanto en primer lugar entre los obstáculos está mi mente inquieta”, explica la poetisa.

¿Alguna vez se encuentra poco dispuesta dar las gracias frente a los horrores del mundo, por ejemplo? “Me preguntas por el dolor y su significado y este es realmente un capítulo que no puedo explicar, sobre todo, cuando lo padecen los más frágiles, los más débiles, los niños, los ancianos o los animales. Puedo responderte que no, nunca me ha pasado que no quiera agradecer y entiendo la suerte que tengo de poder sentirlo así. Sé que hay vidas insoportables, muy duras, y es algo que me duele con un sentimiento natural de compasión. Hay una imperfección del mundo que es difícil de aceptar, pero hay sin duda un esplendor cotidiano que muchas veces me deja sin palabras y profundamente agradecida. Ahí tenemos a Etty Hillesum en el campo de concentración cuando piensa que la vida es buena. Es una forma de sentir que me parece pertenecer a un destino, ¿no crees?”.

Intento responder a la pregunta en este momento en que me siento sobrepasada por la violencia y el dolor a mi alrededor. Que no veo luz en el futuro y tengo miedo. Y es precisamente en su poesía donde encuentro la paz, encuentro otra posibilidad de ver las cosas. En Quando non morivo (Einaudi, 2019) se lee:

Somos este moverse
cambiar sitio y nombre.
Somos un ser aquí, un perenne navegar
de un nombre a otro. Somos.

Aquí, en mi opinión, estar enraizados en el cambio es la gran fuerza de estos versos, que no se apoyan en Dios (“No sé invocar a tu Dios / ni blasfemar sobre él. Es demasiado duro para mí”) sino que permanecen en espera suspendida de algo, alguien que ha dado forma al mundo: “Quién pensó en flores, / y primero, antes de flores” (Senza polvo senza peso, Einaudi 2006).

Quizás, me digo, el arte es inevitablemente profético, visionario, y pregunto: ¿pueden existir poetas no proféticos? La respuesta de la poetisa es sabia: “Deberíamos tener claro qué es el arte contemporáneo, un terreno terriblemente contaminado por el mercado y en el que no es fácil moverse. Sin embargo, creo que el arte es profético cada vez que hace un puente entre lo indecible y el mundo, entre la experiencia y el mundo fuera de la experiencia. Siempre que, a través de un signo finito, nos pone en contacto con lo ilimitado”.

“La tierra es la sustancia de mi decir…”, argumenta en un poema de esa colección. Pero es una tierra que se hunde en el más allá, que te pone en contacto con los muertos. Después de todo, es una tierra celestial, ¿es así?  “Como escribió Anna Maria Ortese, la tierra es un cuerpo celeste: la habitamos y estamos hechos de ella. Para los indios americanos, somos una tierra que habla, una tierra que camina. El mismo nombre de Adán en la Biblia proviene de la tierra, el Adamà. Más que ver más allá, creo que es crucial ver el ahora, y tal vez eso es lo que hace la poesía. William Blake ya escribió que “si se purificaran las puertas de la percepción, todo le parecería al hombre tal como es, infinito”. La tierra, el humus del que deriva la palabra humildad, me parece milagroso, sobre todo porque vivo en el campo. El secreto de la semilla se convierte en el verdor del césped, escribe Rumi. Todo parece guardar un secreto, todo parece tan bien hecho… no encuentro el límite entre materia y espíritu, entre carne y espíritu, entre terrestre y celestial. Los muertos siempre han estado muy presentes en mí. La niña que era pensaba que ocupaban las habitaciones vacías. Recuerdo mi miedo a molestarlos así que cantaba en voz alta mientras subía las escaleras que conducían a mi habitación para dar tiempo a que los muertos desaparecieran. Pensándolo ahora, se parecían mucho a los muertos de Pascoli, mudos, amorosos y preocupados por nosotros. No eran fantasmas aterradore, sino presencias de más allá del mundo, misteriosas, sabias y serviciales. Tuve la suerte de presenciar la muerte de mi padre y la de mi madre y poder cuidar de sus “queridas formas”: la paz llena de revelación de esos momentos me parece su última entrega, su última enseñanza”.

¿Qué pasa con los sueños? ¿Juegan algún papel en su visión? “Los sueños no son tan importantes para mi escritura, al menos conscientemente. Pero a veces me despierto por la noche por un verso que se me aparece en sueños, o porque alguien lo pronuncia en sueños. Siempre tengo el cuaderno conmigo, así que me despierto y lo anoto. Recuerdo un “Gracias por este llanto sin el cual yo sería una cosa seca e inmóvil”, dicho por mí a mi padre que vino a visitarme de entre los muertos... son palabras que no me parecen mías...”

¿Me das tu definición personal de profecía? “Creo que es una doble definición: por un lado, profecía es precisamente mantener vivo lo que nos trasciende, como acabo de decir, hacer visible lo invisible. Por otro lado, sobre todo en la poesía, es profética la voz que, a pesar de haber hablado hace siglos y siglos, aún sabe dibujar nuestro sentir, aún lo ilumina. Y, por lo tanto, puede tocar con palabras una profundidad que el tiempo no ha cambiado. Si alguien que lea nuestros versos dentro de mil años siente lo que sentimos nosotros hoy, será porque esas palabras han pasado en el tiempo sin desgastarse y sin apagarse. Esta luz me parece profecía”.

¿Sientes, cuando escribes, que te mueve una fuerza misteriosa desde dentro o desde fuera de ti? “En un momento dado tengo la impresión de estar llena, de tener que soltar algo que necesita salir urgentemente. Pero luego, en el momento de la precipitación poética, la impresión más viva es que las palabras vienen de afuera. En ese momento todo parece extremadamente simple, casi obvio, casi fisiológico, no hay nada misterioso, también porque el cuerpo participa plenamente en lo que está sucediendo. El misterio surge en mi mente solo más tarde, cuando releo esas palabras que a veces parecen mucho más sabias y complejas de lo que realmente siento. En el fondo realmente me parece, como afirma Rimbaud, que “soy otro, que quien lo escribió no es el yo que conozco”.

¿Para qué es “inadecuada” la palabra? “Fuera de la poesía o de la filosofía, fuera de la transmisión del conocimiento, me parece que la palabra es casi siempre inadecuada, decepcionante. O al menos fuera del verso mis palabras casi siempre me decepcionan. Desgraciadamente todavía no sabemos hablarnos en verso… puede que este sea uno de los altos objetivos a los que estamos llamados, quién sabe”.

de Sandra Petrignani
Escritora y periodista cultural