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Dorothee Sölle, activista incómoda de la fe

La teóloga centinela

 La teologa sentinella  DCM-009
01 octubre 2022

Imaginemos al centinela de una torre o a un vigía en lo alto del mástil de un barco. Tan erguido y concentrado hacia el horizonte que reconoce su línea aún en la oscuridad y está preparado para detectar luces o interpretar cualquier mínimo movimiento. Así hacen los profetas y profetisas de todos los tiempos, atentos como centinelas de la historia. Dorothee Sölle puede ser recordada como uno de ellos. Porque esta teóloga protestante siempre se preocupó de que “la teología no se quedara en la torre de marfil del golpe de pecho”. Su pensamiento acompañó los acontecimientos políticos de su tiempo y sus poemas quedaron impregnados de historia y geografía. Cada una de sus reflexiones es también una práctica. Por eso, su teología no murió con ella, al contrario, sigue apremiando a los hombres y mujeres de hoy.

No puede seguir siendo la misma

Su apellido original era Nipperdey (Sölle es el de su primer marido), y nació en 1929, el mismo año que Ana Frank. Dorothee provenía de una familia alemana en la que sus padres eran opositores al régimen. En casa oía hablar sin censura de torturas y deportaciones, pero fuera del hogar debía tener cuidado con lo que decía, sobre todo, en la escuela. Esta doble vida fue el día a día de muchos niños; una experiencia, la de vivir en dos mundos, que le acompañará incluso después de la guerra. Ante la injusticia, el mundo siempre se divide entre los que denuncian y los que cuentan una historia para engañarse a sí mismos, convenciéndose de su inocencia. Sölle intentó estar entre los primeros, manteniendo el contacto con la realidad por muy aterradora que fuera. Hubiera sido más natural para ella refugiarse en el nihilismo de ciertos filósofos que estudiaba en la universidad como Nietzsche, Heidegger, Sartre... Quizá creer que todo es inútil y sin sentido hubiera podido alejar de ella los años oscuros del nazismo. Pero se encontró con un cristianismo valiente y radical por el que decidió estudiar teología. Se inspiró en teólogos como Dietrich Bonhoeffer, protagonista de la resistencia al nazismo, o Rudolf Bultmann, su profesor y maestro. Ambos alemanes y protestantes expusieron las hipocresías de la religión de diferentes maneras. Cuando terminó sus estudios, Dorothee Sölle tenía una completa certeza: después de Auschwitz, después de todo, la teología no puede seguir siendo la misma.

Rezar, es decir, cambiar el mundo

A principios de los años sesenta, en plena Guerra Fría, Sölle se estaba separando de su marido. Llevan diez años casados ​​y tenían tres hijos. Ella nunca había dejado de interesarse por lo que sucedía a su alrededor y continuaba con el activismo contra el rearme de Alemania Occidental y por la reunificación con el Este. En estos años convulsos política y personalmente, escribió La Representación: un ensayo de teología después de la muerte de Dios. Lo escribió movida por una necesidad, la de no mentirse a sí misma, y así ​​pesa cada palabra con la seriedad de quien se compromete realmente. Cuando se publicó fue malinterpretado por su subtítulo y recibió muchas críticas, además de la negativa de una editorial. Sölle no pretendía sostener la teoría de la muerte de Dios, sino el fin de una imagen de Dios, la del “arregla todo” que interviene para solucionar lo irresoluble y exime de responsabilidades a la humanidad.

Pero, citando a Teresa de Ávila, “Dios no tiene más manos que las nuestras”. No interviene para sustituirnos como si fuéramos niños torpes, sino que nos hace capaces y responsables de amar y practicar la justicia. De hecho, Sölle sostiene que la oración no es una forma de mirar a Dios, sino de aprender a mirar el mundo con los ojos de Dios y actuar para cambiarlo. En resumen, la única forma auténtica de orar es participar activamente en una reforma de la sociedad y de la Iglesia. Es decir, no ignorar los acontecimientos actuales. Su teoría se concretó en 1967, año de la Guerra de Vietnam cuando las protestas se sucedían. Por eso, Dorothee Sölle y un grupo de amigos organizaron la experiencia de las Politische Nachtgebete, vigilias de oración política en Colonia. Eran eventos públicos abiertos a creyentes y no creyentes en la convicción de que fe y política son indivisibles y que el Evangelio actúa creando alianzas inesperadas. Era la primera experiencia de una especie de “ecumenismo de abajo hacia arriba”, donde personas de diferentes confesiones cristianas, e incluso ateos, se encontraban para hablar de los temas apremiantes de la vida y la convivencia pública. Las reuniones nocturnas se convirtieron en auténticos laboratorios litúrgico-políticos que produjeron acciones concretas.

Encrucijadas y liberaciones

En 1975 Sölle aún no había obtenido una cátedra como teóloga. Se volvió a casar, tuvo otro hijo y cuando recibió la oferta de enseñar teología sistemática en Nueva York, aceptó y se mudó con su familia. ¿Por qué no pudo enseñar en su país de origen? Es una pregunta que sus compañeras le hicieron muchas veces. Al final, Sölle admitió que su condición de mujer debió pesar mucho, tanto porque ayudó a atraer críticas como porque los tiempos de una carrera académica no están pensados para quienes se casan jóvenes, tienen hijos y lidian con relaciones rotas. Por eso, Sölle empezó a pedir para las mujeres la libertad de no tener que someterse a un método de trabajo masculino. En sus años americanos publicó Sufrimiento e infelicidad. Es un texto de mística, pero no de misticismo. Para Sölle la mística también era política, velar por la polis. La suya fue “una mística con los ojos abiertos” que evitó al cristianismo ciertas derivas masoquistas y egocéntricas, y al mismo tiempo, le exigió no ser apático, sino asumir el sufrimiento social, el grito de los pobres.

El tema de la pobreza y la injusticia, que siempre ha sido el más querido para Dorothee Sölle, la llevó a encontrarse con la teología de la liberación. En 1979 pronunció conferencias en Argentina contra el cinismo y el consumismo, dos caras de la misma moneda del capitalismo. Le fascinaban figuras como el poeta y sacerdote católico Ernesto Cardenal, implicado en la revolución sandinista en Nicaragua; u Óscar Romero, asesinado en El Salvador en 1980; o el arzobispo brasileño Hélder Câmara. En definitiva, acudió a la llamada de América Latina y desde allí absorbió un nuevo lenguaje teológico con la esperanza de que la teología de la liberación desembarcara en Europa.

Dorothee Sölle murió el 27 de abril de 2003 durante una conferencia en Alemania. Su vida mezcla el desencanto histórico y la apuesta por el desarme, el ecumenismo, la lucha contra la pobreza, la crítica al capitalismo depredador, el feminismo y la mística “con los ojos abiertos”. Su teología es pensamiento y práctica a la vez. En ella resuenan los ecos de una polis sin fronteras extendida por todo el mundo. Hoy sí es común escuchar que “todo está íntimamente conectado”. Pero fue su lúcida intuición de profetisa la que lo anunció años antes a través de una visión de la justicia del Reino de Dios integral y multidireccional. Por eso, el eco de su voz de vigía aferrado al mástil nos sigue indicando el camino.

de Alice Bianchi
Doctoranda en Teología Fundamental en la Pontificia Universidad Gregoriana; Coordinadora de Teólogas Italianas