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Brasil
«Nosotros, los indígenas, tenemos muchas ideas para evitar la destrucción del planeta»

Txai Suruí

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03 septiembre 2022

Txai Suruí tiene 25 años y viene de un linaje importante. Proviene de una conocida y reconocida familia de activistas. Su padre es el jefe Almir Suruí, que creció en la selva amazónica brasileña, en la tribu Lapetanha en Rondônia, definido en 2012 por la revista Forbes como el brasileño más creativo en el ámbito de los negocios. Al año siguiente, fue elegido por las Naciones Unidas como “Héroe del bosque”.

Su madre es Ivaneide Suruí, una figura legendaria en la lucha contra la deforestación en la Amazonía. Txai pertenece a tan gran tradición familiar y la continúa como activista del pueblo Paiter Suruí; como coordinadora de Kanindé, asociación de defensa etnoambiental que trabaja con indígenas desde hace 30 años; como coordinadora del Movimiento de Jóvenes Indígenas de Rondônia; como voluntaria de Engajamundo; y como consejera de WWF Brasil. Esto no es simplemente la descripción de un currículum. “El activismo no fue una elección. Luchamos porque no tenemos otra opción, y tenemos que hacerlo de la mejor manera”, dice esta joven, preparada y decidida. “Mientras permanecíais con los ojos cerrados a la realidad, el guardián del bosque Ari-Uru-Eu-Wau-Wau, mi amigo de la infancia, fue asesinado por defender la naturaleza. Los pueblos indígenas están en primera línea de la emergencia climática, por lo que deberían estar en el centro de las decisiones para frenarla. Tenemos las ideas justas para evitar el fin del mundo. Detenemos las falsas e irresponsables promesas, acabamos con la contaminación de las palabras vacías y luchamos por un futuro y un presente vivible. Que nuestra utopía sea un futuro para la Tierra”.

Hace diez meses, se presentó frente a los más de 100 líderes mundiales reunidos en Glasgow para la Conferencia sobre el Cambio Climático de la ONU con su tocado de plumas verdes en la cabeza. “Lo llamamos Cocar. Lo cambiamos según la ocasión. Esa vez vestía un Cocar de guerra para reiterar que los indígenas estamos dispuestos a pelear, no con las armas, sino con la sabiduría de las palabras. Mis tíos lo hicieron cuando supieron que yo representaría frente al mundo a los nuestros y a todos los pueblos originarios de la Amazonía”, dice mientras se prueba la “corona de plumas”. El Cocar luce extraño cuando se combina con jeans. Así, con sus gafas, un Tablet en mano, plumas en la cabeza y jeans se paseaba por los pasillos del evento de Glasgow esta chica que antes de cumplir los 25 años abrió la COP26.

El 31 de octubre de 2021, día de apertura de la Conferencia de la ONU, la profecía de su padre, el cacique Almir Narayamoga, se hizo realidad: Poco después de su nacimiento presentó a Txai a la comunidad Paiter-Suruí de Sete do Setembro, en Cacoal, colocando a la niña sobre el tronco de un árbol y la llamó futura labiway esagah, ‘líder’ en el idioma tupi-mondé hablado por los nativos. Txai aprendió lo que era la resistencia incluso antes de venir al mundo. Durante su embarazo, la madre, Neidinha, una histórica activista, pasaba largas horas contándole a su ansiada hija los mitos de su pueblo. Y la instó a protegerlo, como habían tratado de hacer sus padres, denunciando la apropiación de sus tierras por parte de los traficantes de madera. Un compromiso por el que la pareja fue repetidamente amenazada de muerte, obligada a esconderse y a vivir bajo vigilancia. La cuestión amazónica divide al mundo. Por un lado, crece la conciencia de la protección de la selva tropical más grande del mundo, ecosistema fundamental para la supervivencia del hombre en esta tierra; y, por otro, hay claros intereses relacionados con inmensos recursos. Por un lado, pesa la preocupación ambiental, histórico y cultural; por el otro, el juego de poder económico y político.

Txai ha crecido entre manifestaciones, marchas y trabajo comunitario. A los cinco años hizo su primera intervención pública. “Mi madre me llevó a una manifestación para defender los derechos de los niños indígenas. En un momento dado, me solté de su mano y me dirigí al escenario. No recuerdo lo que dije. Solo recuerdo que los ojos del público estaban fijos en mí y se sentía el respeto”, dice la joven, cuyo nombre completo es Walelasoetxeige Paiter Bandeira Suruí. Para adquirir nuevas herramientas de lucha noviolenta, Txai decidió asistir a la Facultad de Derecho de Porto Velho. “Conocer las leyes es fundamental para ayudar a los pueblos de la Amazonía”, explica la primera Suruí en estudiar en la universidad y designada, incluso antes de graduarse, coordinadora de Kanidé. “Mi horizonte es obviamente amazónico. Pero siempre intento dar un carácter global a nuestro compromiso. Los nativos del bosque tropical más grande del planeta no solo luchan por sí mismos y por sus derechos. La nuestra es una batalla por la Vida. La nuestra, del globo y de todos sus habitantes. Porque matar la Amazonía es condenar a muerte a la humanidad”.

Los científicos no tienen dudas. Si desaparece el bosque tropical y su consiguiente tarea de purificación de entre mil y dos mil millones de toneladas de dióxido de carbono, no hay posibilidad de frenar el calentamiento global y mantener el aumento de las temperaturas dentro del umbral de equilibrio de 1,5 grados. Sin embargo, este dato no ha detenido la deforestación: durante este año, todos los días, ha desaparecido una superficie de bosque equivalente a un estadio de fútbol. La causa está en la explotación, legal e ilegal, cada vez más salvaje y brutal de la Amazonía, alentada por el hambre mundial por los recursos naturales. El termómetro más efectivo para medir esta destrucción son los pueblos indígenas, definidos por la ONU como los mejores guardianes de la selva. En sus tierras, la deforestación es menos de la mitad del resto.

Por eso, el Papa Francisco los ha llamado en más de una ocasión “maestros” de la ecología integral. “Para los indígenas, la tierra, el agua y los árboles no son “materia prima” que transformar en dinero. Ellos son parte de nosotros. Gracias a esta cercanía espiritual con el bosque, los indígenas hemos aprendido a cuidarlo. Hemos estado haciendo esto durante milenios. Nuestra experiencia y sabiduría ancestrales pueden ponerse al servicio del resto del globo para evitar catástrofes antes de que sea demasiado tarde”. Para “evitar el fin del mundo”, dijo en Glasgow parafraseando al filósofo indígena Ailton Krenak. Con ese espíritu, Txai aceptó representar a la Amazonía en la COP26, sabiendo que esa intervención la habría catapultado al centro de la atención mundial. Para bien o para mal. Su discurso, pronunciado en un inglés fluido, conmovió a los grandes del mundo. Muchos, en los días siguientes, quisieron conocerla en persona. Su foto en la portada del New York Times hizo que otros medios la bautizaran como “la Greta de la selva”. “Fue una gran responsabilidad. Para prepararme, antes de partir para Glasgow, volví a mi pueblo para escuchar. Un líder genuino debe ser un portavoz. No se representa a sí mismo, sino que porta la voz o, mejor dicho, las voces de su pueblo. Para ello, debe tener un oído atento y sensible”.

La vida de esta joven no es fácil.

El presidente de Brasil, Jair Bolsonaro, la acusó de querer desacreditar al país y de inmediato Txai comenzó a recibir intimidaciones e insultos en las redes sociales. De regreso a Rondônia, comenzaron las amenazas. Ella no les presta demasiada atención a pesar de que sabe, por experiencia directa y familiar, que en la Amazonía las palabras suelen ir seguidas de hechos. Según datos de la Comisión Pastoral de la Tierra, -organización próxima a la Iglesia brasileña-, entre 2009 y 2019 más de trescientas personas fueron asesinadas por los conflictos ambientales que desgarran el Gigante del Sur. Según Global Witness, en 2020, fue el cuarto país más peligroso para los que defienden la casa Común, con veinte activistas asesinados, 3 de cada 4 en territorio amazónico.

En la cuenca del gran río, el nivel de violencia ha alcanzado tal intensidad que afecta incluso a figuras consideradas intocables por su notoriedad, como el periodista británico Dom Philipps y el estudioso Bruno Araújo Pereira. Los dos, desaparecidos durante una misión en el Valle del Javarí el pasado 4 de junio, fueron hallados muertos once días después. “Es cierto, es una escalada interminable de muerte. Y esto llena de tristeza. Al mismo tiempo, sin embargo, también ha crecido nuestra capacidad de oponernos a la destrucción del bosque”, dice Txai.

Menos de dos años después de su fundación, el Movimiento de la juventud indígena de la Rondônia que comenzó ha conseguido reunir a más de 1,7 millones de jóvenes. “En todo el mundo, los jóvenes están comprometidos con la protección del medio ambiente. En la Amazonía, dada la situación tan dramática, más aún. Yo no soy una excepción, al contrario, concluye la líder Suruí. La mayoría de los defensores de la selva son jóvenes y, sobre todo, mujeres jovenes. El cuidado de la tierra lo hacen manos femeninas. Vi esto con mis propios ojos en la cumbre de Glasgow a la que asistió la delegación indígena más grande en la historia de las conferencias climáticas. Las mujeres eran la mayoría. Después de todo, ¿quién mejor que una mujer puede entender a otra mujer? Y, si la Tierra es Madre, ¿cómo no va a ser mujer?”.

De Lucia Capuzzi
Periodista de «Avvenire»