Sri Lanka, Libia, Ucraina: preocupación y dolor por estos países y por los pueblos que los habitan fueron expresados por el Papa a la vez que aseguraba su cercanía al finalizar el Ángelus del día 10 de julio. Asomándose a medio día desde la ventana del Estudio privado del Palacio apostólico vaticano, antes de la oración mariana con los fieles reunidos en la plaza de San Pedro, el Pontífice comentó el Evangelio del domingo, deteniéndose en la parábola del buen Samaritano.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de la Liturgia de hoy narra la parábola del buen samaritano (cfr. Lc 10,25-37); todos la conocemos.
Como telón de fondo, el camino que desciende desde Jerusalén hasta Jericó; a un lado, yace un hombre al que los ladrones han golpeado y robado. Un sacerdote que pasa lo ve pero no se detiene, sigue adelante; lo mismo hace un levita, esto es, un encargado del culto en el templo. «En cambio —dice el Evangelio—, un samaritano que viajaba por allí, al pasar junto a él, lo vio y tuvo compasión» (v. 33).
No olvidemos estas palabras: “tuvo compasión”; es lo que siente Dios cada vez que nos ve en dificultad, en pecado, en una miseria: “tuvo compasión”.
El evangelista desea precisar que el samaritano viajaba.
Por tanto, aquel samaritano, a pesar de tener sus propios planes y de dirigirse a una meta lejana, no busca excusas y se deja interpelar por lo que sucede a lo largo del camino.
Pensémoslo: ¿No nos enseña el Señor a comportarnos precisamente así? A mirar a lo lejos, a la meta final, poniendo al mismo tiempo mucha atención en los pasos que hay que dar, aquí y ahora, para llegar a ella.
Es significativo que los primeros cristianos fuesen llamados “discípulos del Camino” (cfr. Hch 9,2). El creyente, en efecto, se parece mucho al samaritano: como él, está de viaje, es un viandante. Sabe que no es una persona “que ha llegado”, y desea aprender todos los días siguiendo al Señor Jesús, que dijo: «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida» (Jn 14, 6). Yo soy el Camino: el discípulo de Cristo camina siguiéndolo a Él, y así se hace “discípulo del Camino”. Va detrás del Señor, que no es sedentario sino que está siempre en camino: por el camino encuentra a las personas, cura a los enfermos, visita pueblos y ciudades. Así actuó el Señor, siempre en camino.
De este modo, el “discípulo del Camino” —es decir, nosotros los cristianos— ve que su modo de pensar y de obrar cambia gradualmente, haciéndose cada vez más conforme al del Maestro. Caminando sobre las huellas de Cristo, se convierte en viandante y aprende —como el samaritano— a ver y a tener compasión. Ve y siente compasión. Ante todo, ve: abre los ojos a la realidad, no está egoístamente encerrado en el círculo de sus propios pensamientos. En cambio, el sacerdote y el levita ven al desgraciado pero es como si no lo hubiesen visto, pasan de largo, miran a otro lado.
El Evangelio nos educa a ver: guía a cada uno de nosotros a comprender rectamente la realidad, superando día tras día ideas preconcebidas y dogmatismos.
Muchos creyentes se refugian en dogmatismos para defenderse de la realidad. Y, además, seguir a Jesús nos enseña a tener compasión: a fijarnos en los demás, sobre todo en quien sufre, en el más necesitado, y a intervenir como el samaritano: no pasar de largo sino detenerse.
Ante esta parábola evangélica puede suceder que culpabilicemos o nos culpabilicemos, que señalemos con el dedo a los demás comparándolos con el sacerdote y el levita: “¡Este y aquel pasan de largo, no se detienen!”; o que nos culpabilicemos a nosotros mismos enumerando nuestras faltas de atención al prójimo.
Pero quisiera sugerir otro tipo de ejercicio. Cierto, cuando hemos sido indiferentes y nos hemos justificado, debemos reconocerlo; pero no nos detengamos ahí. Hemos de reconocerlo, es un error, pero pidamos al Señor que nos haga salir de nuestra indiferencia egoísta y que nos ponga en el Camino.
Pidámosle que nos haga ver y tener compasión. Esta es una gracia, tenemos que pedirla al Señor: “Señor, que yo vea, que yo tenga compasión, como Tú me ves a mí y tienes compasión de mí”. Esta es la oración que os sugiero hoy: “Señor, que yo vea, que yo tenga compasión, como Tú me ves y tienes compasión de mí”.
Que tengamos compasión de quienes encontramos en nuestro recorrido, sobre todo de quien sufre y está necesitado, para acercarnos y hacer lo que podamos para echar una mano.
A menudo, cuando me encuentro con algún cristiano o cristiana que viene a hablar de cosas espirituales, le pregunto si da limosna. “Sí”, me dice. —“Y, dime, ¿tú tocas la mano de la persona a la que das la moneda?” —“No, no, la dejo caer”. —¿Y tú miras a los ojos a esa persona? —“No, no se me ocurre”. Si tú das limosna sin tocar la realidad, sin mirar a los ojos de la persona necesitada, esa limosna es para ti, no para ella. Piensa en esto: “¿Yo toco las miserias, también esas miserias que ayudo? ¿Miro a los ojos a las personas que sufren, a las personas a las que ayudo?” Os dejo este pensamiento: ver y tener compasión.
Que la Virgen María nos acompañe en esta vía de crecimiento. Que Ella, que nos “muestra el Camino”, esto es, Jesús, nos ayude también a ser cada vez más “discípulos del Camino”.
Después del Ángelus, el Obispo de Roma lanzó los llamamientos por Sri Lanka, Libia y Ucrania, recordó la celebración del Domingo del mar y finalmente saludó a los grupos presentes.
Queridos hermanos y hermanas:
Me uno al dolor del pueblo de Sri Lanka, que sigue padeciendo los efectos de la inestabilidad política y económica. Junto con los obispos del país, renuevo mi llamamiento a la paz, y pido a las autoridades que no ignoren el clamor de los pobres y las necesidades de la gente.
Deseo dirigir un pensamiento especial al pueblo de Libia, especialmente a los jóvenes y a todos los que sufren a causa de los graves problemas sociales y económicos del país. Exhorto a todos a buscar de nuevo soluciones convincentes, con la ayuda de la comunidad internacional, a través del diálogo constructivo y la reconciliación nacional.
Y renuevo mi cercanía al pueblo ucraniano, atormentado a diario por brutales ataques cuyas consecuencias paga la gente común.
Rezo por todas las familias, especialmente por las víctimas, los heridos, los enfermos; rezo por los ancianos y los niños. ¡Que Dios muestre el camino para poner fin a esta guerra absurda!
Hoy se celebra el Domingo del Mar. Recordamos a todos los marinos con estima y gratitud por su valioso trabajo, así como a los capellanes y voluntarios de “Stella Maris”. Encomiendo a la Virgen a los marinos que se encuentran bloqueados en zonas de guerra, para que puedan volver a casa.
Saludo al grupo del Colegio Santo Tomás de Lisboa y a los fieles de Viseu, Portugal; al Coro "Siempre así" de España, a los jóvenes de la Archidiócesis de Berlín y a los niños de Confirmación de Bolgare (Bérgamo).
Dirijo también mi saludo a los peregrinos polacos, y lo extiendo a los participantes en la peregrinación anual de la familia de Radio María al Santuario de Częstochowa.
Y saludo a los sacerdotes de varios países que participan en el curso para formadores de seminario organizado por el Instituto Sacerdos de Roma.
Les deseo a todos un feliz domingo.
Por favor, no se olviden de rezar por mí. ¡Buen almuerzo y hasta la vista!