«Disminuir los riesgos climática reduciendo las emisiones» y «asistir y preparar a las personas para adaptarse a un progresivo empeoramiento de los cambios del clima»: son los dos “desafíos” indicados por el Papa Francisco en un mensaje enviado a los participantes al congreso promovido por la Pontificia Academia de las ciencias sobre «Resilience of People and Ecosystems under Climate Stress», que se celebró el miércoles 13 y jueves 14 de julio en la Casina Pío iv .
Saludo cordialmente a los organizadores y a los participantes del Congreso sobre Resilience of People and Ecosystems under Climate Stress promovido por la Pontificia Academia de las Ciencias. Doy las gracias a su eminencia el cardenal Peter Turkson, canciller de la Academia, a su excelencia el obispo Marcelo Sánchez Sorondo y a todos aquellos que han hecho posible este encuentro. El fenómeno del cambio climático se ha convertido en una emergencia que ya no puede quedarse al margen de la sociedad. Al contrario, ha asumido un lugar central, no solo remodelando los sistemas industriales y agrícolas, sino también condicionando negativamente a la familia humana global, sobre todo a los pobres y a los que viven en las periferias económicas de nuestro mundo. Hoy en día tenemos delante dos desafíos: disminuir los riesgos climáticos reduciendo las emisiones y asistir y preparar a las personas a adaptarse a un progresivo empeoramiento de los cambios climáticos. Estos cambios nos invitan a pensar en un enfoque multidimensional para proteger tanto a los individuos como a nuestro planeta. La fe cristiana ofrece una contribución particular al respecto. El libro del Génesis nos dice que el Señor vio que todo lo que había hecho era muy bueno (cfr. Gn 1, 31) y encomendó a los seres humanos la responsabilidad de ser custodios de su don de la creación (cfr. Gn 2, 15). En el Evangelio de Mateo Jesús reitera la bondad del mundo natural recordándonos la preocupación de Dios por todas sus criaturas (cfr. Mt 6, 26.28-29). A la luz de estas enseñanzas bíblicas, entonces el cuidado de nuestra casa común, también independientemente de las consideraciones de los efectos del cambio climático, no es simplemente un compromiso utilitario sino una obligación moral para todos los hombres y las mujeres en cuanto hijos de Dios. Con esto en mente, cada uno de nosotros se debe preguntar: “¿Qué tipo de mundo queremos para nosotros mismos y para los que vendrán después de nosotros?”.
Para ayudar a responder esta pregunta, hablé de una “conversión ecológica” (cfr. Laudato si’, nn. 216-221) que requiere un cambio de mentalidad y un compromiso para trabajar por la resiliencia de la gente y de los ecosistemas en los cuales vivimos. Esta conversión tiene tres importantes elementos espirituales que quisiera someter a vuestra consideración. El primero implica gratitud por el don amoroso y generoso de la creación por parte de Dios. El segundo requiere el reconocimiento del hecho que estamos unidos en una comunión universal los unos a los otros y con el resto de las criaturas del mundo. El tercero exige que se afronten los problemas ambientales no como individuos aislados, sino en solidaridad como comunidad. Sobre la base de estos elementos, son necesarios esfuerzos valientes, colaborativos y con amplitud de miras entre los líderes religiosos, políticos, sociales y culturales a nivel local, nacional e internacional, con el objetivo de encontrar soluciones concretas a los graves y crecientes problemas que estamos afrontando. Esto pensando, por ejemplo, en el rol que las naciones económicamente más avanzadas pueden desempañar en la reducción de sus emisiones y en el ofrecer asistencia tanto financiera como tecnológica para que las llamadas áreas menos prósperas del mundo puedan seguir su ejemplo. También son cruciales el acceso a la energía limpia y al agua potable, el apoyo ofrecido a los agricultores en todo el mundo para pasar a una agricultura resiliente al clima, un compromiso en recorridos sostenibles de desarrollo y estilos de vida más sobrios destinados a preservar los recursos naturales del mundo y la oferta de educación y de asistencia sanitaria a los más pobres y a los más vulnerables de la población mundial. Aquí quisiera mencionar dos preocupaciones ulteriores: la pérdida de la biodiversidad (cfr. Laudato si’, nn. 32-33) y las muchas guerras que se están combatiendo en varias regiones del mundo que juntas conllevan consecuencias nefastas para el bienestar y la supervivencia humana, incluidos problemas de seguridad alimenticia y una creciente contaminación. Estas crisis, junto a la del clima de la tierra, muestran que «todo está conectado» (Fratelli tutti, n. 34) y que promover el bien común del planeta a largo plazo es fundamental para una auténtica conversión ecológica. Por todas las razones anteriormente mencionadas, he aprobado recientemente que la Santa Sede, en nombre y por cuenta del Estado de la Ciudad del Vaticano, acceda a la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio climático y el Acuerdo de París, con la esperanza de que «mientras la humanidad del período post-industrial quizás sea recordada como una de las más irresponsables de la historia, es de esperar que la humanidad de comienzos del siglo xxi pueda ser recordada por haber asumido con generosidad sus graves responsabilidades» (Laudato si’, n. 165).
Queridos hermanos y hermanas, me alegra que vuestro trabajo en estos días esté dedicado a examinar el impacto de los cambios sobre nuestro clima y buscar soluciones prácticas para poder realizar tempestivamente para aumentar la resiliencia de la gente y de los ecosistemas. Trabajando juntos, hombres y mujeres de buena voluntad pueden afrontar la entidad y la complejidad de las cuestiones que tenemos delante de nosotros, proteger la familia humana y el don de Dios de la creación de los fenómenos climáticos extremos y reforzar los bienes de justicia y de paz. Con la seguridad de mis oraciones para que vuestro Congreso dé buenos frutos, invoco sobre vosotros todas las abundantes bendiciones de Dios Omnipotente.
Del Vaticano, 13 de julio de 2022
Francisco