Un doble llamamiento a no olvidar el grito de dolor que sigue alzándose en Myanmar y en Ucrania fue lanzado por el Papa al finalizar el Ángelus del 19 de junio. Asomado a medio día a la ventana del Palacio apostólico vaticano, antes de la oración mariana con los veinte mil fieles presentes en la plaza de San Pedro, Francisco comentó el Evangelio del domingo de la multiplicación de los panes, subrayando la celebración en Italia y en otros países de la solemnidad del Corpus Domini.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días y feliz domingo!
En Italia y en otros países hoy se celebra la solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo. La Eucaristía, instituida en la Última Cena, fue como el punto de llegada de un recorrido, a lo largo del cual Jesús la había prefigurado a través de algunos signos, sobre todo la multiplicación de los panes, narrada en el Evangelio de la Liturgia de hoy (cfr. Lc 9,11b-17). Jesús cuida de la gran multitud que lo ha seguido para escuchar su palabra y ser liberada de varios males. Bendice cinco panes y dos peces, los parte, los discípulos distribuyen, y «comieron todos hasta saciarse» (Lc 9,17), dice el Evangelio. En la Eucaristía cada uno puede experimentar esta amorosa y concreta atención del Señor. Quien recibe con fe el Cuerpo y la Sangre de Cristo no solo come, sino que queda saciado. Comer y quedar saciados: se trata de dos necesidades fundamentales, que se satisfacen en la Eucaristía.
Comer. «Comieron todos», escribe san Lucas. Al atardecer los discípulos aconsejan a Jesús que despida a la multitud, para que pueda ir a buscar comida. Pero el Maestro quiere proveer también a esto: quiere dar también de comer a quien le ha escuchado. Pero el milagro de los panes y de los peces no sucede de forma espectacular, sino casi de forma reservada, como en las bodas de Caná: el pan aumenta pasando de mano en mano. Y mientras come, la multitud se da cuenta de que Jesús se encarga de todo. Este es el Señor presente en la Eucaristía: nos llama a ser ciudadanos del Cielo, pero mientras tanto tiene en cuenta el camino que debemos afrontar aquí en la tierra. Si tengo poco pan en la bolsa, Él lo sabe y se preocupa.
A veces se corre el riesgo de confinar la Eucaristía a una dimensión vaga, lejana, quizá luminosa y perfumada de incienso, pero lejos de las situaciones difíciles de la vida cotidiana. En realidad, el Señor se toma en serio todas nuestras necesidades, empezando por las más elementales. Y quiere dar ejemplo a los discípulos diciendo: «Dadles vosotros de comer» (v. 13), a esa gente que le había escuchado durante la jornada. Nuestra adoración eucarística encuentra su verificación cuando cuidamos del prójimo, como hace Jesús: en torno a nosotros hay hambre de comida, pero también de compañía, hay hambre de consuelo, de amistad, de buen humor, hay hambre de atención, hay hambre de ser evangelizados. Esto encontramos en el Pan eucarístico: la atención de Cristo a nuestras necesidades, y la invitación a hacer lo mismo hacia quien está a nuestro lado. Es necesario comer y dar de comer.
Pero, además del comer, no debe faltar el quedar saciados. ¡La multitud se sació por la abundancia de comida, y también por la alegría y el estupor de haberlo recibido de Jesús! Ciertamente necesitamos alimentarnos, pero también quedar saciados, saber que el alimento nos es dado por amor. En el Cuerpo y en la Sangre de Cristo encontramos su presencia, su vida donada por cada uno de nosotros. No nos da solo la ayuda para ir adelante, sino que se da a sí mismo: se hace nuestro compañero de viaje, entra en nuestras historias, visita nuestras soledades, dando de nuevo sentido y entusiasmo. Esto nos sacia, cuando el Señor da sentido a nuestra vida, a nuestras oscuridades, a nuestras dudas, pero Él ve el sentido y este sentido que nos da el Señor nos sacia, esto nos da ese “algo más” que todos buscamos: ¡es decir la presencia del Señor! Porque al calor de su presencia nuestra vida cambia: sin Él sería realmente gris. Adorando el Cuerpo y la Sangre de Cristo, pidámosle con el corazón: “¡Señor, dame el pan cotidiano para ir adelante, Señor sáciame con tu presencia!”.
Que la Virgen María nos enseñe a adorar a Jesús vivo en la Eucaristía y a compartirlo con nuestros hermanos y hermanas.
Después del Ángelus el Pontífice recordó la beatificación en Sevilla de un grupo de mártires dominicos, habló de la trágica situación en Myanmar y del x Encuentro mundial de las familias, che inicia el miércoles 22, y exhortó a no olvidar al martirizado pueblo ucraniano.
Ayer, en Sevilla, fueron beatificados algunos religiosos de la familia dominica: Ángel Marina Álvarez y diecinueve compañeros; Juan Aguilar Donis y cuatro compañeros, de la Orden de los hermanos predicadores; Isabel Ascensión Sánchez Romero, anciana monja de la Orden de Santo Domingo, y Fructuoso Pérez Márquez, laico terciario dominico. Todos asesinados por odio a la fe en la persecución religiosa que ocurrió en España en el contexto de la guerra civil del siglo pasado. Su testimonio de adhesión a Cristo y el perdón para sus asesinos nos muestran el camino de la santidad y nos animan a hacer de la vida una ofrenda de amor a Dios y a los hermanos. Un aplauso a los nuevos beatos.
Llega todavía de Myanmar el grito del dolor de tantas personas a las que le falta la asistencia humanitaria básica y que se ven obligadas a dejar sus casas porque han sido quemadas o para huir de la violencia. Me uno al llamamiento de los Obispos de esa amada tierra, para que la Comunidad internacional no se olvide de la población birmana, para que la dignidad humana y el derecho a la vida sean respetados, como también los lugares de culto, los hospitales y las escuelas.
Y bendigo la comunidad birmana en Italia, hoy aquí representada.
El próximo miércoles, 22 de junio, iniciará el x Encuentro Mundial de las Familias, que tendrá lugar en Roma y al mismo tiempo se extenderá por todo el mundo. Doy las gracias a los obispos, a los párrocos y a los agentes de la pastoral familiar que han convocado a las familias a momentos de reflexión, de celebración y de fiesta.
Doy las gracias sobre todo a los esposos y a las familias que darán testimonio del amor familiar como vocación y camino de santidad. ¡Feliz encuentro!
Y ahora os saludo a todos vosotros, romanos y peregrinos de varios países, en particular a los estudiantes de la London Oratory School. Saludo a los participantes del primer Curso de pastoral de la acogida y del cuidado “Vida naciente”; a los fieles de Gragnano y la Asociación ciclista “Pedale Sestese” de Sesto San Giovanni. Y no olvidemos al martirizado pueblo ucraniano en este momento, pueblo que está sufriendo.
Me gustaría que quedara una pregunta en todos vosotros: ¿qué estoy haciendo hoy por el pueblo ucraniano? ¿Rezo? ¿Estoy haciendo algo? ¿Intento entender? ¿Qué hago yo hoy por el pueblo ucraniano? Cada uno responda en su propio corazón.
A todos deseo un feliz domingo.
Por favor, no os olvidéis de rezar por mí.
¡Buen almuerzo y hasta pronto!