· Ciudad del Vaticano ·

La misión de las monjas en Ucrania

Mi oración es arrancar a Dios su ayuda

 Mi oración es arrancar a Dios su ayuda  SPA-022
03 junio 2022

“La guerra ha cambiado radicalmente mi vida y seguirá cambiándola”, dice la hermana Svitlana Matsiuk, de la Congregación de las Hermanas Misioneras Siervas del Espíritu Santo. Antes de la guerra, la monja había comenzado sus estudios en Roma. El pasado mes de enero regresó a Ucrania y debía retomar sus estudios en septiembre. Ahora no sabe si podrá hacerlo. Antes de la guerra, su comunidad vivía en Khmelnytskyj, la capital de la región del mismo nombre, donde están presentes desde 1995, y ahora han tenido que trasladarse a un pequeño pueblo llamado Matkivtsi, donde son huéspedes de los Hermanos Menores Conventuales y donde pueden ayudar a los que huyen de las zonas más afectadas por la guerra.

La guerra no sólo alteró la vida exterior de las hermanas: “Cambié psicológica y espiritualmente”, dice la misionera. “Esta situación ha introducido interrogativos en mi relación con Dios y en mi vida de fe”. El 24 de febrero, la Hermana Svitlana estaba con las demás hermanas en un pequeño pueblo cerca de Vinnytsia y por la mañana las despertó el sonido de las explosiones. Tras el primer momento de perplejidad “Tal vez sea un accidente”, llegó la conmoción y las preguntas: “¿Cómo es posible?” “¿Está sucediendo realmente?”. El “dolor atroz” que provocó estas preguntas aún perdura y se agudiza cuando la Hermana Svitlana conoce y escucha a quienes han mirado a los ojos de la muerte: los soldados heridos que visitó en el hospital militar y los refugiados que vieron morir a personas en el viaje. “Escucharles plantea muchos interrogantes a Dios, y entre ellos el de la naturaleza del mal. Antes de la guerra sabía que el mal existía, pero no tocaba nuestras vidas como lo hace ahora. Esta es otra realidad en la que también está Dios, que sufre allí y es crucificado... Y Dios me respondió con la pregunta: ‘¿Quieres entrar conmigo en esta realidad?’ No quiero huir de ella, creándome mundos ilusorios, sino que quiero entrar en ella, estar en ella para hacer todo el bien posible”.

En Matkivtsi, las Hermanas Misioneras Siervas del Espíritu Santo sirven a los necesitados en el Santuario de Nuestra Señora de Fátima, junto con los Hermanos Menores Conventuales. En las primeras semanas de la guerra, organizaron un refugio para las personas que huían. Con el tiempo, el flujo de desplazados internos disminuyó, por lo que las hermanas decidieron crear un pequeño centro de ayuda humanitaria: distribuyen ropa, alimentos y medicinas a los refugiados y también les ofrecen su tiempo escuchándolos. “Es importante que sepan que pueden venir aquí y que se les ayudará y escuchará”, dice la Hermana Svitlana. “Y en esta situación, donde el mal es muy visible, es muy importante saber que también hay mucho bien”.

El ritmo de la oración comunitaria ha cambiado: los horarios se ven alterados a menudo por compromisos urgentes. “Pero mi oración personal se ha vuelto más intensa. A veces me despierto por la noche y rezo. Y la oración se convierte en un grito: ‘¡Por favor, haz algo!’. Ya no es rezar o pedir, es arrancar a Dios su ayuda”.

Su hermana Victoria también habla de una experiencia de oración similar. El comienzo de la guerra la encontró en Grecia, donde estaba en misión en el Servicio Jesuita a Refugiados desde 2019. “Sólo en la primera semana estuve llorando, leyendo las noticias, llamando a mis amigos y familiares en Ucrania y rezando día y noche. Les dije que me escribieran en caso de que estuvieran en una situación crítica. Un amigo mío vivía en uno de los pueblos de la región de Kiev, que fueron ocupados por los militares rusos al principio de la guerra. Durante un tiempo, se escondió con su familia en un sótano, y no sabían si debían huir o quedarse. Me pedía que rezara. Y le pedía a Dios: ‘Sálvalos, ayúdales a escapar, hazlos invisibles’. Cuando lograron escapar, me sentí aliviada”. En esos momentos, la necesidad de rezar se convirtió en la necesidad de respirar. Así que decidió volver a Ucrania. Sus hermanas de Khmelnytskyj estaban en contra porque hay riesgo de bombardeo en todo el país. “Pero yo procedo de Crimea y ya perdí mi patria una vez. Por eso he decidido que quiero volver a Ucrania”. “Quiero compartir con mi gente sus miedos, sus sufrimientos y también su fe”, dice la monja, confiando en que fue una sorpresa para ella ver cuántas oraciones y celebraciones tienen lugar cada día en el Santuario de Nuestra Señora de Fátima en Matkivtsi. Los desplazados que llegan, suelen pedir a las hermanas que recen con ellos o que recen por sus seres queridos que se han quedado en los lugares más afectados. “Estos dos últimos meses”, añade la hermana Svitlana, “han sido también un tiempo intenso de evangelización para nosotros, de testimonio de que Dios está presente aquí”. “Mi experiencia con Dios en el pasado me hace confiar en que, aunque pasaremos por grandes pruebas y sufrimientos, y aunque el precio será muy alto, la recompensa también lo será.

Mi experiencia me dice que Dios nunca juega con nosotros, y si permite algo así, significa que sabe que saldremos adelante, y que Él nos llevará en sus brazos a través de todo ello”.

Svitlana Dukhovych



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