· Ciudad del Vaticano ·

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El amigo importuno

La fuerza de atreverse

 La forza  di osare  DCM-006
04 junio 2022

Y les dijo: «Suponed que alguno de vosotros tiene un amigo, y viene durante la medianoche y le dice: “Amigo, préstame tres panes, pues uno de mis amigos ha venido de viaje y no tengo nada que ofrecerle”; y, desde dentro, aquel le responde: “No me molestes; la puerta ya está cerrada; mis niños y yo estamos acostados; no puedo levantarme para dártelos”; os digo que, si no se levanta y se los da por ser amigo suyo, al menos por su importunidad se levantará y le dará cuanto necesite.

Lucas 11, 5–8


La escena de la parábola tiene lugar a medianoche, la hora del cambio, de un nuevo comienzo. Muchos se burlan de las buenas intenciones de la medianoche de Nochevieja. Yo, en cambio, siempre las he encontrada hermosas porque son un signo del deseo y la voluntad de crecer y dar lo mejor de uno mismo. Pero la medianoche también significa oscuridad, falta de claridad: el camino aún es incierto, el viejo día acaba de pasar y el nuevo todavía no ha comenzado. Esta escena de medianoche me devuelve a mi propia experiencia de vida, a la experiencia transformadora de ir “más allá”, que solo comprendí cuando la parábola de Jesús me la reveló en toda su profunda verdad. Tenía 19 años y acababa de terminar la secundaria.  Estaba pensando en cómo continuar mis estudios. La teología parecía una opción, pero no sabía nada de lenguas antiguas y me dijeron que la carrera era difícil. Al no tener fe en mí misma, ni siquiera probé ese camino. En medio de la incertidumbre, decidí estudiar lingüística y literatura. Por un lado, el deseo, por el otro, la incertidumbre.

¿Adónde quería ir? Se necesita valor para partir en la oscuridad. La medianoche me daba miedo. Pero las ganas seguían ahí y seguí cuestionándome. Aprendí latín en la universidad y traduje los escritos teológicos de Martín Lutero y de los papas. Fue entonces cuando me di cuenta de que me interesaba el contenido teológico más que el lenguaje. En resumen, como el protagonista de la parábola, necesitaba “pan”. En el Evangelio de Lucas, la parábola sigue directamente al Padrenuestro, que nos invita a pedir: “Danos hoy nuestro pan de cada día”. Palabras que los cristianos conocemos bien. Si hoy tuviéramos que pedir el pan a Dios, en la vida cotidiana, ¿dónde iríamos?, ¿dónde llamaríamos? Y yo, ¿a qué puerta podría llamar para pedir el “pan” que necesitaba? Empecé a hacer preguntas a otros: a un pastor, una religiosa y a muchos de mis amigos que habían tenido experiencias muy diferentes con la iglesia, desde ateos intransigentes, pasando por musulmanes hasta cristianos devotos. Las conversaciones que tuve con ellos me ayudaron y ahora, después de un tiempo, puedo decir que esa fue mi manera de llamar a la puerta de Dios.

Al igual que el protagonista de la parábola, finalmente había salido de casa y fui a pedir “pan” al vecino. Tenía una petición, un deseo tan importante que no podía esperar. Como el protagonista de la parábola, había decidido ser atrevida, llamar a la puerta de mi amigo, aun a costa de molestarlo y arriesgarme a que no me abriera la puerta. Llamando a la puerta de todos ellos, haciendo preguntas, me deshice de todo lo que no me quedó claro. ¿Cómo relacionarse con Dios? ¿Dónde encontrarlo? ¿Cómo conciliar la fe cristiana con la vida secularizada de una ciudad como Berlín?

Explicitar las preguntas que me atormentaban y que durante mucho tiempo no me atrevía a decir en voz alta supuso un nuevo comienzo para mí. Una vez que encontré la fuerza y ​​el valor para dar un paso en la oscuridad y llamar, las conversaciones se hicieron cada vez más frecuentes y continuaron inspirándome. Así que finalmente me atreví a inscribirme en la facultad de teología. No me importaba lo difícil que fuera. Comprendí que mi deseo era seguir llamando a puertas y encontrar respuestas. La parábola del amigo importuno me indicó este camino de atrevimiento y me aseguró que “por su importunidad, [el amigo] se levantará”.

Se nos permite llamar intensamente a la puerta de Dios, se nos permite llamar incluso con arrogancia, se nos permite deshacernos de todas las preguntas que tenemos sobre Él. Durante mucho tiempo había pensado que mis preguntas eran estúpidas e impertinentes. Hoy las veo como una fuerza: Dios me ha bendecido con una mente crítica que también me hace llamar con insistencia a su puerta. El atrevimiento no me distanció de Él como había temido; de hecho, hizo que nuestra relación fuera mucho más fuerte. También veo este “llamar a la puerta de manera entrometida” como un acto feminista porque muchas veces las mujeres no llaman con fuerza por miedo a las consecuencias. Dios, en cambio, nos llama, nos llama y nos invita a buscarlo, a llamar a la puerta. Es más, y aquí la parábola nos provoca, Dios nos anima a ser atrevidos: “por su importunidad se levantará y le dará cuanto necesite”. Pero hay más. El que busca y llama no lo hace solo para sí mismo. Quiere llevar su pan a su amigo. La búsqueda de Dios nos lleva más allá de nosotros mismos porque también da fruto para los demás.

de Magdalena Bredendiek