«Tres dimensiones emergen claramente del impulso conciliar a la renovación de la vida litúrgica. La primera es la participación activa y fructífera en la liturgia; la segunda es la comunión eclesial animada por la celebración de la Eucaristía y de los sacramentos de la Iglesia; y la tercera es el impulso a la misión evangelizadora a partir de la vida litúrgica que involucra a todos los bautizados». Lo dijo el Papa a los profesores y estudiantes del Pontificio Instituto Litúrgico recibidos en audiencia, la mañana del sábado 7 de mayo, en la Sala del Consistorio, con ocasión del 60º aniversario de la fundación. Publicamos, a continuación, el discurso del Pontífice.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días y bienvenidos!
Gracias, Padre Abad Primado, por su introducción. ¡Ha mejorado el italiano! Muy bien. Saludo al padre rector, al padre director, a los profesores, y a todos vosotros, queridos estudiantes y exestudiantes del Pontificio Instituto Litúrgico.
Estoy contento de recibiros con ocasión del 60º aniversario de su fundación. Esta tiene lugar como respuesta a la creciente necesidad del Pueblo de Dios de vivir y participar más intensamente en la vida litúrgica de la Iglesia; exigencia que encontró en el Concilio Vaticano ii la verificación iluminadora con la Constitución Sacrosanctum Concilium. A estas alturas, la dedicación de vuestra institución al estudio de la liturgia es bien reconocida.
Expertos formados en vuestras salas promueven la vida litúrgica de muchas diócesis, en contextos culturales muy diferentes.
Tres dimensiones emergen claramente del impulso conciliar a la renovación de la vida litúrgica. La primera es la participación activa y fructífera en la liturgia; la segunda es la comunión eclesial animada por la celebración de la Eucaristía y de los sacramentos de la Iglesia; y la tercera es el impulso a la misión evangelizadora a partir de la vida litúrgica que involucra a todos los bautizados.
El Pontificio Instituto Litúrgico está al servicio de esta triple exigencia.
En primer lugar la formación a vivir y promover la participación activa en la vida litúrgica. El estudio profundo y científico de la Liturgia os debe impulsar a favorecer, como quería el Concilio, esta dimensión fundamental de la vida cristiana. La clave, aquí, es educar a las personas para entrar en el espíritu de la liturgia. Y para saber hacerlo es necesario estar impregnados de este espíritu. En el San Anselmo, quisiera decir, debería suceder esto: impregnarse del espíritu de la liturgia, sentir el misterio, con estupor siempre nuevo. La liturgia no se posee, no, no es una profesión: la liturgia se aprende, la liturgia se celebra. Llegar a esta actitud de celebrar la liturgia. Y se participa activamente solo en la medida en la que se entra en este espíritu de celebración. No es cuestión de ritos, es el misterio de Cristo, que de una vez para siempre reveló y cumplió lo sagrado, el sacrificio y el sacerdocio. El culto en espíritu y verdad. Todo esto, en vuestro Instituto, debe ser meditado, asimilado, diría “respirado”. En la escuela de las Escrituras, de los Padres, de la Tradición, de los Santos.
Solo así la participación puede traducirse en un más grande sentido de la Iglesia, que haga vivir evangélicamente en todo tiempo y en toda circunstancia. Y también esta actitud de celebrar sufre tentaciones. Sobre esto quisiera subrayar el peligro, la tentación del formalismo litúrgico: ir detrás de las formas, de las formalidades más que de la realidad, como hoy vemos en esos movimientos que buscan un poco ir atrás y niegan precisamente el Concilio Vaticano ii. Entonces la celebración es recitación, es una cosa sin vida, sin alegría.
Vuestra dedicación al estudio litúrgico, por parte tanto de profesores como de alumnos, os hace crecer también en la comunión eclesial. La vida litúrgica, de hecho, nos abre al otro, al más cercano y al más lejano de la Iglesia, en la común pertenencia a Cristo. Dar gloria a Dios en la liturgia encuentra su confirmación en el amor al prójimo, en el compromiso de vivir como hermanos en las situaciones cotidianas, en la comunidad en la que me encuentro, con sus fuerzas y limitaciones. Este es el camino de la verdadera santificación. Por tanto, la formación del Pueblo de Dios es una tarea fundamental para vivir una vida litúrgica plenamente eclesial.
Y el tercer aspecto. Toda celebración litúrgica se concluye siempre con la misión. Esto que vivimos y celebramos nos lleva a salir al encuentro con los otros, encuentro al mundo que nos rodea, encuentro a las alegrías y a las necesidades de tantos que quizá viven sin conocer el don de Dios. La genuina vida litúrgica, especialmente la Eucaristía, nos impulsa siempre a la caridad, que es en primer lugar apertura y atención al otro.
Tal actitud siempre empieza y se funda en la oración, en particular en la oración litúrgica. Y esta dimensión nos abre también al diálogo, al encuentro, al espíritu ecuménico, a la acogida.
Me he detenido brevemente sobre estas tres dimensiones fundamentales. Vuelvo a subrayar que la vida litúrgica, y el estudio de esta, debe conducir a una mayor unidad eclesial, no a la división. Cuando la vida litúrgica es un poco bandera de división, está el olor del diablo ahí dentro, el engañador. No es posible rendir culto a Dios y al mismo tiempo hacer de la liturgia un campo de batalla para cuestiones que no son esenciales, es más, para cuestiones superadas y para tomar posición, a partir de la liturgia, con ideologías que dividen la Iglesia. El Evangelio y la Tradición de la Iglesia nos llaman a estar firmemente unidos en lo esencial, y a compartir las legítimas diferencias en la armonía del Espíritu. Por eso el Concilio ha querido preparar con abundancia la mesa de la Palabra de Dios y de la Eucaristía, para hacer posible la presencia de Dios en medio de su Pueblo. Así la Iglesia, mediante la oración litúrgica, prolonga la obra de Cristo en medio de los hombres y las mujeres de todo tiempo, y también en medio de la creación, dispensando la gracia de su presencia sacramental. La liturgia se debe estudiar permaneciendo fieles a este misterio de la Iglesia.
Es verdad que toda reforma crea resistencias. Yo me acuerdo, era niño, cuando Pío xii empezó con la primera reforma litúrgica, la primera: se puede beber agua antes de la comunión, ayuno una hora antes… “¡Pero esto está contra la santidad de la eucaristía!”, se desgarraban las vestiduras. Después, la misa vespertina: “Pero, cómo, la misa es por la mañana!”. Después la reforma del Triduo pascual: “Pero cómo, el sábado debe resucitar el Señor, ahora lo posponemos al domingo, al sábado por la noche, el domingo no suenan las campanas… ¿Y las doce profecías dónde van?”. Todas estas cosas escandalizaban a las mentalidades cerradas. Sucede también hoy. Es más, estas mentalidades cerradas usan esquemas litúrgicos para defender el propio punto de vista. Usar la liturgia: este es el drama que estamos viviendo en grupos eclesiales que se alejan de la Iglesia, cuestionan el Concilio, la autoridad de los obispos…, para conservar la tradición. Y se usa la liturgia, por esto.
Los desafíos de nuestro mundo y del momento presente son muy fuertes. La Iglesia necesita hoy como siempre vivir de la liturgia. Los Padres conciliares hicieron un gran trabajo para que así fuera. Nosotros debemos continuar esta tarea de formar a la liturgia para ser formados por la liturgia. La Santa Virgen María junto a los apóstoles rezaban, partían el Pan y vivían la caridad con todos. Por su intercesión, la liturgia de la Iglesia haga presente hoy y siempre este modelo de vida cristiana.
Os doy las gracias por el servicio que hacéis a la Iglesia y os animo a llevarlo adelante en la alegría del Espíritu. Os bendigo de corazón. Y os pido por favor que recéis por mí. Gracias.