«Y hoy también existen los cautivos, como siempre. Cambian de geografía, cambian de modalidad, cambian de color. Hoy quizás sin equivocarnos podemos decir que hay más esclavos que en los tiempos en que ustedes fueron fundados, ciertamente. Aún en las megápolis como Roma, Londres, París, de todo, hay esclavitudes que siguen adelante». Lo dijo el Papa Francisco a los participantes en el capítulo general de la Orden de la beata Virgen María de la Merced (mercedarios), recibidos en audiencia, en la mañana del sábado 7 de mayo, en la sala del consistorio. Publicamos a continuación el discurso del Pontífice, que realizó en español.
Queridos hermanos y hermanas… Hay alguna, ¿no? Machismo puro, a la mexicana!
Agradezco las palabras que el Padre Maestro General me ha dirigido en nombre de todos ustedes, y me alegro de poder recibirlos aquí con ocasión del capítulo general de la Orden de la Bienaventurada Virgen María de la Merced. El tema de la asamblea, en plena consonancia con el origen mariano de su vocación, es el versículo del Evangelio de san Juan: «¡Hagan lo que Él les diga!» (2,5). Es una elección significativa supone plantearse el proyecto que se disponen a poner en marcha desde la óptica del servicio. Y es que los religiosos no podemos olvidar nunca, que no hay seguimiento sin servicio y sin cruz (cf. Jn 12,26).
De ese modo, la primera solicitud que la Virgen les hace hoy, como miembros del capítulo general, es ponerse a la escucha. La situación actual podría compararse con la que se presenta en el evangelio de las bodas de Caná: «no les queda vino». Muchas realidades que podemos ver hoy en el mundo, en la Iglesia, en la Orden nos hablan de esa carencia, nos hablan de la falta de esperanza, de motivación, de soluciones. Ante ello, la Virgen les interpela: ¡pónganse a la escucha! Y me podrán preguntar, ¿qué tenemos que escuchar?, ¿las voces que nos hablan de todo lo negativo?, ¿las voces que nos venden soluciones fáciles, o programas alambicados llenos de erudición, o tal vez, las voces que nos proponen salidas de compromiso? Estas son todas las tentaciones de un capítulo general. ¡Estén atentos!
Creo que María les dice hoy otra cosa, les pide que sea Jesús quien interpele su corazón de una forma nueva, original, inesperada. Tal vez los siervos de Caná se reunieron también en capítulo y pensaron qué podían hacer. Probablemente hubo voces que plantearon los problemas, otras que aportaron soluciones factibles, aunque arriesgadas, y quizás otras que recomendaron despedir a los invitados de forma honesta, reconociendo la propia incapacidad para afrontar la situación, que se les acababa el vino. Y terminar una fiesta de casamiento con mate cocido no era lo más apropiado ciertamente. Es posible que ustedes hayan recorrido ya el camino, en todo el itinerario que los ha llevado hasta aquí con preguntas, planteos, convicciones e interrogantes.
Jesús no responde a estos cuestionamientos, no responde. Propone algo que seguramente a ningún siervo se le hubiese pasado por la cabeza, llenar las tinajas de la purificación, y además llenarlas de agua. Antes incluso de entrar en el sentido de ese gesto, lo que a mí me parece interesante y propongo a la consideración de ustedes es que Jesús no les dice lo que ellos esperan, sino precisamente algo que jamás habrían imaginado oír. Al capítulo no se va a acertar, se va a escuchar con sencillez, con gratitud, con abandono. En primer lugar, escuchar a Dios, por más que pueda hablarnos por medio del hermano o de las circunstancias.
Por otro lado, las tinajas de la purificación, que seguramente sirvieron al inicio del banquete, nos llaman a volver al primer amor, a la fuente, a recobrar la actitud inocente y esperanzada de nuestros primeros años de vida consagrada. Nos piden también que tengamos los ojos limpios de quien ve la necesidad, y no el fruto que espera obtener por el esfuerzo realizado. Las tinajas que se ven vacías deben volver a llenarse con la misma ilusión con las que se llenaron antes de comenzar el banquete. Si se fijan, es un trabajo que hay que hacer, pero que no acometemos porque creemos que ya no tiene sentido. Y esta es otra gran tentación. ¿Tiene sentido esto? ¿Tiene sentido que viajen de tantos lugares para reunirse? ¿O es una formalidad más? Esa es la tentación.
El Señor nos pide eso: “vuelvan a empezar, empezar cada día, en cada proyecto, no se cansen, no se desanimen”. Es algo que Jesús repite en su Evangelio, cuando pide a Pedro que tire de nuevo las redes, y este le responde: «¡Señor, no hemos pescado nada!” (cf. Lc 5,5).
La realidad a la que nos referíamos antes nos puede parecer una larga noche, nuestro trabajo nos puede parecer un cansarse sin sentido, si este no se percibe como respuesta generosa al llamado de Jesús, uniéndonos a la Iglesia en la obra de evangelizar. Porque la vocación de la Iglesia es evangelizar, la alegría de la Iglesia es evangelizar, y viendo una cosa interesante, que pese a todo, contradicciones, problemas, la red no se rompe (cf. Jn 21,3).
Abramos nuestro corazón para acoger la sorpresa que Jesús nos trae. Yo no se cuál será y ustedes tampoco lo saben. A lo largo del capítulo –están en la mitad–, a lo largo del capítulo, pues, irán aflorando cosas que algunas pensaban y otras serán una novedad, las trae el Señor.
Juan afirma en su evangelio que esta verdad no la conoce el maestro de la sala, admirado que a este punto del banquete se saque el vino nuevo, sólo la pueden conocer «los que estaban sirviendo». Por eso, escuchen a María, no teman dejarse sorprender por esa voz que los llama a volver a llenar las tinajas, a desgastarse en el servicio concreto y sencillo, inútil en los planes del maestro de sala, pero fundamental para reconocer una obra que no es nuestra sino de Dios. Y en todo ello saber “estar”, estar con María, junto a Cristo al pie de la cruz, en la carne sufriente del pobre y del cautivo que Él hizo suya, suya propia. Y hoy también existen los cautivos, como siempre. Cambian de geografía, cambian de modalidad, cambian de color, pero la esclavitud es una realidad que se va como conformando cada vez más. Cada vez más y con más variedad. Hoy quizás sin equivocarnos podemos decir que hay más esclavos que en los tiempos en que ustedes fueron fundados, ciertamente. Y eso tiene que ser un desafío, ciertamente, a la respuesta de ustedes. Las nuevas esclavitudes, esas que se disimulan, esas que no se saben, esas escondidas, pero son tantas. Aún en las megápolis como Roma, Londres, París, de todo, hay esclavitudes que siguen adelante. Búsquenlas y pregúntenle al Señor: ¿qué hago?
Y gracias por lo que hacen, busquen los esclavos de hoy, y no se olviden de rezar por mí. Muchas gracias.