“Las lágrimas de María son también un signo del llanto de Dios por las víctimas de la guerra que está destruyendo no sólo a Ucrania... Porque la guerra no sólo destruye a los vencidos, no, también destruye a los vencedores... incluso a los que la miran con noticias superficiales para ver quién es el vencedor, quién es el vencido”. El Papa lo dijo al dirigirse a los 2.800 peregrinos de las seis parroquias de la comunidad pastoral del Santuario “Nuestra Señora de las Lágrimas” de Treviglio (en la provincia de Bérgamo y en la archidiócesis de Milán) recibidos en audiencia la mañana del sábado 23 de abril en el Aula Pablo vi . Publicamos, a continuación, el discurso de Francisco.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días y bienvenidos!
Agradezco al párroco sus palabras y correspondo cordialmente al saludo de su arzobispo. ¡Gracias por venir en tan gran número! ¡Tantos! Quizás en casa se ha quedado... ¿quién? ¡Nuestra Señora!
Nuestra Señora de las Lágrimas. No es el único santuario con este título. El de Siracusa me viene inmediatamente a la mente; pero el suyo es mucho más antiguo, tiene quinientos años. Luego son famosas las lágrimas de la Virgen María en la aparición de La Salette.
Las lágrimas de María son un reflejo de las lágrimas de Jesús. Jesús lloró, el Evangelio nos cuenta dos episodios: en la tumba de su amigo Lázaro (cf. Jn 11,35) y frente a Jerusalén (cf. Lc 19,41). En ambos casos eran lágrimas de dolor. Pero podemos imaginar que Jesús también lloró de alegría, por ejemplo, cuando vio a los pequeños, a la gente humilde aceptar con entusiasmo el Evangelio.
María, la Madre, es la primera discípula. Es más discípula que madre. Siguió a su Hijo en todo, incluso en la santidad de sus sentimientos y emociones, incluso en sus risas y lágrimas. Seguramente las lágrimas de alegría brotaron de sus ojos cuando dio a luz a Jesús en el establo de Belén, y cuando vio a los pastores y a los Magos postrarse ante Él. Y lloró lágrimas amargas, al final, cuando lo siguió a lo largo del camino doloroso, y cuando estuvo bajo la cruz. Nuestra Señora llorando.
Las lágrimas de María fueron transformadas por la gracia de Cristo, así como toda su vida, todo su ser, todo en María se transfigura en perfecta unión con su Hijo, con su misterio de salvación. Por eso, cuando María llora, sus lágrimas son un signo de la compasión de Dios. Dios tiene compasión de nosotros, siempre; y Dios quiere perdonarnos. Y les recuerdo una cosa: ¡Dios siempre perdona! ¡Siempre! Somos nosotros los que nos cansamos de pedir perdón. Y por eso las lágrimas de la Virgen son signo de la compasión de Dios, que siempre nos perdona con esta compasión; son signo del dolor de Cristo por nuestros pecados, por el mal que aflige a la humanidad, especialmente a los pequeños e inocentes, que son los que sufren.
Como usted, P. Norberto, ha dicho con razón, las lágrimas de María son también un signo del llanto de Dios por las víctimas de la guerra que está destruyendo no sólo a Ucrania; seamos valientes y digamos la verdad: está destruyendo a todos los pueblos implicados en la guerra. Todos ellos. Porque la guerra no sólo destruye a los vencidos, no, también destruye al vencedor; también destruye a los que la miran con noticias superficiales para ver quién es el vencedor, quién es el vencido. La guerra destruye a todos. Cuidado con esto. A su Corazón Inmaculado hemos confiado nuestra petición, y estamos seguros de que la Madre la ha aceptado e intercede por la paz, porque es la Reina de la Paz. Es la Madre de la Paz. Y mañana será el Domingo de la Misericordia. Ella es la Madre de la Misericordia. Ella sabe lo que significa la misericordia, porque la “tomó” de Dios.
Durante cinco siglos su tierra ha sido regada por las lágrimas de María; de generación en generación su pueblo ha sido acompañado por su ternura maternal. Ella, la Madre, les enseña a no avergonzarse de sus lágrimas. No, no debemos avergonzarnos de llorar; al contrario, los santos nos enseñan que las lágrimas son un don, a veces una gracia, un arrepentimiento, una liberación del corazón. Llorar significa abrirse, romper el caparazón de un ego cerrado en sí mismo y abrirse al Amor que nos abraza, que siempre está esperando para perdonarnos. Así es el corazón de Dios. Dios está esperando. ¿Esperando qué? Por el perdón, para perdonarnos. Es inquieto, es incorregible: quiere perdonar, perdonar... Sólo pide que le pidamos perdón. Abrirse al buen Padre y abrirse también a nuestros hermanos. Dejarse conmover, dejarse conmover por las heridas de los que encontramos en el camino; saber compartir, saber acoger, saber alegrarse con los que se alegran y llorar con los que lloran.
Creo que nosotros, nuestro tiempo —hablo en general— hemos perdido la costumbre de llorar “bien”. Tal vez lloramos cuando sucede algo que nos conmueve o cuando cortamos la cebolla. Pero el llanto que sale del corazón, el verdadero llanto como el de Pedro cuando se arrepintió, como el de la Virgen... Nuestra civilización, nuestros tiempos, han perdido el sentido del llanto. Y debemos pedir la gracia de llorar ante las cosas que vemos, ante el uso que se hace de la humanidad, no sólo las guerras -he hablado de ellas- sino el descarte, los ancianos descartados, los niños descartados incluso antes de nacer... Tantos dramas de descarte: los pobres que no tienen de qué vivir son descartados; las plazas, las calles llenas de indigentes... Las miserias de nuestro tiempo deben hacernos llorar y necesitamos llorar. Hay una misa en la liturgia católica para pedir el don de las lágrimas. Pero ustedes, que tienen a la Virgen “al alcance de la mano”, pidan este don. Y la oración de esa misa dice así: “Señor, tú que has hecho brotar agua de la roca, haz que broten lágrimas de la roca de mi corazón”. El corazón de piedra que ha olvidado cómo llorar. Por favor, pidamos la gracia de llorar. Todos.
Y para ello, que las lágrimas de María nos ayuden. Es importante que nuestro yo no esté cerrado, que esté abierto a los demás, especialmente al Padre que perdona y a nuestros hermanos. Debemos dejarnos conmover por las heridas de los que encontramos en el camino, saber compartir, saber acoger, saber alegrarnos con los que se alegran y llorar con los que lloran.
Su Comunidad lleva este mismo nombre: “Nuestra Señora de las Lágrimas”. ¡Esto es hermoso! En este título hay toda una pastoral: una pastoral de la ternura, la compasión y la cercanía. Ternura, compasión y cercanía. Este es el estilo de Dios. Hay un estilo pastoral que concierne a todos: sacerdotes, diáconos, fieles laicos, personas consagradas... Todos son cercanos, compasivos y tiernos. Y todas las edades, todas las estaciones de la vida. Todos debemos aprender siempre de María a seguir a Jesús, a dejar que su Espíritu moldee nuestros sentimientos, nuestros deseos, nuestros planes y nuestras acciones según el corazón de Dios. Para que, como dice una hermosa oración litúrgica, “no prevalezcan en nosotros nuestros sentimientos, sino la acción de su Santo Espíritu”.
Queridos amigos, ¡gracias por esta visita! Gracias por llevarnos a meditar en las lágrimas de nuestra Madre. ¡Los necesitamos tanto! Necesitamos llorar mucho. Les bendigo de corazón a todos ustedes, a sus familias y a su comunidad. Por favor, no se olviden de rezar por mí. Gracias.