· Ciudad del Vaticano ·

MUJERES IGLESIA MUNDO

INGLATERRA
El perseguido proyecto de una nueva congregación

Sin Regla y sin clausura

 Senza  Regola e clausura  DCM-005
30 abril 2022

Artículo publicado en el número de septiembre de 2017

La posibilidad de prepararse para vivir el discernimiento como centro de la propia vida espiritual no siempre ha sido una perspectiva accesible para las mujeres. Prueba de ello es la compleja y dolorosa historia de Mary Ward, nacida en Yorkshire en 1585, tiempos de persecución para los católicos. Tiempos difíciles, pues, para una joven que desde adolescente sintió el deseo de defender, testimoniar y difundir la fe católica y quiso hacerlo en las formas que el Espíritu le dictaba, rechazando la idea de que la mujer era débil y voluble, destinada al matrimonio o la vida conventual. Tenaz pero dócil, independiente y en todo caso obediente hasta el martirio espiritual, Mary permaneció valientemente a la escucha de una llamada que se le fue revelando gradualmente, en medio de incertidumbres, dudas y fuertes señales.

“Toma lo mismo de la Compañía [de Jesús]”, había oído resonar en su mente en 1611, después de un largo período de meditación en busca de la voluntad de Dios. Por eso, pensó en fundar una congregación modelada sobre las constituciones de la Compañía de Jesús en dependencia directa del Papa, exenta de la obligación de clausura y dedicada al apostolado en tierra de misión y en concreto a la educación de la mujer. En varias ciudades europeas se establecieron así institutos que quería gobernados por una superiora general. Pero su programa y los repetidos intentos de obtener la aprobación de la Santa Sede fracasaron, tanto que en 1631 el Papa Urbano VIII decidió la supresión de la congregación. Acusada de herejía y encarcelada durante unos meses en el monasterio de las Clarisas de Múnich, Mary se negó a firmar la declaración de culpabilidad preparada por los inquisidores. Cuando se le permitió regresar a Inglaterra, continuó trabajando con algunas compañeras primero en Londres y luego en el pueblo de Heworth, donde murió en 1645.

Su misión educativa en favor de la mujer y su propuesta de un apostolado femenino exento de clausura fueron fruto de una espiritualidad centrada en el discernimiento. Todos los escritos, así como sus oraciones, atestiguan que la práctica del discernimiento creció y maduró con el tiempo, convirtiéndose en una verdadera peregrinación espiritual en busca de lo que Dios quería de ella y para ella, y en este camino fueron decisivas la oración y la meditación según los caminos de los Ejercicios Espirituales de Ignacio de Loyola. La oración de Mary, inicialmente “paralizada por el sentido del deber y llena de escrúpulos”, se hizo coloquial hasta hacerse extraordinariamente libre y confiada en la verdad eficaz de Dios obrando en ella. “Pido a todos los que lean esta historia”, escribió al comienzo de la autobiografía, “que no me juzguen por mis debilidades y mis frecuentes caídas en desgracia, sino que reconozcan la verdad de Dios obrando en mí y que le den las gracias por su bondad”. Y no tuvo miedo de afirmar: “Dios estaba muy cerca de mí y dentro de mí (...) Lo vi entrar en mi corazón y esconderse allí”.

De las preciosas notas tomadas durante los retiros espirituales, bajo la guía de los jesuitas Roger Lee y John Gerard, emerge la extraordinaria frescura, autenticidad y generosidad de espíritu con la que Ward vivió la realidad de la encarnación, invitando también a sus compañeras a encontrar a Dios, tanto en las cosas pequeñas como en las grandes. Esas páginas evocan la necesidad de toda alma humana de liberarse de aquello que la ata en exceso a las cosas terrenas, incluidas las estructuras de poder y dominio, para luego poder ver y amar esas mismas cosas con “indiferencia” ignaciana, es decir, con la libertad interior de aquel que “remite todo a Dios” y en virtud del cual “podemos ser lo que parecemos y parecer lo que somos”. El amor por esta libertad interior, objeto constante de su oración, le ayudó a acoger primero y luego a contar, en una carta a Roger Lee, la revelación que tuvo del estado que ella definió como el “alma correcta”, un estado de naturaleza integrada, principio y fin último de toda criatura humana. Una santidad de la vida ordinaria que Mary Ward invocaba para su propio instituto y para todos, admirablemente resumida en una de sus oraciones:

Oh, padre de los padres,
amigo de todos los amigos,
sin que yo te lo pida
me has tomado bajo tus alas,
con pequeños pasos me has conquistado
de todo que no eres tú para que
te pudiera ver, te pudiera amar(...)
Oh feliz libertad nueva
incio de todo mi bien

Discernir significa no solo estar atentos a las gracias que se reciben en la vida cotidiana e interpretarlas, sino sobre todo saber distinguir los movimientos que proceden del buen espíritu de aquellos que son de signo contrario. Mary, que estaba familiarizada con las reglas ignacianas de discernimiento de los espíritus y con la meditación de “las dos banderas”, lo sabía bien. “Lo que me inquieta interiormente y genera perturbación no viene de Dios”, decía, “porque el espíritu de Dios siempre lleva consigo una sensación de libertad y una gran paz”. Cuando en 1611 escuchó las palabras “toma lo mismo de la Compañía”, entendió su origen divino porque esas palabras le dieron, escribió, “tanto consuelo y fuerza, que transformaron su alma hasta el punto de que no podía dudar que procedían de aquel cuyas palabras son obras”.

Cuando recibió la confirmación, incluso bajo la guía de sus directores espirituales, de la bondad de los momentos de iluminación interior, no tuvo miedo de abandonarse confiadamente a la voluntad de Dios, dispuesta también a lo que le era desconocido, dispuesta también, en conformidad con Jesús, a abrazar la cruz del mal y los límites del mundo. “¡Mi corazón está dispuesto, oh, Dios! ¡Mi corazón está listo! Ponme donde quieras”. Y repetía: “Ni la vida ni la muerte, Dios mío, sino que se haga en mí tu santa voluntad. Haz lo que creas que es mejor; solo esto te pido, haz que no te ofenda más y que no evite hacer tu voluntad”.

Su defensa del papel de la mujer no era más que un corolario de su profunda espiritualidad centrada en la práctica del discernimiento en nombre de una veritas Domini vivida, la verdad de Dios que no está determinada por conceptos de diferencias de género o categorías impuestas por la sociedad o por tradición. Thomas Sackville dijo de ella y sus compañeras: “está bien cuando están al principio de su fervor, pero el fervor pasará y cuando todo termine no son más que mujeres”. A lo que Mary, dirigiéndose a sus compañeras, respondió: “¿Qué pensáis de esta expresión, ‘no son más que mujeres’? Como si fuéramos del todo inferiores a alguna otra criatura que presume de ser hombre (...) no hay tal diferencia entre el hombre y la mujer y nada que la mujer no pueda hacer; espero de todo corazón que se vea que la mujer en el futuro hará mucho”. En otra ocasión escuchó a un padre decir que no quería ser mujer por nada del mundo, porque una mujer no sabía contemplar a Dios. “Yo no respondí, -explicaba Mary-, solo sonreí, aunque podría haber respondido porque tuve exactamente la experiencia opuesta. Podría haber tenido compasión por su falta de juicio, pero no, él sí tiene juicio, lo que le falta es experiencia”.

Mary Ward también nos invita hoy al discernimiento para que, como ella, se practique para nuestra salvación, poniéndolo luego al servicio de las almas. Así lo entendió en su tiempo John Wilson quien dedicó el libro de meditaciones de Vincenzo Bruno (1614) a Mary Ward y a sus compañeras que trabajaban “por el bien espiritual de los demás y, sobre todo, de los pobres, y yo añadiría, de cualquiera pobreza que se tratase: pobreza intelectual, pobreza de espíritu y pobreza de corazón”.

Las seguidoras de Mary Ward no fueron reconocidas como congregación hasta 1703. La Santa Sede tuvo que esperar hasta 1877 para la aprobación final de su Instituto de la Santísima Virgen María, una concesión hecha con la condición de que el nombre de Mary Ward no apareciera. Después de algunas décadas, sin embargo, el clima cambió. En 1909 Ward fue reconocida oficialmente como fundadora y en 1921 el cardenal Bourne tuvo palabras de admiración para esta “pionera” de la educación de la mujer, aprobando su “previsión sobrenatural” y su “heroica perseverancia”. En el congreso mundial del apostolado de los laicos de 1951, Pío XII la definió como una “mujer incomparable” y en 1985 tanto el cardenal Ratzinger como Juan Pablo II elogiaron su obediencia. Se había madurado. En 2003 la congregación adoptó las constituciones ignacianas y asumió, con excepción de la rama de Loreto, el nombre de Congregatio Iesu. Después de cuatrocientos años, las palabras “toma lo mismo que la Compañía” se habían materializado. En 2009, Mary Ward finalmente recibió el título de venerable por la heroica práctica de las virtudes que ejerció en vida.

de Francesca Bugliani Knox
Comité de Dirección de Mujeres, Iglesia, Mundo


Quién es

Nacida en Inglaterra en 1585 en el momento de la persecución contra los católicos. Es la precursora de una forma de vida religiosa femenina que no implicaba clausura.

Comprendió la importancia de una sólida formación para la mujer y ello la acercó a la Compañía de Jesús, cuya espiritualidad y estilo de vida quería adoptar. En 1609 fundó el instituto que se llamó de las Damas Inglesas, dedicadas al apostolado, no sujetas a regla, sin hábito, ni claustro. El instituto fue llamado en 1877 de la Santísima Virgen María y, desde 2004, Congregatio Jesu.