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La actualísima lección de la fundadora de las cabrinianas

Sin miedo del dinero

 Senza paura del denaro  DCM-005
30 abril 2022

Artículo publicado en el número de febrero de 2014

Francesca Cabrini ha dejado una huella única y muy original, tanto como religiosa como mujer, precisamente en cuanto al uso del dinero. Necesitaba dinero, mucho dinero, para construir hospitales, escuelas y orfanatos para inmigrantes que vivían en condiciones de extrema pobreza en los países de América del Norte y del Sur y, por eso, se comprometió a conseguirlo por todos los medios. Entonces en Italia a las mujeres no se les reconocía una autonomía administrativa, pero ella y sus hermanas administraron sin miedo grandes sumas y se embarcaron en importantes inversiones, confiando en sus habilidades empresariales. El dinero era para ella un medio que había que utilizar bien, - con la pericia necesaria -, para realizar la voluntad de Dios en el mundo.

¿Cómo financiaba la madre Cabrini sus audaces empresas? Los caminos que siguió para llegar a las sumas que necesitaba fueron muchos y variados, nuevos para cada situación, pero la base constante en la que se apoyó para saldar deudas y emprender nuevas iniciativas fue el trabajo gratuito de las hermanas, un trabajo especializado y continuo: “Trabajad, trabajad, hijas mías, sin cansaros, trabajad con generosidad, trabajad con firmeza e integridad”, escribe el 2 de diciembre de 1900 a las hermanas de Génova desde un barco. Sin embargo, la modernidad de Francesca Cabrini no consistió solo en una adaptación de la vida religiosa a los nuevos tiempos. Su compromiso con el trabajo, compromiso que pedía a todas sus hermanas, no tenía nada que ver con la fijación por el trabajo que absorbe la vida de tantos hombres y mujeres modernos, sino que es solo obediencia a la llamada divina. Quería hacer lo que Dios quería. En todas sus iniciativas, -buscaba obras bellas y eficaces, así como económicamente convenientes-, el único y principal objetivo era la difusión del mensaje cristiano y no el éxito económico de tal o cual obra.

Sin embargo, lo cierto es que no tuvo miedo de abordar los aspectos prácticos de cada proyecto de los que supo evaluar el coste y los posibles ingresos. El capital inicial de cada fundación procedía de las donaciones que Francesca Cabrini lograba obtener de las autoridades eclesiásticas, es decir, de Propaganda Fide o de la Santa Sede, de benefactores privados y también de préstamos, posiblemente a tipos de interés cero o muy bajos, que luego pagaba.

Conseguir ayuda de los benefactores no era fácil, requería un constante trabajo por parte de las monjas, que debían saber pedir en el momento oportuno y atraer donaciones mostrando los buenos frutos que sabían sacar de ellas. Ella misma es un ejemplo en este sentido: “Trabajé con el señor Pizzati, -escribe desde Nueva Orleans el 27 de junio de 1904-, y finalmente tomó la decisión de darme 50.000 dólares en diez años, pero quería ver la casa construida de inmediato. Le dije que no podía adelantar dinero, pero que sería mejor que él pensara en hacernos la casa. Entonces feliz me dijo: ‘Bueno, tú me preparas el terreno y yo construyo la casa’, y él ya encargó al arquitecto un proyecto por valor de 75.000 dólares que se materializaría enseguida”.

El dinero también podría provenir de especulaciones, como cuando en Chicago vio inmediatamente que había terrenos cuyo precio subiría con la expansión urbana y ordenó comprarlos inmediatamente, siempre y cuando el precio fuera bajo. Concibió un proyecto similar para Panamá, donde escribió el 5 de mayo de 1892: “Quisiera que tomaras de 400 a 600 manzanas de tierra, la mitad en el Río San Juan, donde hay lugares encantadores y es una buena tierra; y la otra mitad en Bluefields, cerca de la orilla, claro. Ahora costará menos de un sol la manzana, pero, una vez hecho el canal, el precio será enorme”.

La ayuda de Dios, que siempre siente cercano a ella, le hace capaz de invertir sin miedo en proyectos costosos y complejos, muchas veces sin cobertura financiera en el momento, confiando solo en la ayuda divina. En Buenos Aires, como solía hacer, para fundar la escuela asumió compromisos económicos muy por encima de sus posibilidades reales: “Pero yo sentía en el fondo un impulso secreto, que nunca sabía de dónde venía, y entonces decidí seguirlo. Esa valentía terminó por dejar una buena impresión en todos y las primeras familias comenzaron a inscribir a sus niñas y siguieron haciéndolo de tal manera que, a mi partida, el centro estaba ya lleno y ya teníamos planes para comprar otras instalaciones más grande (agosto de 1896)”.

El método más utilizado para acumular las sumas necesarias para nuevas obras fue sin duda el ahorro, practicado continuamente por las monjas que vivían en gran pobreza según las constantes exhortaciones de la fundadora, como lo demuestra el codicilo que añadió a su testamento en 1905: “Que no se maltrate la pobreza escudándose por un lado por conveniencia, o por otro por pudor, sino pensad que todo lo sobrante que se gasta y todo lo que se derrocha por descuido se lo roban al Instituto. Se puede incurrir en pecado mortal como lo hace el extraño que roba. En todas las actividades particulares se puede robar, así que tened cuidado, ¡oh, hijas! y sed muy delicadas con el voto de pobreza como anheláis serlo en el de castidad”.

Para ahorrar dinero también estaba acostumbrada a aguzar el ingenio, como en Los Ángeles, donde faltaba dinero para la ya urgente ampliación de la casa. Mientras que la dirección de las obras del ala nueva se confió a una monja, que se convirtió en maestra de obras, el material de construcción se obtuvo del derribo de un parque de atracciones que Francesca Cabrini había comprado a bajo precio. El trabajo de demolición realizado bajo su dirección también fue confiado a las niñas del orfanato, felices de recoger clavos, cerraduras y bisagras. La madera y los ladrillos sobrantes fueron enviados a Denver, donde las monjas se estaban construyendo otro edificio.

El ingenio también las llevó a aprovechar una mina. Francesca sugirió a las hermanas brasileñas imitar el ejemplo de las hermanas de Seattle: “¿Sabéis que aquí nos dieron una mina y las hermanas ya la están haciendo funcionar? Tenéis que encontrar también en Minas y hacerla funcionar para que con el oro podamos construir todas las casas, según se necesite. Quizá M. Mercedes pueda encontrarla” (10 de octubre de 1909).

Esta lucha continua para hacer todos los proyectos concretos y funcionales, para saldar deudas, contar con financiación y no dejarse engañar, aunque agotadora, fue una tarea que asumió con diligencia la madre Cabrini: “Tengo que trabajar como una jovencita, debo ser fuerte contra los hombres fuertes y mentirosos y se tiene que hacer así. Vosotras tened cuidado, trabajad mucho y no digáis que es demasiado o nunca seréis mujeres bendecidas por el Espíritu Santo” (Chicago 1904).

Francesca Cabrini vio en el dinero una forma de energía que podía ser utilizada positivamente, un don de Dios al que no se debe temer si la vida está orientada a honrar su corazón.

de Lucetta Scaraffia
Historiadora y periodista, ha dirigido Mujeres, Iglesia, Mundo desde 2012 a 2019


El libro

El texto de referencia para conocer la figura de Santa Francesca Saverio Cabrini es Entre la tierra y el cielo: la vida de Francesca Cabrini de Lucetta Scaraffia, publicado por Marsilio en 2017 con el prólogo del Papa Francisco y el epílogo de la directora Liliana Cavani. “Esta mujer, -escribe el Pontífice-, supo conjugar una gran caridad con un espíritu profético que le hizo comprender la modernidad en aspectos que involucraban a los miserables de la tierra y que los intelectuales y los políticos no querían ver”.


Quién es

Nacida en Sant'Angelo Lodigiano el 15 de julio de 1850, naturalizada estadounidense, Francesca Cabrini es la fundadora de la Congregación de las Misioneras del Sagrado Corazón de Jesús y en 1946 se convirtió en la primera ciudadana santa de los Estados Unidos. A su nombre le añadió el apellido Saverio, en honor a San Francisco Javier.

La Compañía que fundó fue la primera tanto en afrontar el compromiso misionero (prerrogativa tradicionalmente de los hombres), como en ser totalmente autónoma, es decir, no dependiente de una rama masculina paralela.

Murió en Chicago el 22 de diciembre de 1917.