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Si naces en paz quizá vivas en paz

 Se nasci in pace forse vivi in pace  DCM-002
05 febrero 2022

Valentina, obstetra del único hospital católico de Jerusalén Este


Las agujas del reloj señalan la medianoche. En la sala de partos número uno, Melwin busca a tientas en su computadora. Busca la canción preferida de su esposa Precilla que lleva más de un día de parto. Esperan su primer hijo. Son cristianos indios que emigraron para trabajar en Tel Aviv y no tienen muchos recursos económicos. Acudieron a la maternidad del Hospital Saint Joseph, el único católico en Jerusalén, con personal árabe y, por lo tanto, considerado un hospital palestino. La hermana Valentina ha estado con su paciente durante más de tres horas probando diferentes técnicas y ejercicios para ayudarla a tener un parto natural. De vez en cuando se asoma la doctora de turno para comprobar cómo van las cosas, aunque no cree que nada de eso surta efecto. Es ya tarde cuando sor Valentina se da por vencida y, finalmente, trasladan a quirófano a Precilla per practicarle una cesárea. El padre espera afuera. Pasa otra media hora antes de que finalmente pueda ver a su pequeño Eitan. Le permite justo una caricia y se lleva de nuevo al bebé en brazos. Camina rápidamente por los pasillos en silencio y coloca en la cuna al pequeño, que lleva puesto un gorrito de colores. Son casi las cuatro de la mañana, pero sor Valentina no muestra signos de cansancio. Sus ojos claros brillan cuando mira a los bebés dormidos. Sobre las cunitas hay escritos muchos nombres árabes y algunos nombres hebreos. Es un hecho sorprendente en un hospital palestino en el corazón de Sheik Jarrah, el barrio de Jerusalén Este que se convirtió en símbolo del conflicto con Gaza el pasado mes de mayo. El tesón femenino y el trabajo paciente e incansable de una mujer con doble vocación, la religiosa y la de médico, han hecho posible esta realidad de convivencia y conocimiento mutuo en la maternidad del hospital Saint Joseph.

Valentina Sala, de 45 años, de Lombardía, estaba felizmente comprometida cuando se retiró para terminar su tesis de obstetricia a una casa de religiosas de la Congregación de San José de la Aparición. Aquí le sucede algo que nunca antes había experimentado: en la oración y en los rostros de las hermanas percibe la fuerza y ​​la concreción de una Presencia que la llama. A la decisión de la entrega total le sigue el miedo. Pero enseguida la paz llega al corazón. Valentina, como San José, se predispuso a seguir los sueños de Dios.

Se dedicó a la pastoral juvenil en Italia hasta 2013 cuando la Congregación le pidió que partiera a Jerusalén donde debía poner en marcha la maternidad del hospital Saint Joseph, propiedad de las hermanas. Al personal árabe se le comunicó que era la obstetra sin imaginar que sor Valentina carecía por completo de experiencia en este ámbito. La de Jerusalén fue también su primera experiencia de comunidad al servicio de una institución. La casa de las religiosas está dentro del hospital. Sin saber ni inglés ni árabe, sor Valentina entró de puntillas en ese nuevo mundo. No podía comunicarse y por eso pasaba el día observando. Comenzó a visitar las maternidades de otros hospitales para tomar nota. Incluso en algunas notó una cierta violencia obstétrica de parte del personal médico hacia las madres durante el parto. Ese verano de 2014 marcó un primer punto de inflexión. En los dos meses de guerra con Gaza, sor Valentina también experimentó la violencia del conflicto y en ese momento se dio cuenta de que su contribución a la paz en una tierra tan atribulada podía ser suprimir esa violencia al menos en el momento del nacimiento.  

La empresa era difícil, porque implicaba cambiar un tipo de asistencia enraizada en el mismo sistema cultural y social. No solo las enfermeras se resistieron a la novedad, también las propias mujeres. En especial, las árabes que llegaban a la sala de partos con sus madres. Era inconcebible considerar a la parturienta como parte activa en el nacimiento del niño hasta el punto de que eran las madres las que decidían con las matronas cómo llevar a cabo el parto de sus hijas. A esta circunstancia se añadía la preferencia de los médicos por el usar fórceps o por recurrir enseguida a la cesárea. Por eso, sor Valentina apenas dio crédito la primera vez que una joven musulmana, en contra de la opinión de su propia madre, se puso a cuatro patas para dar a luz de manera natural y sin limitaciones.

Una de las matronas de la planta tuvo una idea que hizo famoso al hospital en todo el país. Estaba embarazada y planteó dar a luz en el agua. Nadie usaba esta técnica en Jerusalén todavía. La hermana Valentina fue pionera en implementarla, aunque la primera experiencia fue algo inesperada. La piscina se utilizaba hasta ese momento por mujeres embarazadas, pero no para el parto. Fue el ingeniero del hospital quien pidió a su mujer que diera a luz en el agua a su tercer hizo. La hermana Valentina se encontró así en la tesitura de asistir un parto en el agua. Enseguida varias parejas judías se interesaron por esta técnica y contactaron con el hospital. También otros profesionales médicos pidieron información. Nunca hasta entonces en Israel las parejas judías habían pedido que sus hijos nacieran en un hospital considerado palestino. También fue una novedad para el personal árabe. Las matronas tenían miedo de cuidar a los judíos ortodoxos porque hablan otro idioma y, a veces, tienen necesidades especiales. Este escepticismo es aún mayor si tenemos en cuenta las humillaciones diarias que padecen estas trabajadoras en los puestos de control israelíes.

El hospital se encuentra a unos cientos de metros de la Explanada de las Mezquitas, escenario de los sangrientos enfrentamientos que desencadenaron la guerra con Gaza el pasado mes de mayo. Resultó sorprendente entonces que las parejas judías siguieran asistiendo al centro para dar a luz mientras que ingresaban palestinos heridos por la contienda. Sor Valentina entonces temió que sus matronas no pudieran manejar la tensión. Pero sortearon las dificultades y los prejuicios y la prueba de ello llegó días después en forma de una inesperada llamada telefónica de agradecimiento de parte de una joven madre judía que acababa de dar a luz en el centro. Sor Valentina piensa que, si ni siquiera la guerra ha quebrantado la confianza en el Saint Joseph, significa que algo realmente significativo ha sucedido en su hospital de Jerusalén, una ciudad en constante parto. Dios había hecho realidad su sueño.

de Alessandra Buzzetti
Corresponsal en Oriente Medio de Tv2000 y RadioinBlu