María Lía Zervino, Unión de organizaciones católicas
Los grandes movimientos religiosos organizados de mujeres que existen en la actualidad se remontan a principios del siglo XX. En 1910 se fundó la Unión Mundial de Organizaciones Femeninas Católicas (UMOFC); en 1912 el Consejo Internacional de Mujeres Judías (ICJW) y en 1921 El Grial, un movimiento ecuménico e internacional de mujeres. Al frente estuvieron mujeres visionarias que unieron organizaciones de diferentes países para provocar un impacto en la escena internacional. Hoy la UMOFC tiene representantes internacionales en la FAO, Unesco, Ecosoc, el Consejo de Derechos Humanos de la ONU y el Consejo de Europa. Actualmente existen otros movimientos de mujeres católicas, pero solo uno ha sido reconocido por la Santa Sede como asociación pública internacional de fieles, la Unión Mundial de Organizaciones de Mujeres Católicas, la UMOFC. Es curioso que me tocara a mí servir como presidenta de esta organización durante el pontificado del Papa Francisco, ya que yo también soy de Argentina y Buenos Aires como él. Nací en el seno de una familia católica muy arraigada en Argentina, fui bautizada en la víspera de la Inmaculada Concepción y desde entonces María marcó mis pasos.
Sin embargo, tuve una adolescencia difícil durante la cual casi todo lo que mis padres me habían inculcado se vino abajo. Recuperé la fe en los primeros años de universidad. Mi vida estuvo marcada por un acontecimiento fundamental: la llamada a la consagración. Sí, me enamoré de Jesucristo y, lo más sorprendente para mí, me di cuenta de que Él se había enamorado de mí. Ocurrió en un momento un tanto turbulento para la Iglesia, el del posconcilio, a principios de los años setenta. Hubo más “salidas” que “entradas” en la vida religiosa y el sacerdocio. Mi lugar en el mundo y en la Iglesia de hoy es la Institución de las Servidoras, una asociación de vírgenes consagradas fundada en 1952 por un sacerdote argentino, ahora siervo de Dios, Luis María Etcheverry Boneo, en estrecha colaboración con su discípula Lila Blanca Archideo.
En las Servidoras mi vida ha adquirido sentido. Descubrí la belleza de una familia de mujeres llamadas a vivir única e inmediatamente para Jesucristo. Nuestro servicio a la Iglesia se fundamenta en el pleno desarrollo del carácter sacerdotal que imprimen el bautismo y la confirmación. Es una vocación esencialmente diaconal, que busca, mediante la sacramentalización de la mujer Instaurate omnia in Christo, renovar todo en Cristo de la mano de María. Anclada a este carisma, se me abrieron varios caminos pastorales, especialmente en la diócesis de Mar de la Plata: la animación de una comunidad parroquial en una zona rural desfavorecida (catequesis, paraliturgia e incluso bautismos y responsos cuando era necesario) la pastoral universitaria y la evangelización de los jóvenes, la formación de agentes de pastoral y más… Y poco a poco fueron apareciendo temas como la mujer, la justicia y la comunicación. No hace mucho escribí una carta abierta al Papa Francisco en la que le daba las gracias por haber sanado las heridas abiertas de la Iglesia, las atrocidades del abuso y la esclavitud moderna, junto con las violaciones de la dignidad de la mujer. Y también por haber respondido a la petición “Francisco va y repara mi Iglesia” que Dios hizo al santo de Asís, por habernos ofrecido una orientación con Evangelii gaudium, por habernos enseñado a escuchar el grito de los pobres y del planeta con Laudato si', por haber indicado el camino de la fraternidad para toda la humanidad en Hermanos todos, y por su pasión por las familias, especialmente las más necesitadas, en Amoris laetitia.
Sin embargo, sirviendo en un movimiento de mujeres, siento que, aunque el Papa ha designado mujeres para puestos clave en la Curia Romana, aún no se ha avanzado lo suficiente para aprovechar la riqueza de las mujeres. Hay mujeres idóneas para presidir juzgados de familia, grupos de formadoras de seminarios y ministerios (de escucha, dirección espiritual, cuidado del planeta, defensa de los derechos humanos y otros). Espero, junto con muchos otros movimientos de mujeres en la Iglesia, que esto pronto se supere. Creo en la dirección emprendida por este Papa.
Con este sínodo sobre la sinodalidad, por ejemplo, llega un aire nuevo desde América Latina. Lo demuestra el hecho de que, aceptando la sugerencia del Papa, los obispos de la región no convocaron una asamblea de obispos como las históricas de Medellín en 1968, Puebla en 1979 o Aparecida en 2007, sino una asamblea eclesial del Pueblo de Dios donde todos hemos sido invitados a ser escuchados. Hemos recibido miles de testimonios conmovedores, tanto del sufrimiento y discriminación de las mujeres latinoamericanas, como de sus vivencias durante la emergencia ocasionada por el Covid-19. La pandemia ha profundizado las tragedias preexistentes y la resiliencia de las mujeres, sus familias y sus pueblos. Confío en este Papa, que además de arremeter contra las actitudes machistas y clericales, dijo a 60 obispos latinoamericanos en Bogotá: “La esperanza tiene rostro de mujer”. Pero todavía hay una brecha internacional y local entre las mujeres y la Iglesia que debe cerrarse. Para ello es fundamental que, como madre, la Iglesia se haga eco de las situaciones de vulnerabilidad que viven tantas mujeres en la actualidad y de su fortaleza. Y por eso, desde la UMOFC, hemos creado el Observatorio Mundial de la Mujer. El análisis de los movimientos de mujeres hoy en día es complejo, oscila en un abanico de posturas diferentes que, en cierto sentido, reflejan lo que sucede en toda la Iglesia.
Por un lado, están los grupos que, nostálgicos del magisterio papal de hace algún tiempo, se acercan a un fundamentalismo religioso que no respeta la libertad de los demás y alimentan formas de intolerancia, esperando que la Iglesia se imponga con su poder. En el polo opuesto, están quienes aspiran, creo erróneamente, a una Iglesia democrática, donde la participación de mujeres en los puestos de poder sea igual a la de los hombres, lo que incluye los llamados derechos sexuales y reproductivos de las mujeres (una expresión que suele ocultar la ideología de género y el aborto en situaciones límite) y el sacerdocio femenino. Generalmente, estos movimientos son elitistas y cuentan con un poder económico que les permite manifestarse públicamente.
Creo que puedo decir que el sensus fidei de la mayoría de las mujeres católicas no está en estos extremos ni es parte de una élite. Pero está claro que coincido en la urgente necesidad de que las mujeres formen parte de los equipos eclesiales, en todos los niveles, donde se toman las decisiones. Las mujeres tienen “sed de participación”. Las aproximadamente ocho millones de mujeres de la UMOFC, presentes en todos los continentes, constituyen, por un lado, un observatorio existencial de las mujeres en el mundo, por otro, una fuerza renovadora desde la base que, en corresponsabilidad con los hombres y con un gran amor a la Iglesia, puede colaborar eficazmente en la cultura del cuidado que sueña Francisco para la Iglesia, que “es mujer”, y que por eso exige una evangelización con rasgos femeninos.
de María Lía Zervino
María Lía Zervino es una socióloga argentina, laica, perteneciente a la Asociación de Servidoras Vírgenes Consagradas. Nació en Buenos Aires hace 60 años. Actualmente es presidenta de la Unión Mundial de Organizaciones de Mujeres Católicas, único movimiento de católicas reconocido por la Santa Sede como asociación pública internacional de fieles, una extensa red que representa a 8 millones de mujeres en todos los continentes. Una voz importante, atenta a los temas que animan el debate de la mujer en la Iglesia y en el ámbito interreligioso. Hace un año, con motivo del aniversario de su pontificado, escribió una apasionada carta abierta al Papa Francisco en la que pedía un paso más respecto al papel de la mujer en la Iglesia. “Como mujer siento que me lo deben. Usted lucha contra el machismo y el clericalismo y, sin embargo, considero que no se ha avanzado lo suficiente para aprovechar la riqueza de las mujeres que forman gran parte del Pueblo de Dios”.