Prosiguiendo el ciclo de catequesis dedicadas a San José, en la audiencia general de la mañana del miércoles 26 de enero, el Papa Francisco se detuvo en la figura de «hombre que “sueña”». Publicamos el texto de la reflexión ofrecida por el Pontífice a los fieles presentes en el Aula Pablo vi y a los que le seguían a través de los medios de comunicación.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Hoy quisiera detenerme en la figura de san José como hombre que sueña. En la Biblia, como en las culturas de los pueblos antiguos, los sueños eran considerados un medio a través del cual Dios se revelaba [1]. El sueño simboliza la vida espiritual de cada uno de nosotros, ese espacio interior, que cada uno está llamado a cultivar y custodiar, donde Dios se manifiesta y a menudo nos habla. Pero también debemos decir que dentro de cada uno de nosotros no está solo la voz de Dios: hay muchas otras voces. Por ejemplo, las voces de nuestros miedos, las voces de las experiencias pasadas, las voces de las esperanzas; y está también la voz del maligno que quiere engañarnos y confundirnos. Por tanto, es importante lograr reconocer la voz de Dios en medio de las otras voces. José demuestra que sabe cultivar el silencio necesario y, sobre todo, tomar las decisiones justas delante de la Palabra que el Señor le dirige interiormente. Nos hará bien hoy retomar los cuatro sueños narrados en el Evangelio y que le tienen a él como protagonista, para entender cómo situarnos ante la revelación de Dios. El Evangelio nos cuenta cuatro sueños de José.
En el primer sueño (cf. Mt 1,18-25), el ángel ayuda a José a resolver el drama que le asalta cuando se entera del embarazo de María: «No temas tomar contigo a María tu mujer porque lo engendrado en ella es del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo y tú le pondrás por nombre Jesús, porque él salvará a su pueblo de sus pecados» (vv. 20-21). Y su respuesta fue inmediata: «Despertado José del sueño, hizo como el Ángel del Señor le había mandado» (v. 24). Muchas veces la vida nos pone delante de situaciones que no comprendemos y parece que no tienen solución. Rezar, en esos momentos, significa dejar que el Señor nos indique cuál es la cosa justa para hacer. De hecho, muy a menudo es la oración la que hace nacer en nosotros la intuición de la salida, cómo resolver esa situación. Queridos hermanos y hermanas, el Señor nunca permite un problema sin darnos también la ayuda necesaria para afrontarlo. No nos tira ahí en el horno solos. No nos tira entre las bestias. No. El Señor cuando nos hace ver un problema o desvela un problema, nos da siempre la intuición, la ayuda, su presencia, para salir, para resolverlo.
Y el segundo sueño revelador de José llega cuando la vida del niño Jesús está en peligro. El mensaje está claro: «Levántate, toma contigo al niño y a su madre y huye a Egipto; y estate allí hasta que yo te diga. Porque Herodes va a buscar al niño para matarle» (Mt 2,13). José, sin dudarlo, obedece: «Él se levantó, tomó de noche al niño y a su madre, y se retiró a Egipto; y estuvo allí hasta la muerte de Herodes» (vv. 14-15). En la vida todos nosotros experimentamos peligros que amenazan nuestra existencia o la de los que amamos. En estas situaciones, rezar quiere decir escuchar la voz que puede hacer nacer en nosotros la misma valentía de José, para afrontar las dificultades sin sucumbir.
En Egipto, José espera la señal de Dios para poder volver a casa; y es precisamente este el contenido del tercer sueño. El ángel le revela que han muerto los que querían matar al niño y le ordena que salga con María y Jesús y regrese a la patria (cf. Mt 2,19-20). José «se levantó, tomó consigo al niño y a su madre, y entró en tierra de Israel» (v. 21). Pero precisamente durante el viaje de regreso, «al enterarse de que Arquelao reinaba en Judea en lugar de su padre Herodes, tuvo miedo de ir allí» (v. 22). Y ahí está la cuarta revelación: «y avisado en sueños, se retiró a la región de Galilea, y fue a vivir en una ciudad llamada Nazaret» (vv. 22-23). También el miedo forma parte de la vida y también este necesita de nuestra oración. Dios no nos promete que nunca tendremos miedo, sino que, con su ayuda, este no será el criterio de nuestras decisiones. José siente el miedo, pero Dios lo guía a través de él. El poder de la oración hace entrar la luz en las situaciones de oscuridad.
Pienso en este momento en muchas personas que están aplastadas por el peso de la vida y ya no logran ni esperar ni rezar. Que san José pueda ayudarles a abrirse al diálogo con Dios, para reencontrar luz, fuerza y paz. Y pienso también en los padres ante los problemas de los hijos. Hijos con tantas enfermedades, los hijos enfermos, también con enfermedades permanentes: cuánto dolor ahí. Padres que ven orientaciones sexuales diferentes en los hijos; cómo gestionar esto y acompañar a los hijos y no esconderse en una actitud condenatoria. Padres que ven a los hijos que se van, mueren, por una enfermedad y también —es más triste, lo leemos todos los días en los periódicos— jóvenes que hacen chiquilladas y terminan en accidente con el coche. Los padres que ven a los hijos que no van adelante en la escuela y no saben qué hacer… Muchos problemas de los padres. Pensemos cómo ayudarles. Y a estos padres les digo: no os asustéis. Sí, hay dolor. Mucho. Pero pensad cómo resolvió los problemas José y pedid a José que os ayude. Nunca condenar a un hijo. A mí me da mucha ternura —me daba en Buenos Aires— cuando iba en el autobús y pasaba delante de la cárcel: estaba la fila de personas que tenían que entrar para visitar a los presos. Y había madres ahí que me daban mucha ternura: delante del problema de un hijo que se ha equivocado, está preso, no le dejaban solo, daban la cara y lo acompañaban. Esta valentía; valentía de papá y mamá que acompañan a los hijos siempre, siempre. Pidamos al Señor que dé a todos los padres y a todas las madres esta valentía que dio a José. Y después rezar para que el Señor nos ayude en estos momentos.
Pero la oración nunca es un gesto abstracto o intimista, como quieren hacer estos movimientos espiritualistas más gnósticos que cristianos. No, no es eso. La oración siempre está indisolublemente unida a la caridad. Solo cuando unimos a la oración el amor, el amor por los hijos por el caso que he dicho ahora o el amor por el prójimo, logramos comprender los mensajes del Señor. José rezaba, trabajaba y amaba —tres cosas bonitas para los padres: rezar, trabajar y amar— y por esto recibió siempre lo necesario para afrontar las pruebas de la vida. Encomendémonos a él y a su intercesión.
San José, tú eres el hombre que sueña,
enséñanos a recuperar la vida espiritual
como el lugar interior en el que Dios se manifiesta y nos salva.
Quita de nosotros el pensamiento de que rezar es inútil;
ayuda a cada uno de nosotros a corresponder a lo que el Señor nos indica.
Que nuestros razonamientos estén irradiados por la luz del Espíritu,
nuestro corazón alentado por Su fuerza
y nuestros miedos salvados por Su misericordia. Amén.
[1] Cfr Gen 20,3; 28,12; 31,11.24; 40,8; 41,1-32; Nm 12,6; 1 Sam 3,3-10; Dn 2; 4; Jb 33,15.
La invitación del Papa Francisco «a rezar por la paz en Ucrania, y a hacerlo muchas veces a lo largo de este día» fue reiterada en el Aula Pablo vi al finalizar la audiencia general. Como lo anunció en el Ángelus del domingo 23, el Pontífice ha querido dedicar el día 26 a la oración por el país europeo recitando por tal intención el Padre Nuestro. Y estando en la vigilia de la Jornada internacional de la memoria de las víctimas del holocausto, también lanzó un llamamiento para no olvidar «el horror de esta página negra de la historia». Finalmente, impartió la bendición final.
Saludo cordialmente a los peregrinos de lengua española. Por intercesión de san José, maestro de vida interior, pidamos al Señor que nos conceda un corazón orante y misionero, abierto al diálogo con Él y disponible para ayudar a los hermanos y hermanas que más lo necesitan. Que Dios los bendiga. Muchas gracias.
Mañana se celebra el Día Internacional de Conmemoración en Memoria de las Víctimas del Holocausto. Es necesario recordar el exterminio de millones de judíos y personas de diferentes nacionalidades y creencias religiosas. ¡Esta indescriptible crueldad no debe repetirse más! Hago un llamamiento a todos, especialmente a los educadores y a las familias, para que favorezcan en las nuevas generaciones la conciencia del horror de esta página negra de la historia. No hay que olvidarla, para que se pueda construir un futuro donde la dignidad humana ya no sea pisoteada.
Y ahora, con el Padrenuestro, los invito a rezar por la paz en Ucrania, y a hacerlo muchas veces a lo largo de este día. Pidamos con insistencia al Señor que esa tierra pueda ver florecer la fraternidad y superar las heridas, los miedos y las divisiones. Hemos hablado del holocausto. Pero piensen que [también en Ucrania] fueron exterminadas millones personas [entre 1932 - 1933]. Es un pueblo que sufre; ha pasado hambre, ha sufrido muchas crueldades y se merece la paz. Que las oraciones e invocaciones que hoy se elevan al cielo toquen las mentes y los corazones de los responsables en la tierra, para que hagan prevalecer el diálogo y antepongan el bien de todos a los intereses particulares. Recemos por la paz con el Padrenuestro, que es la oración de los hijos que se dirigen al mismo Padre, la oración que nos hace hermanos, la oración de los hermanos que piden reconciliación y concordia. Pero por favor, nunca la guerra.