En la Semana ecuménica que del 18 al 25 de enero «este año propone que nos veamos reflejados en la experiencia de los Magos», el Papa Francisco pide a los cristianos de hoy, «en la diversidad de nuestras confesiones y tradiciones», hacerse «peregrinos en camino hacia la plena unidad». El llamamiento resonó en la plaza de San Pedro al finalizar el Ángelus del domingo 16. A medio día el Pontífice se asomó a la ventana del Estudio privado del Palacio apostólico vaticano y antes de guiar la oración mariana comentó el episodio evangélico de las bodas de Caná propuesto por la liturgia.
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días!
El Evangelio de la liturgia de hoy narra el episodio de las bodas de Caná, donde Jesús transforma el agua en vino para la alegría de los esposos. Y concluye así: «Este fue el primero de los signos de Jesús… Así manifestó su gloria, y sus discípulos creyeron en Él» (Jn 2, 11). Notamos que el evangelista Juan no habla de milagro, es decir, de un hecho potente y extraordinario que genera maravilla. Escribe que en Caná tuvo lugar un signo que suscita la fe de los discípulos. Podemos entonces preguntarnos: ¿qué es un “signo” según el Evangelio?
Un signo es un indicio que revela el amor de Dios, que no reclama atención sobre la potencia del gesto, sino sobre el amor que lo ha provocado. Nos enseña algo del amor de Dios, que es siempre cercano, tierno y compasivo. El primer signo sucede mientras dos esposos están en dificultad en el día más importante de sus vidas. En mitad de la fiesta falta un elemento esencial, el vino, y se corre el riesgo de que la alegría se apague entre las críticas y la insatisfacción de los invitados. Figurémonos cómo puede continuar una fiesta de boda solo con agua. ¡Es terrible, los esposos quedan muy mal!
La Virgen se da cuenta del problema y lo señala con discreción a Jesús. Y Él interviene sin clamor, casi sin que se note. Todo se desarrolla reservadamente, “detrás del telón”: Jesús dice a los servidores que llenen las ánforas de agua, que se convierte en vino. Así actúa Dios, con cercanía, con discreción. Los discípulos de Jesús captan esto: ven que gracias a Él la fiesta de boda es aún más hermosa. Y ven también el modo de actuar de Jesús, su servir sin ser visto —así es Jesús: nos ayuda, nos sirve de modo escondido— tanto que los cumplidos por el vino se dirigen luego al esposo, nadie se da cuenta de lo sucedido, solamente los servidores. Así comienza a desarrollarse en los discípulos el germen de la fe, esto es, creen que en Jesús está presente Dios, el amor de Dios.
Es bello pensar que el primer signo que Jesús cumple no es una curación extraordinaria o un prodigio en el templo de Jerusalén, sino un gesto que sale al encuentro de una necesidad simple y concreta de gente común, un gesto doméstico, un milagro —digámoslo así— “de puntillas”, discreto, silencioso. Él está dispuesto para ayudarnos, para levantarnos. Y entonces, si estamos atentos a estos “signos”, su amor nos conquista y nos hacemos discípulos suyos.
Pero hay otro rasgo distintivo del signo de Caná. Generalmente, el vino que se daba al final de la fiesta era el menos bueno; también hoy en día se hace esto, la gente en ese momento no distingue muy bien si un vino es bueno o si está un poco aguado. Jesús, en cambio, hace que la fiesta termine con el mejor vino. Simbólicamente esto nos dice que Dios quiere lo mejor para nosotros, nos quiere felices. No se pone límites y no nos pide intereses. En el signo de Jesús no hay espacio para segundos fines, para pretensiones con respecto a los esposos. No, la alegría que Jesús deja en el corazón es alegría plena y desinteresada. ¡No es una alegría aguada!
Os sugiero un ejercicio que puede hacernos mucho bien. Probemos hoy a buscar entre nuestros recuerdos los signos que el Señor ha realizado en nuestra vida. Que cada uno diga: en mi vida, ¿qué signos ha realizado el Señor? ¿Qué indicios veo de su presencia? Son signos que ha llevado a cabo para mostrarnos que nos ama; pensemos en ese momento difícil en el que Dios me hizo experimentar su amor… Y preguntémonos: ¿con qué signos, discretos y premurosos, me ha hecho sentir su ternura? ¿Cuándo he sentido más cercano al Señor, cuándo he sentido su ternura, su compasión? Cada uno de nosotros ha vivido estos momentos en su historia. Vayamos a buscar esos signos, hagamos memoria. ¿Cómo he descubierto su cercanía? ¿Cómo me ha quedado en el corazón una gran alegría?
Revivamos los momentos en los que hemos experimentado su presencia y la intercesión de María. Que ella, la Madre, que como en Caná está siempre atenta, nos ayude a atesorar los signos de Dios en nuestra vida.
Después del Ángelus el Papa expresó solidaridad a la población de Brasil golpeada por las inundaciones, recordó el octavario por la unidad de los cristianos y saludó a los presentes.
Queridos hermanos y hermanas:
Deseo expresar mi cercanía a las personas afectadas por las fuertes lluvias e inundaciones en diversas regiones de Brasil en las últimas semanas. Rezo especialmente por las víctimas y por sus familiares, así como por quienes han perdido la casa. Que Dios sostenga el esfuerzo de cuantos están llevando socorro.
Del 18 al 25 de enero tendrá lugar la Semana de Oración por la unidad de los cristianos, que este año propone que nos veamos reflejados en la experiencia de los Magos, venidos de Oriente a Belén para honorar al Rey Mesías. También nosotros los cristianos, en la diversidad de nuestras confesiones y tradiciones, somos peregrinos en camino hacia la plena unidad, y nos acercamos más a la meta cuanto más mantenemos fija la mirada en Jesús, nuestro único Señor. Durante la Semana de Oración, ofrezcamos nuestras fatigas y nuestros sufrimientos por la unidad de los cristianos.
Os saludo a todos vosotros, romanos y peregrinos de varios países. Dirijo un saludo especial al grupo “Girasoles de la Locride”, de Locri, con sus familiares y animadores.
Os deseo a todos un feliz domingo. Por favor, no os olvidéis de rezar por mí. Buen almuerzo y hasta la vista. ¡También a los chicos de la Inmaculada!