La postración de los magos es el «signo de quienes dejan de lado sus ideas y dan espacio a Dios. Se requiere humildad para hacer esto». Lo explicó el Papa Francisco en el Ángelus del día 6 de enero, que rezó desde la ventana del Palacio apostólico vaticano al medio día. Al finalizar la oración mariana el Pontífice recordó que la Epifanía es de manera especial la fiesta de la infancia misionera y felicitó a los hermanos y hermanas de las Iglesias orientales, tanto católicas como ortodoxas, que al día siguiente celebraban la Natividad del Señor
Queridos hermanos y hermanas, ¡buenos días, buena fiesta!
Hoy, solemnidad de la Epifanía, contemplamos el episodio de los magos (cf. Mt 2,1-12), que emprenden un largo y extenuante viaje para ir a adorar al «Rey de los judíos» (v. 2). Los guía el signo prodigioso de una estrella, y cuando al final llegaron a la meta, en lugar de encontrar algo prodigioso, ven a un niño con su madre. Podrían haber protestado: “¿Todo un largo camino y tantos sacrificios para ver a un niño pobre?”. Y, sin embargo, no se escandalizan y no se sienten defraudados. No se quejan. ¿Qué hacen? Se postran. «Entraron en la casa ―dice el Evangelio―; vieron al niño con su madre María y, postrándose, le adoraron» (v. 11).
¡Pensemos en estos sabios que llegan de lejos, ricos, cultos y famosos, y se postran, es decir, se inclinan hasta el suelo para adorar a un niño! Parece una contradicción. Sorprende este gesto tan humilde de hombres tan ilustres. Postrarse ante una autoridad que se presentaba con los signos del poder y la gloria era normal en aquellos tiempos. E incluso hoy no sería extraño. Pero frente al Niño de Belén no es fácil. No es fácil adorar a este Dios, cuya divinidad permanece oculta y no parece triunfante. Significa acoger la grandeza de Dios, que se manifiesta en la pequeñez: este es el mensaje. Los magos se rebajan ante la inaudita lógica de Dios, acogen al Señor no como lo imaginaban, sino como es, pequeño y pobre. Su postración es el signo de quienes dejan de lado sus ideas y dan espacio a Dios. Se requiere humildad para hacer esto.
El Evangelio insiste en esto: no dice solamente que los magos adoraron, subraya que se postraron y adoraron. Tomemos esta indicación: la adoración va junto con la postración. Al hacer este gesto, los magos demuestran que acogen con humildad a Aquel que se presenta en la humildad. Y así se abren a la adoración de Dios. Los cofres que abren son imagen de su corazón abierto: su verdadera riqueza no consiste en la fama y el éxito, sino en la humildad, en el hecho de considerarse necesitados de salvación. Y así es el ejemplo que nos dan los magos, hoy
Queridos hermanos y hermanas, si en la base de todo nos ponemos siempre a nosotros con nuestras ideas y presumimos de tener algo de qué jactarnos antes Dios, nunca lo encontraremos plenamente, no llegaremos a adorarlo. Si no caen nuestras pretensiones y vanidades, nuestro pundonor y deseo de sobresalir, es posible que acabemos adorando a alguien o algo en la vida, ¡pero no será el Señor! Si, por el contrario, abandonamos nuestra pretensión de autosuficiencia, si nos hacemos pequeños por dentro, redescubriremos el asombro de adorar a Jesús. Porque la adoración pasa por la humildad de corazón: quien tiene el afán de adelantar, no nota la presencia del Señor. Jesús pasa cerca y es ignorado, como les sucedió a muchos en aquel tiempo, pero no a los magos.
Hermanos y hermanas, fijándonos en ellos, hoy nos preguntamos: ¿cómo está mi humildad? ¿Estoy convencido de que el orgullo impide mi progreso espiritual? Ese orgullo, manifiesto u oculto, que cubre siempre el impulso hacia Dios. ¿Trabajo sobre mi docilidad, para estar disponible para Dios y los demás, o estoy siempre centrado en mí mismo, en mis exigencias, con ese egoísmo oculto que es la soberbia? ¿Sé dejar de lado mi punto de vista para abrazar el de Dios y el de los demás? Y finalmente, ¿rezo y adoro solo cuando necesito algo, o lo hago constantemente porque creo que siempre necesito a Jesús? Los magos comenzaron el camino mirando una estrella y hallaron a Jesús. Caminaron mucho. Hoy podemos seguir este consejo: mira la estrella y camina. Nunca dejes de caminar, pero no olvides mirar la estrella. Este es el consejo de hoy, fuerte: mira la estrella y camina, mira la estrella y camina.
Que la Virgen María, sierva del Señor, nos enseñe a redescubrir la necesidad vital de la humildad y el ardiente deseo de la adoración. Nos enseñe a mirar la estrella y a caminar.
Al finalizar el Ángelus el Papa quiso felicitar a las Iglesias orientales por la celebración de la Natividad y saludó a los presentes en la plaza.
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy mi pensamiento va a los hermanos y hermanas de las Iglesias orientales, tanto católicas como ortodoxas, que mañana celebran la Natividad del Señor. A ellos les dirijo con afecto mis mejores deseos de paz y de todo bien: ¡Cristo, nacido de la Virgen María, ilumine a vuestras familias y comunidades! Hermanos y hermanas, ¡feliz Navidad!
La Epifanía es de manera especial la fiesta de la infancia misionera, es decir, de esos niños y jóvenes ―hay muchos, en varios países del mundo― que se comprometen a rezar y ofrecer sus ahorros para que el Evangelio sea anunciado a quienes no lo conocen. Quiero darles las gracias: niños y niñas, ¡gracias!, y recordad que la misión comienza con el testimonio cristiano en la vida cotidiana.
Al respecto, animo las iniciativas de evangelización que se inspiran en las tradiciones de la Epifanía y que, en la situación actual, utilizan diversos medios de comunicación. Recuerdo particularmente la “Procesión de los Reyes Magos” que tiene lugar en Polonia.
Y hoy os saludo a todos vosotros, romanos y peregrinos procedentes de Italia y de varios países. Saludo a los que van a recibir el sacramento de la confirmación de Romano di Lombardia, con sus padres y catequistas.
Y os deseo a todos una feliz fiesta. Por favor, no os olvidéis de rezar por mí. Buen almuerzo y hasta pronto.